La impunidad en este país llega a tal extremo que el principio básico de un banco que se sustenta en la confianza se hace añicos. El primer banco de la nación: el Banco Santander la confianza se la pasa por el forro. A Emilio Botín le costo desprenderse del Consejero Delegado Alfredo Saénz condenado por el Tribunal Supremo por estafa hasta que hasta tuvo que intervenir el Banco de España cuando el desprestigio había saltado fronteras. El argumento de Botín no podía ser más estrafalario:
“Saenz no ha hecho nada que pueda perjudicar al banco”. Con esta mentalidad demuestra que le falta un tornillo al creer que el Banco de Santander es el universo donde nada existe fuera de este ámbito. No ha transcurrido el tiempo necesario de este tosco asunto cuando el presidente del banco vuelve a reincidir al contratar los servicios de Rodrigo Rato imputado por graves delitos en su intervención al frente de Bankia el mayor desaguisado de la historia financiera de España.
¿Es un premio por el hundimiento de un competidor? La captación de políticos por la puerta giratoria se ha convertido en un clásico de una democracia que hace aguas por todas partes. La desafección hacia los políticos ya ocupa el primer lugar de las preocupaciones de los ciudadanos que ven, en un carrusel de acontecimientos, el continuado salto de la política al poder económico. La compensación a Rodrigo Rato
ronda los 200.000 euros por
trabajar dos días al año y a cambio se le piden relaciones de alto nivel por su paso como director gerente del Fondo Monetario Internacional y su relación con la cúpula del Partido Popular. Se hace necesario preguntarse sobre los riesgos que corre Emilio Botín con esta incorporación. Es evidente que la imagen del Banco Santander se deteriora con esta decisión. Entonces, tiene que existir una razón que influya asumir esta mala imagen, es una elucubración pero bien pudiera ser la siguiente historieta de relatos del poder que todo lo puede.
La llegada del actual Emilio Botín a la presidencia del Banco Santander coincidió con la irrupción de la perita en dulce de un mercado propicio a grandes cambios. Los bancos estaban enfrentados unos contra otros y con unos consejos de administración divididos y repletos de carcamales de influyentes familias y viejas glorias. La medicina, según el diagnostico del viejo Botín, (el padre del actual) consistía en hacer el Banco Santander todavía más grande y consecuentemente fuerte para alejar la tentación de que los considerasen un objetivo alcanzable. Esta era la labor preferente que Emilio Botín tenía como mandato del viejo zorro de su padre.
No existían opciones para el cumplimiento ordenado una vez descartadas de plano las fusiones al no disponer de una varita mágica que impulsara al banco hacia la estratosfera. El crecimiento vegetativo, año tras año, no era suficiente garantía de la velocidad necesaria para el fortalecimiento del Banco Santander por lo que su presidente tomo una arriesgada decisión.
Una decisión que no se había atrevido nadie en el sector: dar esquinazo a Hacienda. Los Servicios de Estudio de los grandes bancos habían detectado, entre la población, grandes bolsas de dinero no declarado a Hacienda, el dinero negro, la doble contabilidad de las empresas, el trabajo a precario y un sinfín de martingalas llenaba, hasta reventar, esta bolsa incontrolada. Los economistas del Banco Santander calcularon una aproximación del dinero que los clientes guardaban en el colchón, en una caja de zapatos, o en el fondo de la caja fuerte. Era una fortuna descomunal, el primer banco que atrajera para sí este enorme flujo se convertiría en líder indiscutible del mercado bancario.
La ambición por conquistar el mercado unido a la necesidad de crecer para no ser comido, llevó a los Botín a traspasar el límite y situarse en lo punible.Saltaban al vacío pero con paracaídas. En el peor de los casos, que el producto financiero “inventado” acabara mal y tuvieran que retirarlo del mercado, entre unas cosas y otras pasaría el tiempo suficiente para captar el dinero necesario con que dejar a tras a la competencia.
La responsabilidad de inventar un producto financiero fabricado con la única finalidad de defraudar a al Erario público existía, esta era la razón que frenaba a los demás bancos. Los Botín se sentían lo suficientemente fuertes para arriesgar teniendo en cuenta su ya larga contribución simulando créditos a los partidos políticos y nutrir de financiación encubierta a sus cúpulas. Dieron el golpe y dejaron a la competencia con un palmo de narices. La publicidad lo decía todo
“Venga al Santander, venga al Paraíso”, desde spots en la televisión, páginas en diarios y revistas, y folletos a todo color desarrollaban una campaña agresiva. Tan agresiva que no dejaba lugar a duda que el paraíso era fiscal de arena fina y con palmeras a pie de playa en un atardecer, con puesta de sol inclusive, en una isla paradisíaca del Caribe.
El personal con haberes en el colchón entendió el mensaje a la primera. La oferta del Banco Santander era tentadora, pagaba buenos intereses por llevarle el dinero que no constaba como un deposito a nombre del propietario del colchón sino, y ahí el invento, se instrumentaba la simulación que se adquiría el derecho del cobro de los intereses de otro crédito otorgado por el banco con anterioridad. Dicho de otra manera,
simulaba que le “comprabas” al banco el crédito que había otorgado a uno de sus clientes.
Era vital, para la martingala, que
la operación de captación de dinero no figurara como un depósito bancario, el dinero salido del colchón de los clientes se quedaba en el limbo de las cuentas del banco. Ningún cliente con dinero negro, digámoslo así, se llevaba a su casa el crédito comprado al banco, tan sólo era una simulación que no precisaba de declararla a Hacienda. La operación era opaca para el fisco. El producto financiero un fabuloso reclamo que se concretaba en la inexistencia de la obligación de practicar retenciones ya que no era necesaria la obligación de comunicar de forma regular o periódica los datos de sus titulares e importes de la inversión a la Hacienda Pública.
Cuesta creer que un fraude tan burdo pudiera sorprender a las autoridades de control del mercado financiero y que el fisco se quedara a dos velas. Miles de millones de dinero negro de media España acabaron en las arcas del Banco Santander. El plan diabólico para la captación de recursos supero con creces las previsiones y cambió las reglas de juego que habían pactado los banqueros del Santander con sus competidores durante largos años.
No sólo se rompían esos compromisos con la competencia, sino que con ello se traspasaba la ambigua frontera de la legalidad. “A grandes retos, grandes riesgos” a si se manifestaba Emilio Botín en respuesta a sus competidores, patricios de la banca, al ver impasibles hasta donde estaban dispuestos a llegar la saga de banqueros que no se detenían ante nada y ante nadie. Desde este momento, el
statu quo que imperaba en el sector bancario quedó hecho añicos.
Los resultados fueron fulminantes: en pocos meses el Banco Santander duplicó el número de clientes y aumento considerablemente los recursos. Los demás bancos quedaron gravemente afectados: miles de sus mejores clientes se perdieron irremisiblemente. Pero no quedó ahí la cosa, producto de la entrada en sus oficinas de un caudal considerable de dinero negro, también ennegreció la contabilidad del banco al tener que llevar al limbo el dinero recaudado dada la peculiaridad de la operación financiera que se distinguía del común deposito bancario. De una forma u otra, dinero en su balance contable o fuera de el, él banco disponía de un arsenal nuclear con que volver a bombardear a la competencia.
Se sacó de la chistera las “supercuentas” un arma eficacísima para atraer a los clientes de otros bancos con saldos declarados. Sólo el Banco Santander estaba en disposición de realizar esa macroofensiva: su liquidez le permitía llevar a cabo miles de operaciones crediticias y, a cambio, jugársela en retribuciones de alto rendimiento para la captación de más pasivo. Los Botín tomaron su riesgo, si las agresivas campañas publicitarias, que aseguraban una extraordinaria rentabilidad del 11%, no daban en el clavo el negocio era ruinoso. Se veían obligados a retribuir a su clientela los mismos tipos de interés que la publicidad ofrecía a los nuevos clientes. Si esto sucedía, irremediablemente acabaría repercutiendo en su cuenta de resultados.
El eslogan
“Venga al Santander, venga al Paraíso” se solapó, acto seguido, con las “supercuentas” donde clientes con dinero negro se confundían con quienes lo tenían declarado. Se desconoce si fue una estrategia premeditada o producto de la oportunidad del momento pero la campaña hizo furor, se arrebató un sinfín de depositantes a los demás bancos,
unos clientes que acudían en tropel atraídos por las cuentas de alta remuneración que no distinguían el color del dinero.El Banco Santander gano la partida, el dinero invertido en las sugestivas campañas publicitarias habían dado una optima cosecha, con el agravante, para las dolidas espaldas de los competidores, de que “quien da primero, da dos veces”. Porque lo cierto es que los demás tardaron en reaccionar debido al estado de parálisis producto de la conmoción al ver a sus mejores clientes tomar las de Villadiego: el más perjudicado fue el Banco Español de Crédito (Banesto) que en manos de un decrepito consejo de administración no supo reaccionar hasta pasados seis meses. El resto, se limitó a emprender estrategias defensivas con la difusa promesa a su clientela de equiparar la retribución ofrecida por el banco de los Botín. Estos
se cuidaban de no exteriorizar grandes signos de euforia para no acentuar todavía más la hostilidad del sector. Cuando finalmente todos los bancos se decidieron a lanzar sus “supercuentas”, la batalla ya estaba ganada por el Banco Santander:
en poco más de un año había doblado su potencial y su cuota de mercado que lo llevó a la posición de liderar el sector bancario.
Los demás bancos, su competencia, se quedaron impresionados de la audacia de los Botín ahora encaramados en lo más alto del sector. Conquistada la estratosférica dimensión el Santander se hacia inalcanzable para una OPA hostil. La decisión decretada por el patriarca de los Botín de blindarse ganando dimensión fue un acierto.
Los que podían estar acecho tuvieron que replantear su estrategia de abordar el Banco Santander y desviar su punto de mira hacia otras presas. Cuando el patriarca del clan de los Botín se retiró, ya muy decrepito, circulaba arrastrando los pies por los pasillos del banco con un rosario en sus manos acompañado de un movimiento reiterativo de su cabeza en un gesto afirmativo continuado, la competencia tomó ese día como festivo. Achacaban al viejo zorro la mente superdotada de haber llevado un “bancuco” con una oficina en el puerto de Bilbao hasta la posición más prominente entre la banca española, su hijo Emilio, suponían, más bien estaban seguros, de que pudiera suceder dignamente a su padre en la presidencia. Sustentaban entre sus cabalas que por el carácter de los Botín,
echaos pa alante, iban a surgir disputas entre los hermanos por el reparto desigual del imperio heredado. Las dudas se centraban más en Emilio que en su hermano Jaime que aparentemente daba más la talla. El heredero mostraba una tosquedad indisimulable y un carácter desagradable que suponía un constante desprecio por su interlocutor.
Las predicciones resultaron equivocas de pleno, la llegada a la presidencia de Emilio Botín se pudo comprobar que el sucesor no había desperdiciado uno solo siquiera de los elementos genéticos heredados de su padre. Es más, pudo percatarse de un curioso fenómeno biológico es que, en determinadas ocasiones, los genes se acrecientan: los que se cuidan de impulsar el ansia de ganar más y más y más, es decir, los determinantes del concepto fáustico de la riqueza y el dominio ilimitados se multiplican exponencialmente y Emilio acaparó con todos ellos.
Los funcionarios de Hacienda tardaron su tiempo en actuar, cuando lo hicieron el Banco Santander ya estaba encumbrado en la cima y había conseguido su propósito y todavía más. Cuesta entender que un producto financiero destinado a zafarse, descaradamente, de la fiscalidad y difundido a gran escala por una solvente entidad financiera no precisara de la conformidad de las autoridades económicas, misterio que de resolver no daría lugar a que al Estado se le pudiera torear como una vaquilla entre la risotada de los que se mofan a mandíbula batiente. Era tanto como emplear el puño de hierro con los contribuyentes ordinarios y el guante de seda con las entidades financieras con derecho medieval de pernada. Miles de millones, de las antiguas pesetas, le dieron esquinazo al Erario público por un producto llamado “cesiones de crédito”. Así y todo el banco de los Botín tuvo que bregar lo suyo. Las cesiones ideadas no reunían las exigencias legales; no eran más que una simulación negocial con fines ilícitos, por la que el banco recibía una cantidad en metálico del cliente, lo que, en vez de originar la apertura de una cuenta corriente, de ahorro o a plazo, con una remuneración correcta en forma de intereses, se mantenía como “dinero opaco” en las cajas del banco al amparo de una inexistente cesión.
Al cliente se le entregaba un peculiar “recibo”, según el cual el banco decía haber tomado “para su custodia” el documento de “cesión crediticia” que quedaba en su poder “para su gestión de cobro y ulterior reembolso”. Y a fin de cubrir el principio de especialidad, el recibo detallaba el nombre de un deudor cualquiera del propio banco, una cantidad y un vencimiento,
pero la cesión realizada no se le notificaba a ese supuesto deudor, era tan sólo una maquinación. Pero el problema, y gordo, para que la operación fuera opaca al fisco, consistía en suplantar con otro nombre a quien adquiría tan fantástico producto financiero. La solución a este gordo problema la podría dar un niño de seis años. Si no se puede poner un nombre pues que se ponga otro,
y así aparecieron en escena miles de fallecidos, entidades imaginarias, testaferros, indigentes y hasta figuraban alias. El esquema completo estaba basado en una pirámide y con tantos intermediarios que hacía su comprobación casi imposible pero servía de tapadera. Los funcionarios de Hacienda se toparon con la fortaleza inexpugnable de los Servicios Jurídicos del banco, una tropa pretoriana que rivaliza en distinguirse por su ferocidad al darle la vuelta a los hechos más evidentes. El asunto llegó finalmente a manos de la justicia, o de la injusticia si se prefiere debido a como acabó.
El procedimiento judicial se demoro lo suyo, más de catorce años, y pasó a los anales de la historia judicial española como el triunfo esplendoroso del poder del dinero tratado con guante de seda. Se pasaron años, entre dimes y diretes, para responder a la petición del juez para que el banco proporcionara el nombre de las personas que habían adquirido el producto financiero. El Departamento de Inspección del Ministerio de Economía y Hacienda fue toreado por el banco una y otra vez, siempre con un argumento sacado de la manga. Acabó facilitando el importe de las operaciones pero retenía la identificación de los titulares, por tratarse, según indicaba, de operaciones vencidas.
Esto continuó así hasta que al juez Miguel Moreiras se le hincharon las pelotas e imputó como responsable del fraude, el mayor de la historia española, al presidente del Banco Santander y a todo el consejo de administración. A partir de ahí, al observar consternados de que el juez se había vuelto loco y que incluso había determinado una cuantiosa cifra de muchos ceros en concepto de fianza,
Botín y la cúpula del banco cambiaron radicalmente de opinión: ellos, ni por asomo, habían fabricado, promovido, o comercializado un producto para zafarse de la fiscalidad, habían sido los clientes que con una imaginación desbordante, y con una fobia hacia la Hacienda Pública se escaqueaban de sus obligaciones fiscales. Ellos se habían resistido hasta lo imposible pero su inocencia estaba por encima de todos, quien tuviera que pagar que pagara y soltaron el listado con los clientes infieles.
Parecía que este mal cuento estaba destinado a que provocara una sonora carcajada en el ámbito judicial, echarle la autoria del fraude fiscal a los clientes era, cuanto menos, insultar la inteligencia del juez y compañía.
El fiscal del caso y el abogado del Estado confirmaron, vehementemente, que Emilio Botín y la cúpula del banco estaban en lo cierto, los clientes eran los defraudadores, por lo tanto no hacía falta que vinieran a declarar al juzgado y perdieran una mañana de su valioso tiempo, el caso se podía dar por cerrado. El fiscal del caso y el abogado del Estado no se hicieron esperar en mostrar su conformidad en el disparatado argumento del primer banquero del país. El fiscal en su escrito al juzgado se manifestó
: “Por el Ministerio Fiscal se emitió informe en el que terminaba interesando del Juzgado que acuerde el sobreseimiento libre respecto a las personas del Banco Santander que, a lo largo de esta causa, han sido citadas como imputados, y respecto de ….” . El abogado del Estado no se quedaba corto suplicando al Juzgado
: “acuerde la no exigibilidad a los administradores del Banco Santander de responsabilidad penal ninguna por cooperación necesaria en comisión de posible delito fiscal en relación a los principales invertidos por los clientes, y con respecto al presunto delito de falsedad, considera que dicha imputación es insostenibles ..” .
Era de suponer que el fiscal, encargado de velar por la legalidad, y el abogado del Estado, responsable de cuidar los intereses del Erario público, iban a poner su mejor empeño en colaborar con el Juzgado instructor y apoyar con su decidido impulso la investigación sumarial. Pues no, estos angelitos hicieron exactamente lo contrario. ¿A qué intereses sirven en realidad tan cualificados funcionarios, que cobran del presupuesto del Estado, para defender el interés público?
Todas las evidencias, pruebas documentales, testimonios no sirvieron para nada. El juez se vio obligado, al aliarse, con descaro, la acusación con la defensa de los imputados, a cerrar el caso con más pena que gloria.
El juez, Miguel Moreiras duró poco en su cargo y fue desterrado a las quimbambas en un juzgado de una población rural para que impartiera justicia entre agricultores y ganaderos por la disputa de un linde o una vaca. Los asuntos de Estado son palabras mayores y no pueden estar en manos de descerebrados, esta fue la sentencia inapelable que dictó Emilio Botín y se cumplió aminorada ya que
el banquero exigía la expulsión del juez de la carrera judicial. No quedaba duda de la autoria intelectual, el producto financiero había sido diseñado e implantado por el banco, existía, a su vez, abundante correspondencia entre la dirección y los centros regionales facilitando instrucciones a los directores de oficina que lo acreditaba, ya que no podía ser de otra manera. Incluso
el banco, ante la avalancha de clientes, tuvo que comisionar a uno de sus empleados para que se recorriera los cementerios de España facilitando nombres de difuntos. Tan seguros estaban de su impunidad que ni tan siquiera tomaron la precaución que los nombres extraídos de las tumbas y nichos, uno al lado del otro, coincidiera con la numeración consecutiva del fabuloso producto financiero.
Series enteras de “cesiones de crédito” correspondían con nombres de un mismo cementerio calle por calle.
Quienes apechugaron con el marrón fiscal fueron los clientes. No todos llevaron su dinero negro concientes de que el Banco Santander había descubierto la sopa de ajo de retribuir a buen interés por un dinero opaco. Otros explicaban otra versión, como la expuesta por un cliente enfadado en un escrito dirigido al director de la oficina de su población. Se trata de una carta obrante en los legajos del procedimiento judicial. Dice así: (literal)
“El motivo de la presente es para comunicarle por escrito la historia sobre Hacienda, que usted ya conoce, para que la haga llegar a instancias superiores dentro de la organización bancaria de la que forma parte. Desde hace más de diez años soy cliente de ese banco y con usted son ya tres los directores que he ido conociendo en el transcurso de estos años. Siempre he confiado mi dinero, mucho o poco, blanco o negro a esta entidad y siempre me he dejado asesorar por los distintos directores, como usted bien conoce. Su antecesor en el cargo, Sr. Sorbe, en su día me asesoro, creo que con la mejor intención, sacar el dinero que poseía en esa época en pagarés del tesoro y en cuentas familiares e invertirlo en “cesiones de crédito” un producto “negro” que en aquel tiempo ofrecía su banco. Así lo hice y me fueron pagando los intereses hasta que, repentinamente, el Sr. Sorbe fue trasladado y aquí es donde ya entra usted. Al poco tiempo de su llegada me comunicó que su entidad se veía obligada a comunicar a Hacienda el nombre de los tenedores del producto “Cesiones de crédito” y que me ofrecía dos alternativas: cambiar el nombre o pagar una complementaria blanqueando la imposición.
Como usted recordará optamos por la primera posibilidad e hicimos venir a mi tía Gertrudis, la cual firmó los documentos correspondientes y al mismo tiempo rompimos los que existían a mi nombre. Hasta aquí todo correcto, yo quedé con la conformidad de que todo se había realizado según usted había propuesto. En febrero de este año recibo una citación de la Inspección de Hacienda para revisar los cuatro últimos años. Preparo toda la documentación y envió a mi asesor fiscal con la conciencia de llevar todo correctamente. Mi sorpresa es cuando mi asesor fiscal me hace saber que en la Inspección consta mi nombre como tenedor de 18.000.000 de pesetas en “Cesiones de crédito” según le ha comunicado el Banco Santander. Que necesidad tenía yo de meterme en esta añagaza, que ahora cae con estrépito, sino fuera por la recomendación de su entidad ya que tenía mis ahorros en pagarés del tesoro. Espero que me digan como esperan resolver este monumental dislate.”
Quien resolvió el monumental dislate fue el propio Emilio Botín cansado que la asesoría jurídica del banco le anunciara que el asunto iba por buen camino, pero pasaban los años y se seguía en el pantano. La fantasía provenía de su propia cosecha, y lo exponía convencido que eran los clientes los defraudadores fiscales. Cuando los servicios Jurídicos del banco escucharon, de propia voz, la perorata del presidente no se lo podían creer, es más,
llegó a afirmar que podían echar pa lante, sin miedo, con este argumento ya que el Gobierno estaba de acuerdo, y que ya se apañarían ellos en soslayar los vericuetos judiciales. Ninguno de los juristas congregados en el despacho presidencial se atrevió a poner en duda las palabras del presidente del banco aunque el argumento era de locos. Ha tardado pero es ahora que entra en escena Rodrigo Rato, vicepresidente segundo y ministro de Economía en el gobierno de José María Aznar. Todo había tenido lugar unos días antes en el despacho del presidente del Santander. Botín convocó al ministro Rato, a una reunión urgente sin disimular, como era de costumbre, su cólera y sin preámbulo alguno le soltó a bocajarro. (puede que la conversación no sea literal pero por ahí va)
-Rodrigo, o haces algo o ya te puedes ir despidiendo de mi apoyo. Y ya sabes lo que esto significa para ti y tu familia. Cuando se hundió el negocio familiar de Aguas de Fuensanta los créditos que no podías pagar nos los tuvimos que comer con patatas y pasarlos a capital ¿Qué necesidad tiene el banco de disponer de unas acciones de un negocio fracasado? Favor con favor se paga ¿Y ahora tú que haces? ¿Sabes que han puesto precio a mi cabeza; lo sabes?
-No exageres presidente, tan sólo el juez pretende fijar una fianza.
-Pero que dices, Miguel Moreiras, ese tipo pretende llevarme a la cárcel, lo oyes, lo oyes bien, me ha ¡imputado! Me ha ¡imputado a mí! –Botín ya se estaba subiendo a la parra.
-Tranquilízate presidente todo está por resolver, hemos hecho todo lo posible en este asunto, e incluso más de lo que procede, saliéndose del elemental decoro y las buenas prácticas en cuanto hace a la administración de justicia, para que el asunto quede en agua de borrajas en beneficio de los principales imputados –dijo como pudo el ministro.
-Todo lo que dices son monsergas, tu sabrás lo que te conviene hacer. Te recuerdo que el banco tiene vencidos tus préstamos, créditos y requetecréditos con que nos has ido sableando tu, tu familia y tus empresas. –dijo Botín en el tono que más le gustaba expresarse para que no hubiera ninguna duda que profería una amenaza.
-Presidente, no creo que sea el momento más oportuno para echarme en cara este asunto.
-¿Cuándo te parece a ti oportuno, mañana, pasado … cuando? Que sepas que mi dinero no tiene momento oportuno para reclamar lo mío. ¿Te enteras?
-Fíjate, presidente –trataba de razonar Rodrigo Rato– primero se ha tratado de eliminar una parte grandísima de las operaciones aumentando el límite del delito fiscal a quince millones de pesetas, lo cual ha permitido despejar el camino para dejar sin efecto multitud de infracciones que podían dar motivo a una acusación penal.
-Todo lo que me dices son chorradas, sois un atajo de incompetentes en vez de dejar que me empapelen tendrías que hacerme un monumento por haber acabado con el dinero negro que circulaba por el país –dijo Botín encaminando el asunto a su redil.
-No entiendo, lo siento presidente no lo entiendo.
-No esperaba menos de ti, de tu Gobierno y tu partido, sois un atajo de asnos sino fuera por mi y por las cesiones de crédito todavía tendrías a la mitad de los españolitos anónimos con su dinero en el colchón, ¡Yo, yo os daré sus nombres! Atajo de asnos.
-Pero si esto es lo que pretendemos hace años, presidente. –dijo extrañado el ministro.
-Pero me imputáis a mí y a mi consejo cuando son exclusivamente los clientes los defraudadores al fisco.
-Perdóname, presidente, pero se te imputa a ti y a tu consejo porque sois los responsables de la maquinación de poner en el mercado un producto para defraudar a Hacienda.
-No te quiero oír más –dijo exaltado Botín poniéndose en pie como impulsado por un muelle- ni una palabra más; cambias al fiscal del caso, cambias al abogado del Estado y los que vengan que vengan con la lección bien aprendida: los clientes son los defraudadores y nadie más.
El maravilloso “producto defraudatorio” de las cesiones de crédito se comercializaron durante el periodo 1986 a 1992; el numero de cesiones fue de 42.274, y su valor global ascendió a la exorbitante cantidad, en aquellos años, de 432.965 millones de pesetas. Según el informe pericial solicitado por el Juzgado instructor, 9.566 de estas operaciones, por importe de 145.120 millones, se califican de titular “discrepante”, al haberse empleado titularidades falsas (personas que desconocían la operación o que incluso habían fallecido), para formalizar las cesiones. A la plebe así nos ha ido, ellos, ya se sabe, favor con favor se paga.
Próximo post relacionado con éste: El poder de los Botín lo puede todo
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