Paul Krugman | 01 de noviembre de 2012
El economista Brad DeLong se enfrentaba no hace mucho con el catedrático Nick Rowe, de la Universidad de Carlton, por el inexplicablemente confuso tema de la deuda intergeneracional; en un momento intentaré plantear una nueva manera de explicar por qué la presentación convencional es completamente inexacta.
"En el mundo de Nick Rowe los contribuyentes de la próxima generación pagan impuestos para devolver la deuda, y por eso salen perdiendo", escribía DeLong en un blog el 12 octubre. "Y en el mundo de Nick Rowe los titulares de deuda de la próxima generación no salen ganando".
En primer lugar, permítanme insinuar que hablar de las "generaciones futuras" puede convertirse fácilmente en una trampa. Es bastante posible que la deuda pueda aumentar el consumo de una generación y reducir el de la siguiente durante el periodo en el que los miembros de ambas generaciones siguen vivos. Supongamos que después de las elecciones de 2016, el presidente Santorum intenta ganarse el apoyo de los ciudadanos de la tercera edad regalando a todos los estadounidenses de más de 65 años bonos del Estado recién emitidos; entonces la generación de más de 65 años será más rica, y todo el mundo con menos de 65 años será más pobre (obvio, ¿no?).
Pero no es a eso a lo que se refiere la gente cuando habla de la carga de la deuda para las generaciones futuras; lo que quiere decir es que Estados Unidos en su conjunto será más pobre, del mismo modo que una familia que contrae una deuda es más pobre a partir de ese momento. ¿Tiene esto algún sentido?
Bueno, hagamos una disquisición teórica que, al menos inicialmente, no parece tener nada que ver con la deuda. Supongamos que en lugar de regalar bonos a los ciudadanos de la tercera edad, el presidente Santorum aprueba una enmienda constitucional que estipula que a partir de ese momento todo estadounidense cuyo nombre empiece por las letras de la A a la K incluida recibirá 5.000 dólares al año del Gobierno federal, para lo cual se recaudará dinero mediante impuestos adicionales. ¿Empobrece esto a Estados Unidos en su conjunto?
La respuesta evidente es no, al menos no en un sentido directo. Sencillamente estamos haciendo una transferencia desde un grupo (de la L a la Z) a otro; la renta total no varía. Ahora bien, se podría argumentar que existen costes indirectos porque cuando se suben los impuestos, se distorsionan los incentivos. Pero esa es una historia muy diferente.
Vale, pueden imaginarse lo que viene a continuación: una deuda heredada del pasado, en efecto, es simplemente una norma que exige que un grupo de gente -la gente que no heredó bonos de sus padres– haga una transferencia a otro grupo, la gente que sí los heredó. Tiene efectos distributivos, pero no hace al país más pobre en ningún sentido directo.
De verdad que esto no es complicado, y el hecho de que todo el mundo en la vida pública lo entienda mal no cambia la lógica.
Los extranjeros y la carga de la deuda
Otra disquisición teórica: supongamos que, por alguna razón, los chinos y un grupo de inversores nacionales realizan una permuta de activos. Los chinos venden 500.000 millones de bonos soberanos estadounidenses y compran la misma cantidad de, por ejemplo, bonos corporativos, mientras que los inversores nacionales hacen lo contrario. ¿Se ha vuelto Estados Unidos más rico (o más pobre)? Está claro que no; como país, sigue debiendo la misma cantidad al resto del mundo. Lo que esto nos dice es que cuando intentamos evaluar la carga de deuda o la falta de la misma, la titularidad extranjera de deuda soberana no tiene en realidad ninguna importancia. Lo que sí la tiene es nuestra posición de inversión internacional neta: el valor de los activos en el extranjero que poseen todos los residentes nacionales menos el valor de todos los activos nacionales en manos de inversores extranjeros. Ahora bien, esto está directamente relacionado con lo que DeLong escribía sobre la carga de la deuda: todos estaríamos de acuerdo en que los déficits nos hacen más pobres si desplazan el gasto de inversión, cosa que harían si la economía alcanzara casi el pleno empleo, pero no si está profundamente deprimida. Todo lo que tenemos que hacer es entender que la inversión extranjera neta -compras menos ventas de activos de y a extranjeros - también es una forma de inversión. O por decirlo de una manera un poco más sencilla: está claro que los déficits presupuestarios pueden hacernos más pobres como país si conducen a unos déficits comerciales mayores.
Hasta el momento, no ha sucedido nada parecido. Fíjense en el gráfico de esta página que muestra el déficit presupuestario de Estados Unidos (todos los niveles de gobierno) y el déficit por cuenta corriente, los dos como porcentaje del producto interior bruto. Los préstamos en el extranjero han descendido notablemente, no subido, en los últimos años.
Aun así, podrían alegar que un déficit presupuestario más alto llevaría, si todo lo demás permanece constante, a un déficit comercial más alto porque ampliaría la economía y generaría unas importaciones más altas. En este sentido muy limitado se podría hablar de carga del déficit. Pero sin duda no es lo que los alarmistas de la deuda tienen en mente.
La conclusión final es que, aunque la titularidad extranjera de activos estadounidenses -no solo deuda pública- es una complicación, la frecuente afirmación de que los déficits significan que estamos vendiendo nuestros derechos de nacimiento a los chinos no tiene ningún sentido.
Traducción de News Clips.
© 2012 The New York Times.
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