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26 de septiembre de 2013

El mejor sistema económico posible

Juan Francisco Martín Seco
Es sabido que Leibniz mantenía en su Teodicea una tesis muy si géneris: Dios ha creado el mejor mundo de todos los posibles, todas las cosas tienen su justificación, su causa suficiente y todo mal posee su razón de ser al estar ordenado a conseguir un bien superior. Tal vez se encuentre aquí la explicación de que Franco tras el atentado del presidente Carrero Blanco pronunciase aquella frase aparentemente tan enigmática: “No hay mal que por bien no venga”.
Voltaire no participaba de una visión tan optimista y no dudó en ridiculizarla con una novela, “Cándido”. No solo el protagonista, cuyo nombre sirve de título a la obra, sino también el resto de sus personajes sufren toda clase de desgracias. No obstante, todas ellas no consiguen que el preceptor de Cándido, Pangloss (personificación de Leibniz), cambie un ápice su tesis de que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Hoy abundan también los pangloss que nos repiten por doquier que contamos con el mejor sistema económico posible; que la globalización maximiza las riquezas y el crecimiento económico y que la Unión Europea y Monetaria constituye la mejor opción para las economías europeas. Bien es verdad que esta visión idílica choca día a día con la realidad personal de cada uno, pero, ya se sabe, esos males particulares son simples elementos necesarios para el bien general.
Los cándidos del siglo XXI contemplan el fin de la estabilidad en el empleo y se ven obligados a olvidar la seguridad con que contaban sus padres de mantener el puesto de trabajo. La indemnización por despido desaparece y los empresarios pueden rescindir los contratos laborales sin apenas coste. La amenaza de acabar incrementando el ejército de reserva, es decir, la legión de los parados, está siempre presente y actúa como incentivo eficaz para que las jornadas aumenten y los salarios se reduzcan. Ya lo dijo aquel presidente de la patronal que ahora se encuentra en la cárcel: “Hay que trabajar más y cobrar menos”. Pero siempre habrá algún pangloss cerca que les diga que todo ello es necesario para que funcione el sistema, el mejor sistema económico posible; deben aceptar de buen grado tales medidas porque la flexibilidad en el mercado laboral es precisa para que la economía sea competitiva frente al exterior. Males necesarios para un bien superior.
A los cándidos actuales se les dice que cuando lleguen a la jubilación no podrán cobrar las mismas pensiones a las que tenían derecho sus padres; que estas no mantendrán ya el poder adquisitivo, que no se actualizarán anualmente por el índice de precios y que, si no quieren caer en la pobreza en su vejez, deben ir apartando una porción de su exiguo salario para prestársela a los bancos, que la manejarán a su antojo durante largo tiempo y se la devolverán a la hora de la jubilación en una cantidad devaluada por la inflación. Pero ello es un mal necesario para que el sistema funcione, las cotizaciones sociales se reduzcan y así seamos más competitivos. Como contrapartida, gozan del sistema económico más eficaz, la globalización.

Tampoco es viable ya la sanidad gratuita, los beneficiarios tendrán que ir poco a poco asumiendo parte del coste si no quieren que las prestaciones y los servicios públicos se deterioren. El presupuesto no da más de sí y los impuestos tienen un límite, ya que no se puede gravar ni a las empresas ni al capital para evitar, dicen, que las inversiones emigren a otras latitudes más permisivas fiscalmente. Esto que puede parecer un mal, afirman los pangloss de turno, tiene su razón suficiente, que no es otra que los mercados globalizados, que es el sistema económico óptimo.
Los cándidos de hoy comienzan a ser conscientes de que la democracia es una cosa del pasado, de que en países como España, Portugal, Grecia o Italia los parlamentos y los gobiernos son marionetas de otros poderes extranjeros, de Bruselas, Frankfurt o Berlín. Los ciudadanos eligen a quien no manda y a quienes mandan no se les puede elegir. Pero si los sistemas democráticos están trufados, si la democracia desaparece, hay que conformarse y asumirlo con buen talante, afirman los pangloss oficiales, ya que no hay efecto sin causa y todo está perfectamente ordenado hacia un bien superior: la pertenencia a Unión Europea y Monetaria que, sin duda, constituye opción óptima para los países europeos.
En el mejor sistema económico posible la desigualdad se hace cada vez mayor, los ricos son cada día más ricos y los pobres cada vez más pobres. Es más, el colectivo de los pobres aumenta cada día debido a la incorporación progresiva de las clases medias. Pero no debemos preocuparnos, ello es tan solo un ingrediente imprescindible para conseguir un bien superior, la eficacia de la economía.
El mejor sistema económico posible, el de la globalización, el del libre comercio, el de la libre circulación de capitales, es la causa suficiente de que se incremente la desigualdad, que los sistemas fiscales se hagan más regresivos, que desaparezca el Estado del bienestar, que se trabajen más horas y se cobre menos, que las condiciones laborales empeoren año a año, que exista un elevado porcentaje de paro, que se privatice la sanidad, la educación y hasta la justicia, que cada jubilado tenga que apañárselas como pueda, que los gobiernos entiendan que son los mercados los que mandan. ¿El mejor sistema económico posible? Será para los integrantes del decil superior en la distribución de la riqueza y de la renta. ¿Acaso el 90 % restante no debería preguntarse qué pasaría si adoptásemos un sistema económico menos perfecto y más ineficaz?¿por qué no mandar a la mierda el mejor sistema económico posible?

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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

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“La hambruna ya es una realidad en las banlieues parisinas y el pueblo español también está sufriendo la pobreza, como el resto de Europa”.

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“Con la comida que se tira podrían alimentarse 2.000 millones de personas”

”La mitad del cereal producido en el planeta es para satisfacer la demanda de consumo de carne. Hay un sobreconsumo de carne absolutamente insostenible”

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