Josep Giralt | 05 de septiembre de 2013
No tengamos envidia de los que están encaramados, porque lo que nos parece altura es despeñadero. (Séneca)
El poder no corrompe; el poder desenmascara. (Rubén Blades)
Una de las mayores lecciones de mi vida la tuve en el Congreso de los Diputados, cuando trabajaba en el Grupo Mixto durante la última legislatura de Felipe González. Recuerdo haber sentido el peso de la soledad al observar el rostro abotargado del presidente en los pasillos del hemiciclo. Percibir el gesto de superioridad y delirio narcisista en la cara del hombre que había situado de nuevo a España en el mapa del mundo, fue como absorber de golpe toda la obra de Dostoyevski. Allí comprendí cómo se había alejado tanto de la realidad y cómo se le habían escapado tantos casos de corrupción. “Soy menos accesible ahora, pero tal vez he ganado en otro nivel de respetabilidad. En la medida que mi imagen se ha distanciado del pueblo por una parte, por otra se ha consolidado a los ojos de algunos sectores que soy una persona capaz de defender al Estado.” Apenas quedaba nada en él que recordase al joven Isidoro. En una conversación amistosa con un compañero de prensa del PSOE y hablando sobre el destino del partido, me confeso que cuando se está instalado en el poder, nadie tiene el coraje de contradecirte. “No queremos correr la misma suerte que el que fue secretario general de la Presidencia, Julio Feo. Además no olvides que ningún hombre quiere perder las prebendas conseguidas, ni regresar a su punto de partida”.
David Owen, médico de profesión, y ex ministro de Sanidad y de Exteriores británico, se ha concentrado en los últimos años en la medicina y en la investigación del cerebro humano.El psiquiatra afirma que muchos de los que nos gobiernan son peligrosos enfermos mentales. Tengo que reconocer que dichas conclusiones no me han sorprendido demasiado. No sé por qué, pero el primero que me ha venido a la memoria es Francisco Franco. No creo que vaya a pasar a la historia (por mucho que insistan) como un ser justo y equilibrado. Tuvo infinidad de problemas con un padre adicto a las prostitutas y una madre que estaba todo el día postrada en misa. Luego se comprometió con una burguesa medio bruta de provincias para acabar rezando ante el brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila, hasta el final de sus días. Eso sí, las oraciones a la Santa no impidieron que firmará penas de muerte. Todo era poco para salvar a España. Este caballero de voz atiplada, conocido en Oviedo como El Comandantín, era impotente, pero esto no le supuso un problema a la hora de cortar cabezas con el sable en su gloriosa etapa de Marruecos. Estuvo en el poder durante 40 años. ¿Cómo puede ser que ningún Gobierno desde la transición haya sido capaz de condenar el franquismo? Todos conocemos la respuesta. Y así hasta hoy.