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16 de julio de 2012

La única salida de la crisis



 
Hace unos años, cuando la crisis (como cierto amor oscuro) no se atrevía a decir su nombre y al presidente Zapatero le entraban sudores fríos si alguien lo pronunciaba, recuerdo haber oído a un tipo de la nada prestigiosa London School of Economics al que le preguntaron cómo veía el futuro de España y respondió sin titubear que nos habíamos equivocado: él no veía más futuro que convertirnos de nuevo en un país agrícola y turístico, exportando fresas al norte de Europa y doblando el espinazo ante turistas vikingos.
Ahora se ve que tenía razón. A eso se refieren nuestros (prescindibles) políticos cuando afirman que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.  Es decir, hemos vivido como si fuéramos europeos. ¡Si hasta los mequetrefes de los MBA aprendían inglés y nuestros rijosos abuelos se habían ilusionado con sus exuberantes cuidadoras dominicanas! Ahora ya parece evidente que aquel cínico de la London School of Economics tenía razón. Con saber decir en inglés tortilla y sangría, para camareros en verano, ya tenemos de sobra; y serán nuestras jóvenes andaluzas, tan hechiceras ellas, las que cuiden de los no menos rijosos abuelitos alemanes.
En esto consiste la crisis: en ponernos en nuestro sitio.  Volveremos a ser una potencia exportadora de chachas incansables y peones sin cualificar. Volveremos a ser el abrevadero y el lupanar de los europeos ricos, y el macho hispánico, con su camiseta de tirantes, volverá a prestar sus servicios a alemanas menopáusicas e inglesas frígidas. Y exportaremos fresas, por supuesto, que era el ejemplo que ponía el sinvergüenza de la London School of Economics. Volveremos a ser pintorescos, pasionales y muy brutos, pero nobles. Quizá se exija que las mujeres lleven una navaja en la liga (para tranquilizar a los mercados, por supuesto). 
A los países europeos les pagan intereses por prestarles dinero; a nosotros nos los cobran (y cada vez más altos). Ésa es la función de la crisis: redefinir Europa en términos de la división internacional del trabajo. La Europa de siempre será la burguesía septentrional. Nosotros, los PIGS meridionales, volveremos a ocupar nuestro sitio: braceros, jornaleros, albañiles, chachas y, por supuesto, la secular creatividad española, que reverdece con la pobreza y el mal gobierno: dramaturgos, pintores, poetas, cocineros, arquitectos y demás artistas surgidos de este país de cabreros volverán a admirar a Europa. ¡Habrá un nuevo Lorca y Goytisolo volverá a brillar con esa su luz propia! Spain volverá a ser different. Pobres, sí, pero orgullosos; sin un duro, pero ¡con tanto arte, tanta gracia y tanto salero!
Cuanto antes lo asumamos (como se dice ahora), menos trauma (ídem).
Sin embargo, hay que reconocer que nuestra clase política va muy por delante de la sociedad. Ellos ya viven en la España eterna, la de la picaresca y el patio de Monipodio, la de los toreros y las tonadilleras, la de las chulapas que pescan señoritos, enganchando el fleco del mantón en los botones de su chaleco. El PP, que tiene más experiencia, hace lo que puede: procesiones de Semana Santa, toros, disparatados enjuagues, negocios del siglo en manos de un tío al que llaman El Bigotes, en fin, considerables esfuerzos. Pero el PSOE no le anda a la zaga: patrióticos, monárquicos y capaces de recibir al Papa con mantilla española, para no hablar de su inquebrantable adhesión al caciquismo, al clientelismo y a las comisiones.  Los políticos autonómicos no se quedan atrás, sobre todo los catalanes (ya se sabe que los catalanes son muy serios): cuando escribo esto acaban de detener a un antiguo consejero catalán de Gobernación, ¡por contrabando de tabaco! Y el tío, de Esquerra Republicana, formaba parte de una banda que contaba incluso con un guardia civil. Como se ve, tampoco escatiman esfuerzos por dar un espectáculo cautivador para los europeos: sardana, tricornios, dinero en fajos y sin duda alguna rumbita al estilo Peret.
La clase empresarial y financiera (en especial los bancos) también está haciendo una labor sobresaliente y digna de aplauso: convertidos en golfos apandadores sin escrúpulos, pero eso sí, con esa chispa tan española: les venden preferentes a deficientes mentales y analfabetos que firman con el pulgar o construyen… ¡aeropuertos peatonales!… He aquí el genio de la raza.
¿Y nosotros, eso que llaman la sociedad civil? ¿Estamos poniendo algo de nuestra parte? Nada de nada, somos un desastre. Somos insolidarios. Preferimos jugar a que somos europeos en lugar de contribuir para facilitar el inevitable tránsito al “typical spanish”, a la eterna España de Goya y de Torrente, el brazo tonto de la ley.
Vergüenza debería darnos.
En resumen, de esta crisis sólo saldremos en una dirección: la que señalan con el dedo los Morancos o hacia la que apunta el incorrupto brazo de Santa Teresa.
Salvo que optemos por el plan B, que a mí me sugirió mi amigo Eduardo Vilas. En pocas palabras: ¡Vendamos la patria! Ésa es la idea.
¿Por qué pedir dinero a los mercados, si podemos venderle la Alhambra a los americanos, Toledo a los japoneses y el Museo del Prado a los alemanes?
¿Necesitamos más dinero? Pues vendemos más España, qué pasa. Será por mercancía. Desde las cuevas de Altamira a Montserrat, desde el árbol de Guernica a Sevilla y todo su embrujo, desde la mezquita de Córdoba a Covadonga con su “santina” en un pack indivisible.
Y todo, por supuesto, con certificado y denominación de origen: esa Marca España de la que tanto hablan los astutos políticos (algo así tendrán en la cabeza).
La solución no es “más Europa”, como dicen los cursis, sino “menos España”. O incluso cero España: vendamos por fin la patria, menudo descanso.
También venderíamos nuestros derechos de autor, de forma que se hablara para siempre de la tortilla escandinava, la paella bávara, la siesta danesa y el incomparable gazpacho belga.
Y si ellos accedieran, (y no dudo que, llegado el caso, lo harían sin titubear, dado su patriotismo), ¿qué problema habría en vender a Plácido Domingo a los japoneses; la Roja a los ingleses; Almodóvar lo podíamos vender a Hollywood; Javier Marías, a esos alemanes que al parecer le adoran (con Eugenia Rico de propina); y Calatrava (por un precio modesto, como su remuneración) a un millonario texano? ¿No sería, además de una solución a la crisis, un gran alivio para todos?
Vender la patria a trozos o, en caso de ser posible, de una vez (aunque sea con un descuento); salir de pobres y a vivir de las rentas.
Me parece que es la única opción sensata.
O eso o volver a la España pobre y bella, sin un duro y con esencias, pasional, arrebatadora y esclavizada.

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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

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“Con la comida que se tira podrían alimentarse 2.000 millones de personas”

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