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2 de octubre de 2012

El sistema impositivo español es profundamente injusto


1 octubre 2012 
Eduardo Garzón Espinosa — Consejo Científico de ATTAC España
La estructura impositiva de España (la forma a través de la cual el Estado obtiene ingresos) es profundamente injusta. A pesar de que el sistema tributario español fue diseñado para respetar los principios de justicia y equidad, las reformas legislativas de los últimos años y otras particularidades propias de la globalización económica han deteriorado ampliamente el procedimiento por el que los agentes económicos pagan sus impuestos hasta dejarnos un sistema fiscal altamente injusto e ineficaz. Mientras que sobre el papel consta que disfrutamos de un Estado que recauda impuestos de manera justa y adecuada (esto es, de forma que los que más tienen más paguen), en la práctica esos atributos están muy lejos de cumplirse. Veamos ahora por qué ocurre esto.
Comencemos analizando los diferentes tipos de impuestos que existen y su importancia en cuanto a recaudación. En el siguiente gráfico se muestra el peso de los distintos impuestos sobre el total recaudado.
El impuesto más importante y del que más dependen los ingresos es el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), que supone el 40% de todos los ingresos del Estado. Éste es un impuesto en teoría progresivo (es decir: justo, porque pagan más los que más renta tienen), pero que en la práctica -por una serie de características que enseguida comentaremos- no presenta los requisitos de progresividad que lo habrían de convertir en un impuesto justo y adecuado.
El segundo impuesto con más peso es el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA), que recauda el 22% de los ingresos al Estado. Este impuesto se basa en el consumo y es profundamente regresivo (injusto), porque paga lo mismo un multimillonario que una persona sin ingresos. Exactamente lo mismo ocurre con los Impuestos Especiales, que suponen el 12% de todos los ingresos. Los impuestos especiales son impuestos al consumo para determinados productos (como alcohol, tabaco, carburantes, etc), y son tan regresivos como el IVA porque todos los consumidores pagan lo mismo independientemente de su renta.

El tercer impuesto en peso es el Impuesto de Sociedades, que grava los beneficios de las empresas y que conforma el 13% de todos los ingresos. Este porcentaje es menor del que debería ser, puesto que a pesar de que las grandes empresas deberían pagar el 30% de sus beneficios y las pequeñas y medianas empresas el 25%, Hacienda solo ingresa el 9,9% de las ganancias empresariales. Esto es así porque las empresas (principalmente las grandes) encuentran numerosas vías legales (y también ilegales) para evadir impuestos.
Ahora detengámonos un poco en el impuesto que tiene más peso: el IRPF. Éste grava la renta obtenida por las personas físicas residentes en España, y recoge tres formas diferentes de obtener renta: 1) Rendimientos del trabajo, que es la renta obtenida por los asalariados; 2) Rendimientos de capital, tanto mobiliario (por ejemplo los dividendos de unas acciones) como inmobiliario (renta obtenida por alquilar un bien inmueble); y 3) Rendimientos de actividades económicas, que es la renta obtenida por los pequeños empresarios, autónomos y profesiones liberales.
Pues bien, tal y como se puede observar en el gráfico siguiente, el 85% de toda la recaudación del IRPF se basa sobre las rentas del trabajo (es decir, la población que trabaja y está en nómina), mientras que las rentas del capital y de actividades económicas aportan solo el 15%.
Lo anterior quiere decir que la cuantía recaudada por el IRPF en España queda explicada casi en su totalidad por los impuestos que pagan los trabajadores asalariados. Y esto no se justifica solo porque el número de asalariados sea mayor que el número de personas que tienen rentas del capital (que lo es), sino porque los rendimientos del trabajo tributan a tipos superiores a los de la renta del capital. En efecto, las rentas derivadas del capital tributan en la práctica solo el 10%, mucho menos que el promedio de lo que pagan las rentas del trabajo (entre un 28% y un 32%). La explicación a este fenómeno la encontramos atendiendo a dos particularidades: por un lado, los legisladores españoles consideran que los asalariados deben pagar más por su renta que aquellos que tienen rendimientos del capital, y eso les ha llevado a incrementar durante los últimos años la diferencia entre ambos tipos de renta: entre 2000 y 2009 los impuestos que pagan las rentas del trabajo han aumentado un 5,4%, mientras que los que pagan las rentas que obtienen los capitalistas han disminuido en un 15,9%. Por otro lado, las rentas del capital son mucho más flexibles que las del trabajo, por lo que sus poseedores pueden acogerse a numerosas artimañas fiscales para tributar en menor cuantía; algo que resulta imposible para los asalariados.
Esta distinción de tipos impositivos obviamente beneficia a las personas que obtienen rentas de capital, ya que acaban pagando menos impuestos –proporcionalmente- que los trabajadores por cuenta ajena. Y curiosamente (o no) estas personas son las más adineradas: la mayor parte de los ingresos que declaran las rentas altas en el IRPF procede de rentas del capital y solo el 28% del trabajo. En otras palabras, el dinero que obtienen las personas más ricas proviene fundamentalmente de las actividades de capital (que tributan mucho menos que las actividades laborales). Y al contrario, las personas con menor renta ganan dinero fundamentalmente a través del rendimiento de su trabajo (que tributa mucho más que la renta del capital). Como consecuencia, de todos los declarantes del IRPF los más ricos terminan pagando menos impuestos -en proporción- que los de renta media.
Es tan absurdo este sistema que se da el caso de que en España las personas que cobran más de 600.000 euros pagan en la práctica el 27,4% de lo que ganan y los que cobran 120.000 euros pagan el 30,2%. Es decir, los primeros pagan menos proporcionalmente que los segundos a pesar de ganar muchísimo más dinero. Y este fenómeno ha sido intensificado durante los últimos años: lo que pagan realmente las clases medias ha disminuido en los últimos 15 años un 2,3%, frente a la rebaja del 37,6% para las rentas más altas.
Todo ello hace que el IRPF no sea un impuesto progresivo, a pesar de haber sido diseñado para serlo. La realidad no se corresponde con la teoría: el IRPF no es el impuesto justo que debería ser.
Recapitulemos. El estado español tiene un sistema impositivo injusto principalmente por las tres razones siguientes:
1) Un 34% de todo lo recaudado proviene de impuestos muy regresivos (un 22% de IVA y un 12% de Impuestos Especiales), por el que los consumidores pagan lo mismo independientemente de su renta. No es justo que un multimillonario pague lo mismo que una persona sin recursos.
2) Un 44% de todo lo recaudado proviene del IRPF, que a pesar de ser un impuesto teóricamente progresivo, en la práctica no lo es. No es justo que una persona de renta alta pague menos proporcionalmente que uno de renta media.
3) Solo un 13% de todo lo recaudado proviene del Impuesto de Sociedades. No es justo que las 10 mayores empresas del IBEX, que obtienen desorbitados beneficios, terminen pagando en torno a un triste 17% mientras las pequeñas y medianas empresas pagan aproximadamente el 23%.
En España las grandes fortunas y las grandes empresas pagan proporcionalmente menos impuestos que las clases medias, y así seguirá ocurriendo mientras este sistema impositivo no se vea profundamente modificado.
ATTAC España no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.

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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

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