David Page - 16/6/2013
Los españoles vuelven a considerar la corrupción como uno de
los grandes problemas del país. Decenas de escándalos con políticos como
protagonistas se han sucedido en los últimos años y parecen haber colocado a la
sociedad en algún punto cercano al hartazgo. Una sensación acentuada en medio
de una crisis económica que está haciendo sufrir a muchos ciudadanos (vamos ya
por 6 millones de parados) y en la que los derroches y el enriquecimiento
ilícito de los representantes públicos parecen aún más obscenos.
Según los últimos barómetros del CIS, un 40% de los españoles
cita la corrupción entre los principales problemas del país y otro 30% señala a
la clase política como un problema en sí misma. Unas magnitudes que muestran
que la preocupación de la sociedad por la deriva de la casta política está ya
muy cerca de los máximos que marcó a mediados de los noventa, cuando los
escándalos asaltaban día a día las portadas de los diarios en el último
gobierno de Felipe González. La longitud del listado de corruptelas de la
España de hoy no le va a la zaga a la de antaño: Bárcenas, Gürtel, los ERE de
Andalucía, caso Palau, Pallerols, caso Campeón, Brugal, Pretoria, caso ITV,
Pokemon, Noós... Suma y sigue.
Más de 300
políticos españoles están hoy imputados por su presunta implicación en casos de
corrupción. Según datos internos de la Agencia Tributaria, actualmente están en
curso más de 1.500 casos e investigaciones sobre posibles actos ilícitos. Entre
2000 y 2010 un total de 676 municipios españoles se vieron afectados por
diferentes casos de corrupción, un 8,3% del total, según el estudio
Aproximación a una geografía de la corrupción urbanística en España [ver aquí].
Sin embargo, y pese
a la aparente gravedad y extensión del problema, la corrupción parece salir
casi gratis al político en las urnas y el castigo electoral al que están
sometidos los sospechosos es cuanto menos muy limitado [ver ¿Por qué en España
no se castiga la corrupción en las urnas?]. Y si el gran control de carácter
vertical que tiene a disposición la ciudadanía (el voto) aparentemente no
funciona para combatirla, los expertos proponen promover los controles
horizontales para poner coto a la corrupción. Unas propuestas que pasan más por
prevenir las corruptelas y desincentivar que se produzcan que por perseguirlas
y castigarlas posteriormente (aunque también sea imprescindible hacerlo a
posteriori).
Y es que el gran éxito de la lucha contra la corrupción no es
tanto la detección de muchos escándalos y la aplicación de duras sanciones a
los responsables, sino que resulta socialmente mucho más conveniente la
prevención de estos casos y, en todo caso, su detección temprana para evitar
que sus efectos económicos, políticos o ambientales acaben siendo
irreversibles. Éstas son algunas propuestas para poner freno a ese fenómeno que
tantos ciudadanos ven como uno de los grandes problemas de España.
MÁS PODER PARA EL
FUNCIONARIO QUE CONTROLA AL POLÍTICO
En España la
discrecionalidad de que disfruta el político para la contratación de cargos de
confianza y para la colocación de personal es rasgo común en casi todos los
niveles de la Administración, pero muy singularmente en la local. Un amplio
margen de maniobra en la gestión del personal que acaba potenciando la
selección en base a lealtades políticas y no por criterios de mérito y
capacidad. Y que, a la postre, "dificulta que los comportamientos
irregulares salgan a la luz en sus momentos iniciales", dado que "se
termina favoreciendo la aparición de redes clientelares interesadas en encubrir
las actuales ilegales", sostienen Gonzalo Rivero y Pablo
Fernández-Vázquez, profesores de la Universidad de Nueva York [aquí].
Ante esta situación, y dado que resulta caro y
(demostradamente) poco eficaz reforzar el control por parte de otras
administraciones (que suelen contener sus actuaciones por intereses
partidistas), resulta más conveniente potenciar que existan incentivos para que
los funcionarios de la propia Administración concernida denuncien casos
sospechosos. En el caso de los municipios, aparentemente los más afectados
(pero no sólo) por los casos de corrupción en el país, resulta así útil
reforzar el papel de los secretarios municipales y los interventores, que son
ambos categorías funcionariales de designación nacional y no quedan sujetos a
la discrecionalidad de la propia administración local.
"Para que este
control sea efectivo y disuada a los alcaldes de participar en actividades
ilegales, es fundamental que secretarios e interventores estén dispuestos a
ejercer de whistle-blowers [denunciantes o alertadores], revelando actuaciones
sospechosas", apuntan Rivero y Fernández-Vázquez. "El elemento clave
es que los funcionarios no teman represalias por parte de los propios
políticos", para lo que es preciso que "ni el empleo ni la retribución
de los funcionarios dependan del personal político del municipio". Es algo
que ya sucede en el caso de la administración, pero que se revela como
insuficiente porque siguen existiendo otras fórmulas indirectas para tomar
represalias, por lo que sería también tremendamente útil que se garantizarla el
anonimato del denunciante durante un tiempo y también que se aplicasen
sanciones concretas para los políticos que realizaran investigaciones internas
para descubrir la identidad de quien reveló el caso de corrupción.
En paralelo, para
reforzar el papel de secretarios e interventores ambos profesores proponen
acabar con la discrecionalidad en los requisitos que fijan algunos municipios
para ocupar ambas categorías funcionariales; garantizar el control previo de la
legalidad de un mayor número de materias sobre las que decide el gobierno
local; aumentar la coparticipación en la toma de decisiones por parte de los
funcionarios y que los políticos cedan parte de las competencias de
contratación ya sea a funcionarios o a personal independiente (realmente
independiente). "En la mayoría de países europeos se emplea un sistema por
el cual los cargos electos tienen capacidad de legislar pero la ejecución queda
en manos de un directivo profesional nombrado por mayoría cualificada y con un
ciclo que no coincide con elecciones", recuerda Pablo Simón, profesor de
la Universidad Pompeu Fabra y uno de los editores del blog colectivo Politikon.
"Al quitar las atribuciones de contratación e implementación al cargo
público las redes de intereses quedan condenadas a desaparecer" [aquí].
AGRUPAR MUNICIPIOS:
MÁS TAMAÑO, MENOS CLIENTELISMO
España tiene más de
8.000 municipios. Y aproximadamente la mitad de ellos cuenta con una población
de menos de 1.000 habitantes. En los últimos años, se ha alimentado el debate
sobre la conveniencia de fusionar ayuntamientos con el objetivo de recortar el
gasto en administraciones y para resolver las eventuales ineficiencias de
entidades demasiado pequeñas, poco profesionalizadas y con presupuestos
insuficientes para cubrir las necesidades de su población, aunque ésta sea muy
reducida. Algunos expertos, además, abogan por la agrupación de municipios
pequeños como medida para prevenir la corrupción.
"El aumento del tamaño del municipio puede aportar un
mayor grado de transparencia y fiscalización en el funcionamiento de la
administración", apuntan Rivero y Fernández-Vázquez. Y es que resulta
previsible que con entidades locales de municipios de mayor tamaño resulte más
difícil la creación de redes clientelares que se benefician y también encubren
comportamientos corruptos; que a mayor población el cuerpo de funcionarios
locales tenga una mayor preparación técnica y que, al tiempo, la oposición en
el ayuntamiento disponga de personas con una mayor preparación y así ejercer
con mayor eficacia su labor de control.
PARTIDOS POLÍTICOS
MÁS CONTROLADOS, MÁS DEMOCRÁTICOS, MÁS RESPONSABLES
Son varias las
iniciativas lideradas por intelectuales que recientemente se han organizado
para reclamar una nueva Ley de Partidos que sirva para renovar el
funcionamiento de estas organizaciones que tienen asignada en exclusiva la
representación de la ciudadanía en las instituciones y que se financian con
fondos públicos. El objetivo, reforzar el control sobre sus actividades y fomentar
la democratización de su funcionamiento. Hace dos semanas, se presentó el foro
'Por una nueva Ley de Partidos', liderado, entre otros, por el economista César
Molinas, el catedrático Luis Garicano y la abogada de Estado Elisa de la Nuez
[ver www.porunanuevaleydepartidos.es]. Y en los próximos días se presentará en
sociedad el foro Más Democracia, apadrinado por los exministros Jordi Sevilla
(PSOE) y Josep Piqué (PP) y varios catedráticos [ver
www.foromasdemocracia.com].
"En España hay que cambiar los partidos
políticos porque funcionan rematadamente mal, porque se han convertido en
instituciones para la defensa de intereses particulares en detrimento del
interés general", sostiene César Molinas, autor de Qué hacer con España
(Destino). "Hay que superar uno de los mayores errores de la Transición:
la autorregulación de los partidos españoles. Hay que regularlos desde fuera
(...). Hay que impulsar una nueva Ley de Partidos".
Entre las propuestas que maneja el foro en que participa
Molinas figura una nueva norma que obligue a los partidos a celebrar congresos
como mínimo cada dos años y teniendo una fecha fija, la celebración de
primarias para elegir a sus candidatos (se entiende que cuando mayor es la
competencia dentro del partido más fácil será contener la posible corrupción),
la elección de los delegados de los congresos con votación secreta entre toda
la militancia, mandato limitado de los tesoreros de los partidos y, también,
someter a los partidos a auditorías anuales realizadas siempre por auditores
externos y con carácter previo a la presentación de cuentas. Y es que son
muchas las voces que critican la poca eficacia de la auditoría a posteriori
(muy a posteriori) que realiza el Tribunal de Cuentas.
En paralelo, y como complemento a la regulación de los
partidos, los expertos recomiendan caminar hacia la despolitización de los
reguladores que deben controlar la acción de los propios partidos políticos. Y
es que los reguladores que están encargados de vigilar las actuaciones de los
partidos tienen a todos o parte de sus integrantes designados por los propios
partidos. Asimismo, y conocidos algunos ejemplos al respecto a los últimos
años, se reclama que los partidos hagan públicos todos los créditos y préstamos
obtenidos de los bancos, al tiempo que se debería prohibirse la condonación de
esos créditos por parte de las entidades.
Otras propuestas,
de todo signo, van encaminadas a fomentar la ejemplaridad y la promoción del
talento en el seno de las formaciones políticas. Desde promover que la política
no sea el modus vivendi permanente de los cargos públicos, a potenciar las
cuotas de los afiliados como modo de financiación (parcial) de los partidos, la
no admisión de procesados en las listas electorales o la creación de oficinas
de control de buenas prácticas dentro de los partidos. El listado de medidas
posibles en este sentido es, en realidad, casi inacabable.
SISTEMA ELECTORAL:
¿CUÁNTO TIENE QUE VER EL BIPARTIDISMO?
Las propuestas en
este ámbito giran muy fundamentalmente en torno a la necesidad de elevar la
proporcionalidad en el reparto de escaños y a la defensa de las listas
electorales abiertas y desbloqueadas. Se suele vincular ambas carencias con el
evidente bipartidismo existente en la política española y con el
distanciamiento entre representantes y representados; al tiempo que se
relaciona este duopolio en el poder con la persistencia de la corrupción por la
falta de alternativas.
Para favorecer la rendición de cuentas de los representantes
públicos (rendición de cuentas personal, no de todo el partido) se reclama
insistentemente desde muy diferentes ámbitos la adopción de un sistema
electoral basado total o al menos parcialmente en circunscripciones uninominales,
así como las listas abiertas. Y, en paralelo, para corregir la falta de
proporcionalidad y permitir la entrada con (más o menos) fuerza de otros
actores algunos expertos apuestan por, sin necesidad de recurrir a una reforma
de la Constitución, ampliar el número de escaños hasta el máximo permitido (400
diputados) cambiando el prorrateo del reparto de escaños y sustituir la fórmula
de reparto de escaños actual (fórmula D'Hont) por otra más proporcional.
El politólogo Pablo
Simón subraya, no obstante, que la relación entre bipartidismo y corrupción es
cuanto menos muy relativa [aquí]. Y es que algunos estudios muestran cómo
precisamente el bipartidismo fomenta el esfuerzo del partido rival por
controlar a la formación en el poder y denunciar sus casos de corrupción, dado
que sería el beneficiario directo del eventual castigo electoral. Puede
pensarse que en el caso de sistemas multipartidistas, al haber más formaciones
representadas, el control de las corruptelas podría llegar a ser mayor
(simplemente por haber más ojos vigilantes). Sin embargo, en estos sistemas
multipartitos puede desincentivarse la denuncia de corrupción por parte de
algunas formaciones si el beneficiario de conocerse el escándalo puede acabar
siendo otro partido o, en su caso, si el posible denunciante forma parte de los
gobiernos de coalición que son más probables si no hay bipartidismo.
LA TRANSPARENCIA
ESTÁ BIEN, PERO NO SIRVE DE MUCHO
España es un caso
único (preocupantemente único) entre los países de nuestro entorno por no tener
una regulación específica que garantice unos mínimos de transparencia para sus
poderes públicos. La esperada Ley de Transparencia se encuentra ahora en
trámite parlamentario, y políticos y medios de comunicación llevan ya meses de
debates y tiras y aflojas sobre los límites de la nueva legislación, sobre las
instituciones que estarán sometidas a ella... La transparencia, parece lógico,
resulta crucial para acercar la Administración a los ciudadanos (o no alejarla
aún más) y para facilitar el control interno y externo de las instituciones
evitando la opacidad en su funcionamiento.
A la espera de conocerse el contenido definitivo de la Ley de
Transparencia, que en algún momento llegará, algunos expertos ya advierten de
que la legislación, por sí sola, no servirá de mucho en la lucha contra la
corrupción. Mejor dar acceso al ciudadano a la información y al funcionamiento
de las instituciones que no hacerlo, claro; pero son pocos los que esperan que
la nueva ley obre el milagro de poner coto a los comportamientos fraudulentos
de nuestros políticos. La experiencia de otros países que hace ya tiempo que
abrieron al público toda la información de sus Administraciones muestra que su
volumen es tan extraordinariamente amplio que ni ciudadanos ni medios de comunicación
dedican demasiado tiempo a desentrañarla.
En Estados Unidos,
uno de los países con una Administración más aparentemente transparente,
"Hay una pequeña horda de ONG, lobistas, periodistas y frikis que se
dedican a repasar presupuestos con tanto detalle como sea humanamente posible,
pero las cuentas públicas son esencialmente inabarcables", subraya Roger
Senserrich, politólogo y editor del blog Politikon, en un post reciente [aquí].
"Aun sabiendo donde mirar, encontrar basura es rematadamente difícil".
Encontrar la corrupción es pues muy complicado, u ocultarla relativamente fácil
entre tanta información disponible. La mejor manera de esconder un árbol es en
un bosque, ya se sabe. "Sí, una ley de transparencia es necesaria. Pero no
podemos quedarnos ahí", sostiene Senserrich.
Algunos expertos
también apuntan que la transparencia sólo es tal si se regula en qué términos
ha de hacerse (con criterios homogéneos, no vale con publicar en la web las
cuentas de los partidos de la manera más favorable a sí mismos, con hacer
públicas partidas presupuestarias sin explicar las prioridades de gasto, o con
colgar en internet las nóminas de los políticos sin más precisiones sobre otros
ingresos... que, por lo general, no están contabilizados negro sobre blanco).
La información pública puede ser objeto de fácil manipulación, y además cuanto
mayor es la información facilitada más fácil es su banalización si no se ha
tratado con criterios de relevancia.
MÁS COOPERACIÓN Y
MAYOR RESPONSABILIDAD DE LAS EMPRESAS
La prevención
afecta no sólo al ámbito de actuación del corrupto, también el del corruptor.
En este sentido, resulta esencial fomentar la cooperación y la responsabilidad
de las empresas, promover un papel de cooperador con la justicia por parte de
las compañías, no como un adversario o un sospechoso habitual. "Este punto
de partida debería permitir un mayor acercamiento con el destinatario [la
empresa] y permitir una convicción de conveniencia para la propia empresa en
defensa de su actividad en el marco de una competencia leal", apuntaba
Silvina Bacigalupo, catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid, en un
seminario organizado por la asociación Transparencia Internacional. "Los
actos de corrupción lesionan la administración pública, por un lado, pero
suponen a la vez una disminución de la capacidad competitiva de las empresas,
por otro. El perjuicio que dicha distorsión de las reglas de competencia supone
para la actividad empresarial es incalculable".
El papel de las compañías como cooperador en la prevención de
la corrupción pasaría por fomentar la transparencia de sus relaciones con las
Administraciones Públicas, para lo que debería ser obligatorio informar sobre
las relaciones comerciales que se mantienen con organismos e instituciones
públicas, así como de las ayudas y subvenciones públicas que se hayan recibido.
Pero también por garantizar y asegurarse de que no sólo la actuación de la
propia empresa es correcto, sino también la de sus intermediarios y
proveedores. Y, además, se hace necesario que las empresas instauren un sistema
de garantías para la protección de aquellas empresas que, tanto desde dentro
como desde fuera de la compañía, realicen denuncias sobre actos sospechosos.
En paralelo, cada
vez son más las voces que piden una normativa que regule la actuación de los
lobbies en España, cuya actividad es plenamente legítima y (en principio) poco
tiene que ver con la corrupción, pero que siguen levantando sospechas dada la
poca transparencia en este tipo de relaciones entre grupos de interés/presión y
los legisladores. "Nada hay de mano en que los lobbies tengan acceso a los
poderes públicos para defender sus intereses, siempre que se haga con
transparencia, y no de espaldas a los ciudadanos, como hasta ahora",
explica Juan Francés, autor de ¡Qué vienen los lobbies! (Destino). "La
cuestión no es si el lobby es bueno o malo, sino si existe la suficiente
transparencia y mecanismos de control para que la sociedad pueda conocer cómo
operan los lobbies, cuáles son las relaciones que mantienen con los distintos
poderes públicos, y en qué medida sus actuaciones contribuyen a modificar el
resultado de las políticas públicas. Se echa en falta mucha mayor capacidad de
rendición de cuentas".
LA ACCIÓN DE LA
SOCIEDAD CIVIL: INSTRUMENTOS AL ALCANCE
El principal
instrumento al alcance del ciudadano para combatir la corrupción es,
indudablemente, el voto. El eventual castigo electoral que debería seguir a un
escándalo de esta índole, en principio, funciona como un incentivo para los
partidos políticos para controlar actuaciones ilícitas dentro de sus filas. En
teoría. Pero ni siquiera puede comprobarse esta máxima en España, dado que aquí
el castigo a la corrupción en las urnas es muy limitado. Descartado (o, como
mínimo, poco esperable) pues el rapapolvo electoral, la sociedad civil dispone
de otros instrumentos para ejercer una necesaria labor de control sobre la
clase política.
"El ciudadano suele pensar que su vida democrática
consiste sólo en votar y en ir a manifestaciones. Pero eso no es suficiente. El
ciudadano debe desarrollarse más en la sociedad civil, participar o impulsar
ONG, plataformas de defensa del interés público...", indica Beltrán
Gambier, abogado y miembro del comité ejecutivo de Transparencia Internacional
España, una organización cuya principal labor es el combate de la corrupción
mediante la prevención, la promoción de las reformas necesarias y la
concienciación.
"España necesita más organizaciones civiles
contra la corrupción", sostiene. Aparte de Transparencia Internacional,
otras asociaciones actúan en el país con el mismo objetivo de control de los
posibles actos ilícitos por parte de representantes públicos, tales como Access
Info, la Fundación Civio o la recién creada Asociación contra la Corrupción y
por la Regeneración Social (Accors). "Los resultados son relativos. Hacen
falta más organizaciones ciudadanas", apunta Gambier, que también abronca
a la ciudanía por el poco uso que da a algunas herramientas existentes. "Desde
1956 la Ley del Suelo recoge el derecho a actuación pública ante proyectos
urbanísticas. Si la sociedad civil hubiera reaccionado la Costa del Sol no
estaría como está", sentencia.
POTENCIAR LA VÍA
CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVA
En efecto, la
prevención y los sistemas de alerta temprana son los elementos que mayor
eficacia muestran en la lucha contra la corrupción. Pero de poco sirven las
denuncias y la pronta detección de los casos ilícitos si no van seguidas de
actuaciones rápidas y efectivas de los órganos sancionadores. En este sentido,
los expertos coinciden en la necesidad de elevar y fomentar el nivel de
eficacia de la jurisdicción contencioso-administrativa.
En este sentido, Rivero y Fernández-Vázquez, de la
Universidad de Nueva York, subrayan la necesidad de corregir la excesiva
lentitud que padece la vía contencioso-administrativa, "permitiendo así
que el problema se enquistara y las soluciones al mismo se hicieran más
costosas". Una lentitud que, además, ha venido acompañada por un uso insuficiente
de medidas cautelares que paralicen temporalmente las actuaciones sospechosas.
"Además, cuando se han producido sentencias, su eficacia ha sido limitada,
por cuanto en muchas ocasiones se han aceptado alegaciones de imposibilidad de
cumplimiento o se ha requerido el cumplimiento de la misma al propio
ayuntamiento, en lugar de actuar de oficio o solicitar la aplicación a otra
administración".
REFORMA DE LA
JUDICATURA Y MÁS MEDIOS PARA LA FISCALÍA ANTICORRUPCIÓN
El control de
última instancia es la persecución penal de los casos de corrupción. Las
propuestas sobre la jurisdicción penal son de todo tipo, pero muy
fundamentalmente giran en torno a una mejor tipificación y consideración de los
delitos (incluso hay quien reclama que las grandes estafas financieras se
consideren crímenes contra la humanidad) y un incremento de las penas que
podría reforzar su efecto disuasorio (en definitiva, que al corrupto no le
compense la apropiación de recursos públicos porque la condena será tan amplia
que no le permitirá disfrutar de esos fondos ilícitos una vez cumplida la
pena).
En paralelo, desde
la propia judicatura y el ministerio fiscal se reclaman más medios (técnicos y
humanos) que permitan una mayor especialización en la persecución y en el
enjuiciamiento, así como mejoras procesales. "Es necesario crear
tribunales especializados en la lucha contra la corrupción y la delincuencia
económica. La Audiencia Nacional no es un órgano especializado en delitos
contra la corrupción", sostenía el fiscal Anticorrupción Alejandro Luzón
en un reciente seminario organizado en Madrid por la asociación Transparencia
Internacional. "Es necesario despiezar o desglosar los procesos judiciales
para evitar el delito masa; como, por ejemplo, el caso Malaya, con 200 acusados",
sostenía en ese mismo acto José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del
Tribunal Supremo.
Son muchos los expertos que subrayan la necesidad, en
definitiva, la necesidad de reforzar la instrucción de las causas complejas
(fundamentalmente con más medios), de garantizar la independencia de fiscales y
juicios ante eventuales presiones políticas, de despolitizar el Consejo General
del Poder Judicial y la Fiscalía General del Estado...
Por último, desde el ámbito judicial y también desde el
político cada vez hay más voces que reclaman una reforma de la legislación
sobre indultos, con el objetivo de acotar la discrecionalidad del Gobierno
exigiendo una motivación para tomar la medida, de fijar un cupo máximo anual de
indultos y, sobre todo, para que algunos delitos queden excluidos de la
posibilidad de perdón gubernamental... singularmente, los delitos de
corrupción.
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