Quieren que el mundo sea el negocio de
unos pocos, desde la sanidad y la educación, al cementerio, incluyendo la
basura, y el aire quizá, quién sabe
Justo Navarro
– 27/9/2013
Stephen King, inventor de historias de miedo, publica Dr. Sleep, segunda parte de El resplandor, una novela de 1977 que Stanley Kubrick, en su película de 1980, convirtió en fábula sobre el miedo que los niños tienen a un padre alcohólico. En la película el momento que desencadena el terror final llega cuando Wendy, mujer del escritor Jack Torrance, pobre dipsómano, descubre la novela en la que su marido lleva trabajando muchos días y noches: 500 páginas y una sola frase,“All work and no play makes Jack a dull boy” (“Sólo trabajar y nunca jugar han vuelto a Jack un tostón”), repetida maniáticamente página tras página muchas veces. No es una novela. Es un engaño amenazador.
Lo que repiten maniáticamente los gobernantes de la derecha desde hace años es que los servicios públicos son un desastre y que hay que privatizarlos en beneficio de los usuarios. Al usuario lo llaman cliente, porque el objetivo político es transformar a los ciudadanos en clientes forzosos de empresarios gestores de servicios tan imprescindibles como el agua. Quieren que el mundo sea el negocio de unos pocos, desde la sanidad y la educación, al cementerio, incluyendo la basura, y el aire quizá, quién sabe, convenientemente depurado o analizado. José Miguel Muñoz informaba hace unos días en estas páginas de cómo la vía privatizadora es dominante en los municipios andaluces en poder del PP.
El objetivo político es transformar a los ciudadanos en clientes forzosos de empresarios
Los administradores de Renfe, dependientes del Ministerio de Fomento, han decidido privatizar la gestión de parte de los aseos de la estación madrileña de Atocha. Creen que así mejorará el servicio, y lo explican: “Se pretende que el cliente perciba la importancia que tiene el cuidado de un bien público, valorándolo y haciendo un uso responsable”. Siendo palabras que parecen meditadas, medidas y razonables, demuestran una rotundidad autoritaria. La superioridad absoluta de los señores que las lanzan da por sentado que el cliente no percibe la importancia de las cosas, no sabe lo que es cuidar un bien público, no lo valora y, para colmo, lo usa irresponsablemente. La inteligencia superior del gobernante tiene que condescender a explicarse ante individuos infantilizados.