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24 de agosto de 2013

Dimisiones y juicios

17 agosto 2013
Luis García Montero – Comité de Apoyo de ATTAC España
Como ciudadano, yo quiero dimisiones, no sólo juicios. Pero la política española está en los tribunales. Sea por un camino o por otro, el ejercicio de la autoridad pública acaba en manos de un juez. Por una parte, así lo impone la corrupción, el delito que debe ser perseguido; por otra, y con mucha frecuencia en España, está la costumbre de judicializar el debate político, desplazar con más o menos razón el conflicto de las ideas a los órganos judiciales. Como además esto sucede en un país que ha gremializado la Justicia en la rutina del clientelismo bipartidista, la consecuencia última es el empobrecimiento grave de la política, la manipulación de la soberanía popular.
¿Para qué sirve la política? La falta de respuesta clara es lo que extiende el descrédito de una actividad fundamental para cualquier democracia. Sólo a través de la política existe la soberanía civil. Renunciar a ella significa dejar de ser dueños de nuestro propio destino, acomodarnos a la fatalidad del tiempo hostil, dejar que las mentiras y los males de una nación se conviertan en una enfermedad crónica, confundir una Constitución con un Código penal.
La corrupción hace daño a la política. Pero en el caso de España, donde la corrupción afecta de forma cotidiana a las esferas más altas del Estado, se produce un efecto perverso. Sucede algo más que la indignación, algo más que la sospecha sobre la condición humana que acaba en los consabidos todos son iguales, todos son unos ladrones, todos se meten en política para robar… Lo raro de España no es que haya corruptos, sino que los afectados por los escándalos no dimitan o no se vean forzados a dar explicaciones claras e inmediatas. Casos de corrupción se producen en cualquier país. Lo que diferencia a España es la falta de vergüenza democrática, el desplazamiento de las responsabilidades políticas a la decisión de los tribunales.
La política queda así caracterizada como un ejercicio secundario y más bien insignificante. Si hay casos de corrupción en la Casa Real, la política sale dañada cuando el Parlamento no exige por unanimidad responsabilidades y una explicación transparente de las cuentas del rey y de su familia. La política sale también herida cuando el Presidente del Gobierno y la cúpula de su partido se ven envueltos en un caso de corrupción -en el hay ya más que indicios- y los ciudadanos sólo recibimos por respuesta el silencio o un argumentario de falsedades camufladas en el honor del jefe. La capacidad de resistencia en la vida pública de los afectados por los escándalos no habla aquí del poder de la política, sino de su minoría de edad, de su falta de responsabilidad. El protagonismo de las responsabilidades penales llena el hueco de algo todavía más importante para una democracia: la responsabilidad política.
El daño que ha hecho la corrupción en la vida española es doble. No sólo confirma los efectos desastrosos del clientelismo en unas burocracias partidistas muy relacionadas con las élites económicas, sino que además está santificando la inutilidad de la política por la falta inmediata de dimisiones. Parece que los problemas sólo pueden resolverlos los tribunales. Y los tribunales están para perseguir delitos, no para exigir responsabilidades políticas.
En todo este panorama es significativa la facilidad con la que los propios partidos llevan a los tribunales las decisiones políticas de sus adversarios. Si la Junta de Andalucía aprueba un decreto contra los desahucios injustos, el Gobierno lo paraliza con un recurso en el Tribunal Constitucional. Si el Gobierno de la Comunidad de Madrid pretende acabar con la sanidad pública, la oposición política y social sólo puede paralizar las privatizaciones con un recurso ante el Tribunal Superior de Justicia de Madrid.
Es normal que algunas decisiones judiciales nos gusten más que otras. Es normal también que sintamos admiración por algunos jueces que, contra todo tipo de presiones, son capaces de llevar a cabo su trabajo. Pero dentro de la alegría o la tristeza, de la admiración o la rabia, el diagnóstico es el mismo para la política en España: su minoría de Edad, la falta del respeto por la soberanía civil, la costumbre de que las togas sustituyan a los votos. Con el horizonte que se ha preparando para el Poder Judicial, esta confusión de la política y los tribunales es un problema gravísimo para la Justicia y para la Democracia. Debemos exigir que los jueces hagan su trabajo en libertad. Y los ciudadanos deberíamos tener derecho a hacer el nuestro.
Artículo publicado en Público
ATTAC España no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.

Vía:http://www.attac.es/2013/08/17/dimisiones-y-juicios/

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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

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“La hambruna ya es una realidad en las banlieues parisinas y el pueblo español también está sufriendo la pobreza, como el resto de Europa”.

Los teóricos del neoliberalismo, “nos han hecho creer que hoy en día la austeridad es la única política posible, pero sólo se aplica a la clase trabajadora y nunca a los banqueros.

El neoliberalismo delictivo, “se cura con política”.

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“Con la comida que se tira podrían alimentarse 2.000 millones de personas”

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