“No prometí milagros, yo tengo un mandato claro para cuatro años”, subrayó. Y es verdad que no prometió “milagros”. Sin embargo, Rajoy no quiere recordar que él sí prometió confianza a borbotones, lo que se convertiría enseguida en la palanca adecuada para derrotar a la crisis, contentando a los mercados, a la UE, el FMI y a los ciudadanos españoles.
La confianza anunciada ha sido -en este tiempo- inexistente. Las encuestas –unas y otras- son enormemente elocuentes. Ni él ni su Gobierno inspiran confianza. Más bien todo lo contrario. Es otra falsedad suya señalar que dispone de “un mandato claro para cuatro años”. Hasta el día de hoy, la opacidad acumulada por Rajoy supera con creces la supuesta claridad aludida.
Asegura estar “muy contento y orgulloso” de su Gobierno, pero lo dice con la boca chica, como un cumplido. Los sondeos apuntan que incluso muchos de los votantes del PP observan con indignación o tristeza la confusión e incluso el caos en el que se mueven los ministros y altos cargos del Ejecutivo.
¿Puede el presidente Rajoy lavarse las manos, o encogerse de hombros, ante una realidad tan estremecedora como que hay centenares de miles de parados que se pueden quedar sin los 400 euros de cobertura, que puso en marcha Zapatero? Preguntado por la continuidad de la ayuda –reivindicada con insistencia por el PSOE-, Rajoy declaró displicente: “No hemos tomado ninguna decisión sobre ese asunto”. Hete aquí la sensibilidad social de la derecha. Sr. Rajoy, váyase a su casa y viva con 400 euros. Y luego hable.
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