30/8/2013
Mucho antes de que George Bush Jr
iniciara la cacería contra Sadam Hussein en el Irak de 2003, Washington había elaborado el mecanismo de la repartición de ese importante botín de guerra que prometía acceder a las segundas mayores reservas de petróleo mundial y a la colosal reconstrucción del país. De no ser porque ese documento de 99 páginas elaborado por la
USAID (Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional) se filtró a
The Wall Street Journal y luego a
The Guardian, es posible que muchas empresas de España y el Reino Unido se hubiesen quedado sin su parte del tesoro.
La
USAID había envíado una invitación secreta a cinco grandes empresas de Estados Unidos para que presentaran ofertas en la reconstrucción de edificios, puentes, hospitales, caminos, aeropuertos, puertos, plantas para tratamiento de agua, etc. El piso inicial que ofrecía el gobierno a estas empresas fue de 900 millones de dólares, con la promesa de que
los trabajos se harían… aunque ya estuviesen hechos!. Uno de los representantes de estas empresas favoritas del gobierno (o quizás sea al revés) lo sintetizó con estas palabras: “la verdad es que hay una enorme ironía en esto de pedir contratos para reconstruir puentes que aun no se bombardean”. Los costos de esa guerra fueron cubiertos con fondos públicos (la deuda pública de Estados Unidos pasó de 6 a 16 billones de dólares en 10 años), mientras los beneficios derivados de la reconstrucción de Irak y la explotación de petróleo quedaron en manos privadas.
Consternación en Londres
La filtración de esta noticia provocó consternación en el gobierno de Tony Blair, en marzo de 2003. Las tropas británicas compartían de igual a igual los riesgos con las tropas de Estados Unidos en Irak, por lo que Tony Blair hizo ver que no era justo que solo Estados Unidos se quedara con el botín de guerra. The London Times alertó de este escándalo y el 3 de junio de 2003 preguntaba con qué derecho “sólo las empresas de Estados Unidos serían las beneficiadas de esta guerra”. El gobierno de Bush daba por descontada su posesión del petróleo y el impulso que tendría la industria de armamento y por eso había firmado el compromiso con empresas cuyo rol prioritario era la construcción. Mediante los jugosos contratos a las empresas constructoras se licuarían los grandes excedentes que dejaba el petróleo.
Las cinco empresas contactadas por la USAID eran Halliburton Company (a través de Kellogg Brown & Root), Bechtel Corp, Parson Engineering, Lewis Berger Group y Fluor Corporation. Estas cinco empresas estaban profundamente arraigadas en el gobierno y sus contribuciones al mundo político sumaban más 55 millones de dólares, el 68% destinado al partido republicano. Kellogg Brown & Root y su matriz Halliburton Company, habían sido dirigidas desde 1990 por Dick Cheney quien, además de su sueldo, recibía un cheque anual por un millón de dólares y cuando renunció en 2000 para entrar en el gobierno de Bush, recibió un premio de 20 millones de dólares como jubilación.
Para Estados Unidos, el control de Irak significaba el control de las segundas mayores reservas de petróleo mundial, donde de 70 campos petroleros, solo quince eran explotados. A su vez, las británicas British Petroleum y Shell llevaban tiempo sugiriendo al gobierno iraquí que le convenía aceptar a las petroleras extranjeras y dividir los ingresos de la explotación del petróleo. Esto obligó a hacer un cambio en la ley que otorgaba a la Compañía Nacional de Petróleo de Irak la supervisión de los campos petroleros, afirmando que el petróleo era un recurso estatal y que debía ser explotado por el estado. La modificación consistió en anteponer una palabra y dejar la supervisión a los “campos existentes” que eran menos de un tercio del petróleo de Irak. Con ello, el 70% de los campos “no existentes” fueron abiertos a las trasnacionales petroleras.
Las grandes constructoras
Las gigantes constructoras de Estados Unidos habían comenzado a repartirse el botín dejado por las guerras del medio oriente desde el fin de la guerra Fría en 1990. Lewis Berger Group y Halliburton acumularon gran experiencia reconstruyendo ciudades en Kuwait, Turquía, Georgia, Afganistán, Jordania y Uzbekitstán. El 24 de marzo de 2003, y después de otorgar contratos menores a puertas abiertas, USAID otorgó a puertas cerradas un contrato a Halliburton por 4.800 millones de dólares por reabrir y operar el único puerto de aguas profundas de Irak que es el Umm al Qasr.
La administración Bush aseguró al Congreso que la guerra iba a ser rápida y con pocas bajas, y que se pagaría sola. El subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz señaló que los ingresos petroleros de los próximos dos a tres años (2004-2007) aportarína a Irak de 2 a 3 mil millones de dólares, lo que sería suficiente para reconstruir el país y establecer la democracia.
Sin embargo, el Chicago Tribune (20 de marzo de 2003) señaló que el gobierno estaba mintiendo, y que los republicanos serían la vergüenza de la irresponsabilidad fiscal al disparar la deuda pública. El periódico señalaba que
la invasión a Irak podía superar los 100 mil millones de dólares, una suma mayor al presupuesto anual de Energía, Comercio, Vivienda y Desarrollo Urbano, Interior y Justicia combinados, y que en una década el costo total podría superar los 600 mil millones de dólares. El año 2008, cuando se cumplían cinco años del inicio del la invasión a Irak, Joseph Stigliz calculó los costos en
3 billones de dólares, cinco veces más que lo estimado por el Tribune.
Según el Instituto Watson de la Universidad Brown de Estudios Internacionales, la guerra de Irak ha costado 1,8 billones de dólares. Se incrementa a 2,2 billones de dólares cuando agregamos los costos futuros del cuidado a los veteranos de guerra, y a 3,9 billones de dólares cuando se incorporan los intereses de la deuda nacional hasta el año 2053. Una cosa que indigna a los estadounidenses es que cuando el gobierno realizó sus estimaciones de costes, nunca consideró el coste en vidas humanas.
Hasta el New York Times, sin duda más sabio que en aquellos años, señala ahora
diez años después de su inicio, la guerra de Irak todavía persigue a Estados Unidos en los casi 4.500 soldados que muriron allí, los más de 30.000 estadounidenses heridos que han llegado a casa, los mas de 2 billones de dólares gastados en operaciones de combate, la reconstrucción, el déficit y las lecciones aprendidas sobre los limites del liderazgo y el poder (Ver Ten Year afters)
El principal objetivo de la guerra de Irak fue terminar con la industria estatal y permitir el acceso a las petroleras transnacionales. Diez años después de la invasión toda la industria petrolera está privatizada y dominada totalmente por empresas extranjeras. Hoy nadie niega que esa guerra
fue por el petróleo y que los únicos que ganaron fueron Exxon, Chevron, Shell y BP.
El petróleo iraquí que antes era de propiedad estatal, facilitaba el agua y la electricidad a la población. Desde que esa riqueza fue privatizada en una pocas manos, los iraquíes deben pagar el agua y la electricidad a precios elevados. Además, como las empresas petroleras importan sus trabajadores, el desempleo en Irak es del 50%.
Contrariamente a lo que decía el gobierno de Bush, Irak no necesita empresas petroleras trasnacionales para aprovechar la riqueza. Antes de la invasión de Estados Unidos, Irak producía 2,5 millones de barriles de petróleo al día. Desde la invasión, este promedio ha bajado 2,2 millones de barriles e incluso 1,7 millones de barriles. El petróleo de Irak es el más barato de producir y su costo en 2003 no llega a los 60 centavos de dólar por barril. Años en que el petróleo promediaba los 25 dólares el barril, por tanto ofrecía un espectacular retorno de la inversión.
La administración Bush no dijo que iba por el petróleo, como hoy se reconoce, sino que justificó la invasión a Irak con la promesa de librar al mundo de las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, armas para una guerra biológica que nunca se encontraron. Esta ha sido la mentira más burda e infundada de la historia. Diseñada para provocar miedo, mientras se entregaba el mundo a cinco empresas privadas.
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