“Para ser banquero hay que tener instinto criminal” esta antológica y premonitoria expresión corresponde a Alfredo Sáenz, vicepresidente y consejero delegado del Banco de Santander, en unas declaraciones a la
Actualidad Económica, a poco de tomar posesión en Banesto, no dudó en proclamar, se supone en un momento de lucidez, su pensamiento. El tiempo le ha dado la razón: estos esquizofrénicos banqueros tienen incrustado en su ADN el espíritu criminal, no les importa arruinar el país con tal de salir bien parados de sus poltronas. Nuestro personaje, Alfredo Sáenz, tiene el honor de ostentar el título de condenado y reafirmado por el Tribunal Supremo, a lo que hay que añadir una ascensión a codazos digna de un insigne trepador. Sin más dilación que el personaje entre en escena.
El nombre del sustituto de Mario Conde al frente de Banesto estaba decidido de antemano; se trataba de Alfredo Sáenz, el hombre que lucho con uñas y dientes, sin parar en barras, por la presidencia del BBV hasta que el antiguo equipo de Pedro Toledo se vio obligado a rendir las armas. Alfredo Sáenz, el elegido para hacerse cargo de la precipitada presidencia de Banesto, tras la reunión que mantuvieron el día de Navidad en la casa del gobernador los equipos del BBV y del Santander, penetra ufano en la planta noble del edificio a las siete de la tarde. Lleva en sus manos unas cuantas hojas papel escritas a maquina, con el membrete del Banco de España, que se
le designa como presidente solidario y administrador único de Banesto, es decir, el dueño y señor del banco con poderes absolutos, a cuyo ejercicio se dedicaría con denuedo hasta lograr muy pronto para si una saneada fortuna, por prestar servicios públicos, sin pagar los impuestos debidos a la Hacienda Publica. Todo esto para Sáenz, a pesar de como se habían producido los acontecimientos, representaba muchísimo más que mucho: incluso se hallaba en disposición de traicionar a su propio banco, el BBV en el que se sentía como gallina en corral ajeno después del triunfo de Emilio Ybarra, a ganarse una pitanza mas que suculenta en otro predio que resultara más favorable para sus propios y personales intereses. Enrique Lasarte, ya ex consejero delegado de Banesto, le presenta a los directores generales del banco y organiza el traspaso paso de poderes que el Consejo Ejecutivo del banco emisor había decidido tan sorpresivamente.
Alfredo Sáenz inicia así una nueva etapa en su vida, que colige promisoria. En su rostro, por en cima de las incertidumbres del momento, se pinta la satisfacción que le produce todo lo que esta sucediendo tan vertiginosamente. Le comenta a Lasarte que una de las cosas que más les ha sorprendido ha sido la decisión de Mario Conde de no vender sus acciones; le extrañaba hubiera decidido no largarse con el dinero fresco.
El 28 de diciembre de 1993, Alfredo Sáenz se encuentra de improviso con la presidencia de Banesto en las manos. Este vasco nacido en Baracaldo, aunque él sostiene con denuedo que vio la luz en Las Arenas, Geucho, feliz acontecimiento que sucedió en noviembre de 1942, no dudo un segundo en aceptar el cargo. Se trataba de la oportunidad de su vida, y estaba dispuesto a pagar cualquier precio por hacerse con las riendas del poder en Banesto y
enriquecerse lo antes posible a expensas de una entidad supuestamente en crisis. A los 51 anos recién cumplidos, Sáenz se erigió en “salvador” del banco con mas solera de España. El nuevo presidente provisional es un prototipo de la enseñanza jesuítica. Cursó el bachillerato en Indauchu y se licenció en económicas en la Comercial de Deusto, bajo los auspicios del padre Bernaola. Se nota que el estilo de la Compañía ha calado en la personalidad del sujeto: su forma de ser, de trabajar y de entender la vida esta marcada por su etapa discente bajo el lema
“la hipocresía al servicio de la eficacia”, o este otro:
“la pasta bien vale una misa”. Hizo algunos pinitos en la enseñanza hasta percatarse muy pronto de que el Cielo no le había llamado por el camino de la docencia. Algún alumno con el que he hablado le recuerda dirigiéndose a la escasa concurrencia con su voz apagada, que suele utilizar como escudo protector, no sabe bien de que. También dice que es licenciado en derecho con el número uno de su promoción, lo que resulta más que dudoso: en Valladolid, donde se examinaba, no había números en la licenciatura, y en sus declaraciones ante la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional afirmo
“no saber derecho y descansar en los abogados”. Quizá se le ha olvidado la ciencia jurídica tras tantos años de incesante actividad profesional en pro de entidades que se fueron al garete debido a su gestión.
Los orígenes profesionales de Alfredo Sáenz están vinculados a la industria vasca, sobre todo al pasarse bastantes años (1965-1980) en Tubacex, los suficientes para llegar a director general de la empresa, y los suficientes también para que, cuando la abandono en 1980, la dejara en quiebra. Pero Sáenz tuvo suerte; como une mucho lo de la Comercial de Deusto, Pedro Toledo, su compañero de días universitarios, lo rescato del “Titanic” Tubacex para llevarlo al Banco de Vizcaya. Los quince años en Tubacex culminaron con la quiebra de la empresa y la ruina de sus trabajadores. Algunos directivos de la época aún recuerdan con sorna que una de las apuestas que hacían entonces entre si, era el tiempo que tardaría Sáenz en desbancar a su mentor del cargo presidencial y quebrar el banco. No se equivocaron aquellos que apostaban a que Alfredo Sáenz pretendía, por las buenas o por las malas, llegar a la presidencia del BBV una vez fusionado con el Banco de Vizcaya.
Sáenz se empleó a fondo por llegar a la cima del banco, no obstante consumada su derrota en el BBV Sáenz quedo reducido a la gratificante condición de vicepresidente cuasi honorífico sin funciones efectivas, siempre rumiando el rencor hacia los de Neguri que no habían sabido ver su cualidades de banquero. De esta decepción viene lo que vino después su venganza en plato frío, cuando finalmente se vio convertido en el “superagente” del Banco de España en el Banesto intervenido, decidió que ya se habían terminado sus días oscuros en el BBV ahora iba a ser importante de veras. Se iban a enterar los de Neguri de quién es
Freddie! Con este cariñoso apodo,
Freddie, es conocido en determinados ambientes íntimos, lo que se debe a su incontinente afición de mezclar palabras inglesas, vengan o no a cuento, en todo lo que dice para paliar así las notorias deficiencias de un castellano, el suyo, cuya sintaxis deja bastante que desear. Pueden leerse sus divertidas intervenciones en la Comisión Banesto: recuerdan en todo al mejor Cantinflas, pero en versión
yuppie.
El antecedente que Alfredo Sáenz ostentaba para ser elegido por el Banco de España como funcionario público en la intervención de Banesto fue otra intervención sonada: la de Banca Catalana, el banco fundado por Jordi Pujol que en su seno, el consejo de administración, se fundo Convergencia Democrática de Catalunya. Banca Catalana acabó en manos del BBV, sobre Sáenz en su etapa en Barcelona cuentan sus allegados que, al igual que José María Aznar, habla perfectamente el catalán en privado. Los catalanes, a cuya estirpe se honra en pertenecer el autor de este artículo, que no son mancos en eso de los apodos, nada más llegar a la ciudad Condal empezaron a llamarle
“el batracio”, dicen que por la notoria semejanza de su faz con el sapo. Aunque no soy partidario de aludir al físico de los criticados, hay que convenir en que hay algo de esto en el inverecundo parangón. Sáenz es de esas personas que piensan, con toda la razón del mundo, que el que no se arriesga y se moja el culo no cruza el charco, aunque blasona de ser precavido: le gusta el riesgo, siempre que sea controlado y no se refiera a si mismo, sobre todo a su bolsillo. También dicen que es un acérrimo partidario de los métodos empresariales: la biblioteca de su lujosa residencia en La Moraleja esta repleta de libros sobre tan apasionante disciplina, un verdadero vicio para él, hasta el punto de que siempre presume de estar a la última de todo lo que se publica sobre gestión empresarial, una materia en verdad fascinante. No consta en cambio la menor referencia sobre cualquier hipotética afición a las humanidades, ni tampoco referencia a libros de autoayuda de cómo hacerse rico en un par de meses, o como robar sin ser visto, o más difícil todavía, todo lo anterior junto con el añadido de cómo se puede
engañar a todo bicho viviente empezando por los accionistas de Banesto: se les hizo creer que el banco había sufrido pérdidas por 577.923 millones de pesetas, lo que le situaba en quiebra técnica.
El neto patrimonial de Banesto (capital mas reservas) era de 357.986.889.724 pesetas, y que para paliar este resultado, siempre y cuando aprobasen el plan de saneamiento como un todo, el Fondo de Garantía de Depósitos aportaría una subvención de 285.000 millones, lo que permitiría situar el nuevo neto patrimonial, después de resultados, en 65.063.761.600 pesetas, que dividido entre las 162.659.404 acciones en circulación iba a fijar el valor de la acción en 400 pesetas justas
¡Sin ningún decimal! Que casualidad, qué milagro financiero tan ajustado las pérdidas, producto de miles y miles de transacciones de signo adverso, venían a arrojar en el “caso Banesto” un resultado tan sumamente preciso que permitía valorar la acción en 400 pesetas mondas y lirondas. Como afirmaron los peritos Ramón Tamames y Gerardo Ortega en su informe, luego ratificado ante la Audiencia Nacional,
“no hace falta tener grandes conocimientos matemáticos para saber que esa casualidad es imposible”. Era el resultado de otra manipulación fraudulenta consistente en calcular el valor de la acción, no ya en función de las pérdidas, sino a la inversa:
las pérdidas se fijaron en función del valor que arbitrariamente los depredadores quisieron asignar al título. No se trataba solo de que las pérdidas no mencionen en absoluto tal calificación, pues, según reconoció el propio gobernador, eran reversibles por naturaleza, y por tanto, como exigen los artículos 38.1c y 39.3 del Código de Comercio,
había que distinguir en el balance las realizadas e irreversibles de las potenciales o reversibles, a fin de que un dato de tanta trascendencia fuese conocido por los accionistas llamados a sufrir no solo la desaparición de las reservas acumuladas durante tantos años por 244.000 millones, sino también una reducción de capital por 48.798 millones. Cuyos accionistas, sobre todo, iban a ser victimas de una ampliación de capital en la que
se les privaría del derecho de suscripción preferente y, por tanto, de las expectativas, mas bien seguridades, de recuperar unas inexistentes pérdidas con las que se les castigaba de manera inmisericorde. El cálculo, por tanto, no fue el resultado de provisiones o correcciones valorativas asignadas de forma individualizada a los elementos del activo, sino que se hizo de forma globalizada y arbitraria, según reconoció la propia Inspección del Banco de España y lo denuncia expresamente el Tribunal de Cuentas,
en la medida que pareció necesaria a los expoliadores para situar el valor de la acción en 400 pesetas justas y cabales.
En definitiva, se buscaba con tan burda maniobra privar a los antiguos accionistas del derecho de suscripción preferente sin modif1car la Ley de Sociedades Anónimas, cuyo articulo 169.1 exigía respetar ese derecho en los casos de ampliación de capital tras su reducción a cero. E1 objetivo perseguido no era solo sustituir a los administradores de la entidad, ni ayudar a un banco en crisis para paliar equitativamente sus efectos adversos.
Lo que en verdad se perseguía era “el cambio del accionariado”, era apoderarse abruptamente del banco. E1 Banco Santander adquirió finalmente 381.680.000 acciones de Banesto, representativas del 62,30% de su capital social, por 286.151 millones de pesetas, lo que suponía valorar el 100% del banco en 459.069 millones. El fabuloso negocio ha quedado de manifiesto en la OPA del Santander sobre las acciones de Banesto formulada en el primer trimestre de 1998, en la que se valoró cada acción en 1.975 pesetas. Un valor que habían certificado como efectivo los administradores de la entidad opante, entre ellos Alfredo Sáenz, los auditores externos, el banco de negocios norteamericano Goldman Sachs y la entidad independiente de valoración Peat Marwick Auditores, ésta nombrada por el Registro Mercantil. Como Banesto tenia 612,6 millones de acciones, esa valoración realizada por tan prestigiosas entidades significa que el
valor total efectivo del banco ascendíaen 31 de diciembre de 1997 (fecha de referencia 4 años después de la intervención)
a un billón doscientos diez mil millones de pesetas, un valor que no podía deberse en modo alguno a las ayudas del Fondo.
La recuperación de Banesto esta más próxima al milagro que a la gestión de sus nuevos administradores; el descomunal “agujero” no existía o se exagero enormemente; las ayudas del Fondo, prestadas con dinero publico, eran innecesarias de todo punto; las provisiones “mínimas imprescindibles”, que formaban la mayor parte del “agujero”, eran sobre todo provisiones “reversibles”… En suma, el Santander, que adquirió el control de Banesto haciéndose con un 62,30% de su capital
por 286.131 millones de pesetas, realizo un fabuloso negocio gracias a la intervención decretada por el Banco de España en detrimento de los antiguos accionistas.
¿Quién puede decir todo esto con la mayor autoridad? Pues lo dijo el mismísimo presidente del banco cantabro, Emilio Botín, al dirigirse a la junta de accionistas del Santander el 21 de marzo de 1998, manifestó expresamente en su discurso:
“Los últimos doce meses han sido muy positivos para el grupo y quiero comenzar subrayando lo que para nosotros es lo mas importante: el valor que en este periodo hemos creado para nuestros accionistas. Cuando en marzo de 1997 me dirigía a ustedes, la acción del Santander cotizaba a 3.250 pesetas y la capitalización del Grupo se situaba en los 1,5 billones de pesetas. Hoy un año después, la acción del Banco cotizaba en la apertura de esta semana a 7.220 pesetas y nuestro valor de capitalización,contando con la operación Banesto de que luego hablaré, se sitúa en 4,1 billones. Valemos 2 billones de pesetas más que hace un año.” A pesar de su triunfalismo, Botín no dejo de apuntar en su intervención ante la junta un leve matiz de modestia, ya que la diferencia de capitalización a que aludía era, en realidad, de 2,6 billones, según las cifras que el eminente banquero acababa de citar (4,1 y 1,5 billones, respectivamente), pero, según parece, el hombre no quería alardear en exceso y desprecio nada menos que 600.000 millones de pesetas. Al fin y al cabo, venia a tratarse de decimales, ¿Y qué son los decimales, con 600.000 millones de pesetas, para uno de los personajes mas ricos del mundo?
Lo que no le impidió reconocer que tal prodigio financiero, de mucha más envergadura que la multiplicación evangélica de los panes y los peces, se había conseguido “contando con la operación Banesto”. La crisis de Banesto no es propiamente la crisis de esta entidad bancaria, sino la de sus accionistas, que han sufrido una arbitraria e inconstitucional expropiación sin recibir el justiprecio adecuado, y de los miles de trabajadores que se han ido a la calle echados con malas artes por los nuevos administradores, sin que los sindicatos hayan dicho ni media palabra. Es evidente que, con motivo de la intervención de Banesto, en las cajas del banco presuntamente en crisis ingresaron 465.000 millones de pesetas. Pues bien,
¿Cuánto pago el Santander por el 62,30% de las acciones? 286.000 millones. ¡
Atentos! que ahora viene la inestimable labor como funcionario público de nuestro personaje Alfredo Sáenz ¿Cuanto representaba entonces el 62,30% de esos 465.000 millones en dinero público? Prácticamente lo mismo: 289.500 millones. El Santander, por tanto, no pago nada; el verdadero precio de las acciones de Banesto lo pagamos entre todos los españoles con dinero publico, un dinero regalado al Santander por el tremendo esfuerzo de presentar en el Banco de España una plica sin firma. Y, además, se apodero de la red de sucursales bancarias mas completa del país, como señaló el vicepresidente de JP Morgan al declarar ante la Sala. En suma, se alzo con el inmenso valor de Banesto, que el propio Banco Santander, con ocasión de su opa, ha cifrado —como hemos visto— en un billón doscientos dieciocho mil millones.
En la intervención de Banesto, dirigida y ejecutada por la “autoridad” monetaria, no se persiguió en realidad la protección de los accionistas, los depositantes o el interés público,
sino la consecución de un beneficio exorbitante para el Santander y los coautores, cooperadores y encubridores de la tropelía. No es necesario que nos devanemos los sesos para entender que el verdadero origen del “caso Banesto” radica en quienes han urdido la intervención para buscar un inmenso beneficio económico y la impunidad mas absoluta en el abordaje del viejo galeón en la que
Alfredo Sáenz tiene el honor de figurar como la “voz de su amo” en el atraco del siglo a quien Botín soborno para poder acceder a la propiedad y control de Banesto a precio regalado facilitando la información privilegiada y la simulación de un “agujero” que tan solo servia para obtener los fondos públicos con que nuestras señorías se apresuraron rápidamente a concederlos. Creo que muchos se preguntaran al llegar a su fin, éste y el anterior artículo, sobre la vida y milagros de Alfredo Sáenz y la intervención de Banesto ¿Y Mario Conde que hizo mientras se consumaba el atraco del siglo en el banco que presidía? Lo incomprensible para un abogado del Estado número uno de su promoción, nadar, guardar la ropa y buscar una solución política que lo devolviera a la presidencia del banco, cuando se percató que era una encerrona en lugar de centrarse en los números del balance contable, donde tenía todas las de ganar, se fue por los cerros de Ubeda a revelar secretos de Estado y meter en la calle a Felipe González desvelando su intervención con el GAL. Así le ha ido, le montaron una truculenta “historia” de que había metido la mano en la caja, le condenaron, lo metieron en la cárcel, le colocaron la etiqueta de condenado y en el teatrillo montado le dieron el papel del tonto de la película como protagonista de un carismático personaje venido a menos en
Una cabeza de turco con brillantina.
Si lo explicado en este post, y en el anterior, tuviera unas décimas de inveracidad los protagonistas del soborno (sobornante y sobornados) con una legión de abogados y una asesoría jurídica que llenaría el estadio del Bernabeu, con seguridad, no iban a permanecer pasivos. Se han dado nombres, apellidos, empresas pantalla, y toda una serie de detalles para poner las cosas en su sitio. A muchos les puede parecer increíble pero es verdad.
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