Dinamarca aprueba la confiscación de bienes a los refugiados
Y digo “se nos siguen”, y lo entrecomillo y si hay que subrayarlo lo hago también, porque su muerte es un espejo de la inmundicia moral, de la infamia en que Europa es capaz de embarrarse en las circunstancias en las que los hombres y los pueblos retratan su alma verdadera: cuando toca el sacrificio de los momentos difíciles.
¡Qué pena nos dio aquella imagen de la cara aplastada en la arena y los zapatitos de Aylan Turki, ahogado sin entender nada! Que pena, ¿verdad? Pues duró aquel sentimiento de culpa y solidaridad lo que dura el informativo entre corte y corte publicitario. Después se olvidó, y los sirios que huyen de la guerra y el exterminio volvieron a convertirse en el eco lejano de una desgracia que ni nos va ni nos viene. A no ser que vengan de verdad a llamar a nuestras puertas. Entonces sí es cercana, pero tanto que nos da miedo. Predicamos la Europa de los hombres y a la hora de repartir nuestro trigo preferimos no tener invitados o hasta echarlos al mar. Y no es una metáfora, si hemos de creer lo que esta semana denunciaba en la BBC el ministro griego de Migración, Ioannis Mouzalas: “Un ministro belga dijo que teníamos que hacer retroceder a los refugiados aunque se ahogaran en el mar”.