Así subió al poder Zapatero, un hombre igualmente desnudo, al que sólo el lento automatismo de la bomba de relojería que avanzaba en España mantuvo vestido durante un tiempo. Luego, cuando esa bomba, producida por la alianza del un gran número de agentes políticos instalados en ayuntamientos, comunidades y cajas de ahorro, estalló en la manos de los españoles, llevándose sus ahorros de manera infame y meticulosa, nadie tuvo agallas para decirle al país la verdad: que éramos un país arruinado por la avaricia, equivocado por la incapacidad de entender el capitalismo, moralmente desquiciado por la arrogancia, el impudor y la falta de control pulsional mínimo, capaz de cometer injusticias continuas con nuestros conciudadanos. En suma, que teníamos problemas para sobrevivir como sociedad en el futuro. Que todas las alarmas se habían disparado y que la solidaridad mínima para formar una sociedad estaba rota. Que el ajuste que teníamos que hacer en nuestras vidas era tan fuerte como intenso había sido el disparate en el que nos habíamos embarcado.
Nadie elevó una palabra capaz de orientar a nuestra gente. Así hemos ido entregando trinchera a trinchera, sin que nadie nos avisara de que era una guerra y de que vivíamos en una situación de excepcionalidad. Y ahora, somos un ejército en desbandada, huyendo cada uno hacia donde puede. El gobierno Rajoy dio la orden de «sálvese quien pueda» cuando proclamó una amnistía fiscal para unos y sumió a otros en la cárcel fiscal del IVA, de los recortes a la protección, de las rebajas de salario. Esta medida, injusta y estéril, es un grave error, como lo fue justificar el aumento del IVA porque no se paga. ¿Por qué no también una amnistía para eso? La gente que sostiene el país no tiene esperanza alguna en aquellos a quienes se lanza el anzuelo de la amnistía fiscal. ¿Para qué ese agravio, entonces? Desde ese momento, cuando el gobierno dijo que sólo hay dinero, y no justicia, el país no tiene orden ni concierto y un colectivo acusa al otro y dentro de cada colectivo unos señalan a los otros y así hasta el enfrentamiento personal. Todos buscan el agravio en todos y sólo se ponen de acuerdo para denunciar que el gobierno nos agravia a todos.
Así que necesitamos que alguien nos diga la verdad. Ante todo, esto. Y la primera verdad es que estamos derrotados en esta guerra económica que hemos librado sin saberlo y sin que nuestros líderes nos lo digan. En su famoso libro sobre la bolsa, publicado en 1894, que para muchos sigue siendo el más inteligible para describir la racionalidad de esta institución clásica, Max Weber dijo que los intereses sobre capital se pueden describir como pago de tributos. El interés, en este sentido, era visto como un signo de sometimiento. Entonces dice Weber: «El interés fue impuesto por el conquistador extranjero en relación con las cabezas de las personas, como se hace con renta por la tierra». Así que el interés por el capital es lo más parecido a la renta que reclama el conquistador. Cuanto más alto sea, más clara ha sido la derrota. La única diferencia, dice Weber, es que «es otro señor el que demanda el tributo, el dueño del capital». El increíble esfuerzo intelectual de Weber consistió en darse cuenta de que tanto el capitalismo avanzado y automatizado, como este nuevo tipo de sumisión, se realizaba en el anonimato, sin relaciones personales ni éticas. La gente no se enteraba de que estaba siendo sometida, porque enfrente tenía un dispositivo, no otras personas. Pues incluso la más completa esclavitud tiene dimensiones éticas, porque también en ella los hombres se miran a la cara. Por eso Weber pensaba que Hegel estaba completamente anticuado. Porque la sociedad no se basaba ya sobre la dialéctica del amo y el esclavo y su portentosa dinámica de trabajo y libertad.
Así que hemos perdido una guerra contra nadie, una guerra anónima, contra un dispositivo inhumano, que desde luego sabe qué debe heredar de los antiguos amos. Tributos. Nadie enseñó a nuestro pueblo que desconocer la objetivación de la economía a través del mercado, que tiene sus propias reglas, implica un desastre económico y «en el largo plazo lleva a la ruina». Hoy no es posible dirigir al cosmos de acciones económicas objetivas demandas éticas. «El cosmos objetivo del capitalismo no deja lugar para todo esto». Tampoco era un buen padre cuando distribuía créditos. Entonces nos estaba derrotando. Nuestros intelectuales no enseñaron esto. Nuestros políticos lo ignoraron. Nuestras universidades pensaban en otra cosa. Lo poco que había de inteligencia en España se entregó a excavar tumbas que sólo podían recordar nuestra propia infamia pasada para ocultar la locura del presente.
En estas condiciones, ignoro lo que la gente pensó que votaba al elegir a Rajoy. Pero me sorprende y me provoca pavor que se perturbe el juego democrático hasta el punto de exigir un referéndum para estas medidas recientes. ¿Qué tipo de representación política se quiere? ¿Qué gobierno quedará en pie si se impone esta forma de operar? ¿Alguien sabe lo que sucedió en Weimar? ¿Nadie recuerda en este país lo importante? F. D. Rooselvelt dijo: «Me aguantaréis cuatro años. Luego podéis aplastarme». Pero aquel tenía agallas y enfrente tenía gente con coraje. Ahora, ante la desbandada, vemos lo que está en juego: el sentido de la democracia, puesto en peligro por la incapacidad de nuestros políticos, tanto como por la inmadurez de algunos líderes. No podemos ir por este camino. Pero hemos ido.
Rajoy no debía sugerir ni por un instante que él estaba allí para no hacer lo que Zapatero. La gente que lo votó no debería engañarse hasta el punto de creer las promesas estúpidas que hizo Rajoy. Ese juego es de doble culpable, de quien prometió y de quien creyó la promesa. La realidad es que todo hubiera sido más claro si hubiera dicho: no puedo prometer nada, porque el derrotado tiene poco margen. Sólo le está permitido firmar la paz. Y ésta la dicta el vencedor. Entonces, todo habría estado claro. Habríamos apretado los dientes y al menos nos sentiríamos confortados de que alguien supiese lo que llevaba entre manos. Pero me temo, que los que exclaman «referéndum, referéndum» están todavía más engañados acerca de la realidad y nos llevarán más en línea recta al desastre. En esto se parecen a los socialistas que exigen a Rubalcaba más presión contra el gobierno, cuando apenas hace nada eran también generales en medio de la confusión y la derrota. Eso es vergonzoso, a un lado y a otro. En realidad, lo mejor que podrían hacer unos y otros es que sus partidos, el PP y el PSOE, pidieran perdón al país porque los dos son responsables de esta derrota. Así estaríamos en condiciones de comenzar de nuevo a ganar la paz.
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