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29 de diciembre de 2013

Por favor, no insulten a la clase trabajadora

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 26 de diciembre de 2013
Este artículo denuncia la constante discriminación en contra de la clase trabajadora al definírsela como clase media-baja o clase baja.
El movimiento antirracista ha señalado y denunciado el continuo insulto que se reproduce en el lenguaje cotidiano utilizado por la población hacia ciertas razas y grupos étnicos minoritarios. El término “negritos” para definir a personas de raza negra es un ejemplo de ello. Bajo este término se intenta ridiculizar a un colectivo, presentándolo como inmaduro e infantil. Un tanto semejante ocurre con los términos utilizados en nuestras sociedades, dominadas por los hombres, para referirse a las mujeres de forma estereotipada, tal como han documentado autoras de sensibilidad feminista. Las denuncias de las prácticas racistas y machistas que aparecen en el lenguaje han concienciado a la sociedad de la necesidad de que se eviten las palabras ofensivas a esos colectivos sociales, sujetos de abundante discriminación.
Ahora bien, hay una enorme discriminación –promovida por las élites políticas, mediáticas y culturales del país- contra un grupo social que es incluso mayoritario en nuestros países –la clase trabajadora–, que constantemente aparece definida en el lenguaje mediático como clase baja, lo que apenas ha despertado protesta.
Incluso una periodista tan sensible al lenguaje “políticamente correcto” (en cuanto a raza y género) como Soledad Gallego-Díaz, columnista de El País, continúa utilizando el término clase baja para definir lo que es clase trabajadora. En su artículo en la nueva revista económica, Alternativas Económicas, esta autora divide a los españoles en españoles de clase alta, de clase media y de clase baja (“Frenazo al ascensor social”, 12.12.13, nº 9). Su tesis es que el ciudadano medio español (que resulta ser –según ella- una mujer de unos 43 años) está descubriendo que está pasando “de la clase media a la clase baja”. Los datos que utiliza proceden en su mayoría de los estudios del analista, también de El País, José Juan Toharia, que ha presentado datos de la evolución de las clases sociales en España, dividiéndolas en clase alta, clase media-alta, clase media-baja y clase baja. Supongo que pronto van a añadir otra categoría, que van a llamar clase baja-baja o clase bajísima. Esta narrativa aparece también en círculos políticos e intelectuales de izquierdas. Uno de los intelectuales de izquierda más conocidos en España hacía referencia a las clases populares catalanas, compuestas de clases medias y bajas (le tengo demasiada estima para citar su nombre).
España (incluyendo Catalunya) no es un país de castas
Esta transformación de la estructura de clases, definiéndola de esta manera, transforma España en un país de castas, como ocurre en ciertos Estados de la India. Y así queda redefinida la clase trabajadora como clase media-baja, clase baja y, pronto, clase bajísima.
Yo no sé como usted, lector o lectora de este artículo, le respondería a un encuestador que le parara por la calle y le preguntara: ¿Es usted de clase baja? Yo tengo que admitirle que probablemente le miraría a la cara y le contestaría “Y su madre también”. No creo que a nadie le agrade ser definido como clase baja y, por lo tanto, se debería protestar porque dicho término se utilice constantemente. Cuando se utilizan tales términos, ¿no se dan cuenta de que están insultando a la clase trabajadora?

Pero es que, además de ofensiva, esta categorización no es científica y no permite analizar las causas del deterioro de las personas estudiadas (para expansión del tema de este artículo ver mi artículo “Ni Estados Unidos ni España son ‘países de clases medias’”). Analizar a las personas por el nivel de renta y/o estatus es dramáticamente insuficiente, cuando no erróneo. Tiene mucho más valor definir a María –la supuesta ciudadana promedio española– como una trabajadora de servicios, ayudante de enfermería en un hospital concertado, que está viendo cómo su salario y seguridad laboral se deterioran, que definirla como una persona de clase media yendo a la baja. Definir a la persona por su relación con el mercado de trabajo (por el trabajo que realiza) tiene mucho más valor explicativo analítico que definirla por su nivel de renta o estatus.
De ahí que, dentro de la cultura popular, depositaria de gran conocimiento y realismo, cuando una persona quiere conocer a otra, no le pregunta si pertenece a la clase alta, media o baja. Se le pregunta de qué trabaja, y cuando se lo dice, usted ya sabe mucho sobre aquella persona. Si le dicen que es una ayudante de enfermería, ya puede saber aproximadamente cuánto dinero gana, donde vive, en qué tipo de vivienda, qué coche utiliza, a qué escuela envía a sus hijos, y un largo etcétera. Si usted conoce lo que la persona hace, puede ya imaginarse lo que la persona tiene. Pero no al revés. El nivel de renta de una persona no dice nada o muy poco del origen de tal renta.
En definitiva, la clase trabajadora, que es la que construye este país diariamente, está constantemente discriminada, ofendiendo su dignidad, refiriéndose a ella como clase media, baja o pronto, bajísima. Por favor, ¡no la insulten! Una última observación. Ruego al lector que cuando lea algún artículo utilizando este término para definir a la clase trabajadora, haga algo. Le sugeriría que, al menos, envíe al autor o autora copia de este artículo, aconsejando que lo lea.

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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

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“No puede ser que en un planeta con los recursos agroalimentarios suficientes para alimentar al doble de la población mundial actual, haya casi una quinta parte de sus habitantes sufriendo infraalimentación”.

“La hambruna ya es una realidad en las banlieues parisinas y el pueblo español también está sufriendo la pobreza, como el resto de Europa”.

Los teóricos del neoliberalismo, “nos han hecho creer que hoy en día la austeridad es la única política posible, pero sólo se aplica a la clase trabajadora y nunca a los banqueros.

El neoliberalismo delictivo, “se cura con política”.

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“Con la comida que se tira podrían alimentarse 2.000 millones de personas”

”La mitad del cereal producido en el planeta es para satisfacer la demanda de consumo de carne. Hay un sobreconsumo de carne absolutamente insostenible”

http://esmateria.com/2014/04/25/con-la-comida-que-se-tira-podrian-alimentarse-2-000-millones-de-personas/

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