No le dije nada puesto que iba a ser una sorpresa, y por la noche, cuando nos disponíamos como siempre para disfrutar del sexo, lo deje sin que lo pudiera ver al lado de dónde íbamos a estar nosotros.
Lo había lavado bien y le di crema para hacerle estar más suave, además, le coloqué un condón para así evitar rozarla y hacerle daño en el caso de que por sus dimensiones no le entrara. Cosa que dudaba, puesto que de sobras es sabido lo que da de sí la vagina y lo que dilata en un parto.
Esto, aunque era exageradamente grande y suponiendo que hubiese sido un pene, era mucho más pequeño que la cabeza de una persona al nacer.
Nos pusimos cómodos frente a la playa, en nuestro reservado, como cada noche, con las copas de vino que nos había sobrado de la cena y empecé a comerle y acariciarle bien el clítoris para hacerle dilatar lo más posible su vagina y no tener problemas a la hora de introducirle semejante aparato.
Cuando mis dedos empezaron a estar muy mojados y su excitación iba subiendo porque era inevitable, y todo estaba a punto para la sorpresa de ésta noche, que no sabía cómo se la podría tomar, pero que yo lo iba a hacer con muy buena intención por ella, para hacerle sentir de una forma distinta y que estaba seguro le gustaría, me prepare sin que lo notara y me acerque el calabacín.
Estábamos tumbados y cómodos, y sin que se diera cuenta, cogí aquel aparato casi ortopédico que me lo había dejado al alcance de la mano y se lo puse muy despacio en la entrada de su coño.
¡uuUUhh!, ¡uuaaAhh!, Exclamo con una media sonrisa pero sin rechazarlo. Esto fue lo primero que dijo nada más sentirlo, como si le hubiese dejado caer una barra de hielo entre sus nalgas y el frió le hiciera reaccionar al instante. Como un relámpago se percato de que no era mi pene.
Era normal que notara una diferencia tan considerable, me harían falta cuatro piernas para llevar algo así entre ellas.
No pudo evitar el reírse, pero le gusto y fue de su agrado la idea con la que yo la había sorprendido.
Volvió enseguida a ponerse en la misma posición que estaba, le había gustado y quería seguir sintiéndolo dentro, pero ahora, mucho más cómoda y sabiendo lo que le iba a meter entre las piernas.
Se extendió plácidamente y ansiosa por que yo siguiera haciendo lo que me había interrumpido pocos momentos antes y tanto le había llamado la atención.
Al mismo tiempo que cerraba los ojos y empezaba a relamerse por el caramelo que le iba a proporcionar, abrió las piernas todo lo separadas que pudo mientras esperaba con deseo que yo, muy despacio, volviera a introducírselo otra vez, poco a poco, puesto que era muy gordo y no había que tener prisa para hincárselo de nuevo.
Le gustaba mucho conforme se iba metiendo en su vagina cada vez más adentro aquel falo de fantasía y exagerado por sus dimensiones tan grandes y proporcionadas.
Me dejo sin ningún reparo que se lo acoplara muy gustosamente mientras ella empezaba a disfrutar de aquel vigoroso ingenio de la naturaleza. Hasta tal punto, que consiguió tener dos orgasmos seguidos sin sacárselo de su interior y en el que no parecía que le estorbaba en absoluto, sino todo lo contrario.
Este aparato no se quedaba flácido como la mayoría de los penes mortales, que, cuando han terminado su cometido, o incluso en alguna ocasión y sin llegar a él, se vienen abajo y les toca descansar a veces por un buen rato y hasta que alguna sensación de nuevo los pone en marcha otra vez.
El musculoso miembro tenía pilas de sobra para agotar a la mujer más atrevida.
En aquel momento, si hubiese sido más grande aún me lo habría agradecido más todavía, la cueva se había ensanchado para darle cobijo a aquel cuerpo tan extraño y cabía uno mayor.
Ella, se habría amoldado entonces sin ningún problema al tamaño que hubiese sido con tal de seguir sintiendo el placer que le hacía sentir aquello.
Se ayudaba de sus manos para coger y sentir mí pene que estaba duro como una piedra y mojado del calentón que llevaba, y así, podía imaginar que era este del que gozaba ella de tenerlo dentro mientras me la meneaba con una fuerza exagerada pensando que tenía las mismas dimensiones que lo que ahora mismo se alojaba en su interior.
La estaba colmando de placer, y por supuesto que le estaba haciendo sentir de una forma distinta a todas las veces anteriores.
Fue al menos media hora larga la que lo tuvo entrando y saliendo de su vagina toda empapada y goteando sin parar. No era para menos. El calabacín había cobrado vida propia con el paso de los minutos y era el dueño de la situación en ese momento.
Yo me estaba poniendo enfermo de oír sus jadeos y viendo como retozaba y se mordía los labios del gusto que le daba semejante verga, pero no podía parar de seguir dándole placer, también estaba disfrutando sintiendo como ella lo hacía.
Cuando, boquiabierta de satisfacción se quedo, puesto que ya no podía sentir más gusto, porque había llegado al éxtasis en un par de veces y ya no alcanzaba más placer, se lo fue sacando muy perezosamente, sin ganas de tener que quitárselo de dentro con lo mucho que le había hecho disfrutar, y, en agradecimiento a todo lo que le había hecho sentir, se desplomo con su boca sobre mí pene que hasta entonces disfrutaba estando de mero observador y erecto como nunca también después de todo lo que había presenciado, y sin apenas moverse -porque sus fuerzas se las había llevado todas aquel poderoso aparato-, lo poseyó un buen rato dentro de su boca, comiéndoselo y acariciándolo hasta que este no pudo más y expulso todo lo que había retenido mientras ella no paraba de gozar.
Bonito cuento. Parece muy real. Y si lo fuese, el placer debió de ser apasionante.
ResponderEliminarSoñar no cuesta nada. No usamos nada el poder de la mente.
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