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9 de septiembre de 2013

Un legado tóxico

6 septiembre 2013 
Alicia García Ruiz – ATTAC Acordem
Hemos pasado de vivir en el supuesto final de la historia a habitar un momento contrarreloj. Ahora bien, lo que realmente toca a su fin es la coartada de estabilidad y crecimiento infinito con la que se encubrieron durante décadas las devastadoras prácticas económicas que ahora han explotado, por más que todavía se intente manipular la fantasía infantil de que es posible regresar al punto de inicio, como si no hubiera pasado nada. Se han quemado los puentes, si es que alguna vez los hubo, y en el interior de la «crisis» parece incubarse la siguiente, sin que se haga nada por evitarlo. Una vez que algo así ha sucedido no hay marcha atrás, porque el mundo desde entonces es ya nuevo. El tiempo histórico no es un palíndromo, no se puede recorrer indistintamente de atrás hacia delante y viceversa. Nos guste o no, nos atemorice o no, la configuración que ha tomado.
EL PRESENTE NOS reta a ser capaces de pensar desde el interior mismo de esa brecha histórica. No solo necesitamos saber cómo actuar en mitad del momento de absoluta urgencia que atravesamos; lo característico de nuestra época es que ahora también precisamos convencernos de que podemos hacerlo. Contemplar las fotografías de las ruinas de Detroit es un buen ejercicio mental, si es que todavía no nos hemos enterado de lo que está pasando cada día en todos los hospitales, centros sociales y escuelas públicas que aún siguen en pie. Cualquier reflexión que hagamos ahora debe efectuarse durante el curso mismo de los acontecimientos.
La idea no es nueva. Schiller comparó hace más de dos siglos los estados con un reloj viviente, que «no puede suspender su marcha. Hay que recomponerlo, sin pararlo y cambiar la rueda sin interrumpir el movimiento». La única tregua posible hoy es la fisura abierta por nuestra perplejidad, un espacio de reflexión en el que ni siquiera podemos permitirnos el lujo de parar durante mucho tiempo. Porque es preciso convertir cuanto antes esta discontinuidad histórica en una bifurcación respecto al desastroso camino que tercamente se ha tomado.
Detroit es una potente metáfora que nos interpela a través de sus inquietantes imágenes. Bibliotecas con libros aún abiertos, oficinas de empleo desvencijadas, farolas rotas, viviendas vacías en las que aún quedan restos de sus habitantes. A primer golpe de vista, estas instantáneas parecen dar testimonio de alguna catástrofe imprevista: una explosión, un ciclón, algún tipo de infortunio.
Lo que angustia más, si cabe, es enterarse de que no se trata de un cataclismo natural ni de una súbita explosión nuclear, sino del producto de una lenta dejadez, progresiva e implacable. ¿Qué es lo que puede nublar el juicio de tantas personas durante tantos años como para que esto suceda? Y ¿cómo es que parece que habitaron esos lugares en descomposición hasta el último momento? Más que una ciudad fantasma, Detroit parece una ciudad morada por fantasmas. Personas perdidas en algún punto del tiempo que no han sido capaces de determinar. O a las que no se les ha dejado otro lugar donde vivir.

Aprender algo de Detroit como metáfora es apuntar a una idea básica: estamos inmersos en un abrumador curso de acontecimientos, pero podemos reaccionar conscientemente ante él y modificarlo. Esto significa destituir procesos y responsables, constituir otras instituciones políticas o defender algunas de las existentes en la medida en que todavía las necesitemos. Y este, no otro, es el momento de hacerlo.
Podemos y debemos abrir un tiempo histórico habitable, en vez de cerrarlo por derribo. Es verdad que el puzle del ahora siempre viene sin manual de instrucciones, tal como Hannah Arendt dijo tomando prestada una cita de René Char: el presente es «una herencia sin testamento».
Pero lo que nos ha caído encima es más que eso: es un legado tóxico, objetivo y subjetivo. Es la venenosa herencia del thatcherismo, del reaganismo y de sus acólitos: gobiernos, escuelas de negocios, círculos empresariales avarientos y corruptos. Y toda la indolencia imaginable. En dos palabras: un Chernóbil cultural.
Hace falta una conciencia histórica colectiva que articule cuanto antes un contrarrelato político y nuevas formas de organización. Para ello es crucial reconstruir el proceso de formación y expansión de este legado tóxico en marcha, vigilar el cauce de este río de barro, para esclarecer cómo llegamos aquí y generar para el futuro un archivo de sus evidencias, antes de que sean borradas. Esta severa conciencia histórica ha de saber mirar simultáneamente hacia atrás y hacia delante, pero no como el palíndromo imposible, no como quien fantasea la vuelta atrás.
Hacerse cargo, sin autoengaños, de la irreversibilidad, es escapar a la estructura de una esperanza vacía. Es el único impulso posible para revocar lo que está en marcha y tal vez cambiar el rumbo. Como dijo Albert Camus: «Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe que no podrá hacerlo. Pero su tarea es tal vez mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga».
Artículo publicado en El Periódico de Cataluña
ATTAC España no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.

Vía: http://www.attac.es/2013/09/06/un-legado-toxico/

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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

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“No puede ser que en un planeta con los recursos agroalimentarios suficientes para alimentar al doble de la población mundial actual, haya casi una quinta parte de sus habitantes sufriendo infraalimentación”.

“La hambruna ya es una realidad en las banlieues parisinas y el pueblo español también está sufriendo la pobreza, como el resto de Europa”.

Los teóricos del neoliberalismo, “nos han hecho creer que hoy en día la austeridad es la única política posible, pero sólo se aplica a la clase trabajadora y nunca a los banqueros.

El neoliberalismo delictivo, “se cura con política”.

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-- Olivier de Schutter - Relator de la ONU --

“Con la comida que se tira podrían alimentarse 2.000 millones de personas”

”La mitad del cereal producido en el planeta es para satisfacer la demanda de consumo de carne. Hay un sobreconsumo de carne absolutamente insostenible”

http://esmateria.com/2014/04/25/con-la-comida-que-se-tira-podrian-alimentarse-2-000-millones-de-personas/

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