16/5/2014
Àngels Martínez i Castells – Consejo Científico de ATTAC España

El experimento empezó de hecho por América Latina, con la imposición de un durísimo programa neoliberal en los años 90. Se promovió en Washington en un acuerdo de republicanos y demócratas con las Instituciones financieras y económicas internacionales (FMI, Banco Mundial), y lo bautizó el economista británico John Williamson en 1989. Se trataba de no conceder créditos sin que los gobiernos aplastados por la Deuda aceptaran una serie de medidas de estabilización y ajuste, y la lucha contra el déficit público con reducción del gasto, limitar la progresividad impositiva, privatizar empresas públicas, “liberalizar” el comercio y abrirse a los mercados internacionales de capital eliminando trabas a la inversión extranjera. Para ello se recomendaba también desregular las condiciones y derechos de los asalariados y asalariadas.
Desde entonces, las sucesivas legislaciones y acuerdos internacionales no han hecho más que profundizar en las líneas maestras del Consenso de Washington: disciplina fiscal con redistribución regresiva (los impuestos progresivos pasan al desván) y adelgazamiento del Estado hasta su práctica inanición en capacidad de mantener los servicios públicos: se abre la gran época de las desigualdades con olvido del bien común y la equidad mientras la pobreza afecta de manera especialmente cruel a mujeres y niños.
A pesar de que el Consenso de Washington tuvo unos efectos desoladores donde se aplicó, en América Latina, y en especial en México, Argentina o Uruguay, reapareció en Bruselas y se impuso con mayor dureza a los países de la U.E. más hundidos en esa crisis-estafa: Grecia, Irlanda, Portugal y España, pero no sólo. Las líneas maestras del Consenso de Bruselas se revisten (o disfrazan) de “disciplina” macroeconómica sin entrar en la corrupción desestabilizadora que asola a la mayoría de estos países, aplicando por tanto de modo sesgado (y muy complaciente para las mafias) el control del gasto. El austericido que significan genera injusticia social, precariedad, marginación, pobreza, enfermedad, violencia de género y aumento del número de suicidios…
En la sombra, el camino hacia el abismo abierto por los Consensos de Washington y Bruselas se quiere concretar en la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP en sus siglas inglesas) para eliminar los aranceles que limitan el comercio de productos agrícolas e industriales, quitar las trabas residuales a las inversiones extranjeras, en especial en los sectores de servicios y contratación pública, y homogeneizar finalmente “los estándares, normas y requisitos para comercializar bienes y servicios a los dos lados del Atlántico”. Se trata en definitiva de crear un gran espacio económico sin barreras a las grandes multinacionales ni a los fondos de inversión, buitres o no (o más o menos), que hagan realidad para Europa y Estados Unidos los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio y la Unión Europea sobre liberalización de servicios. O sea, más privatización de los servicios públicos, que pueden ser muy rentables para el sector privado, en los países de la UE.
Pero con la TTIP el neoliberalismo destroza definitivamente los derechos laborales, entra en las políticas agrícolas y coloniza la alimentación, y no respeta para nada la cultura de cada comunidad o país ni la naturaleza, ni los derechos de propiedad intelectual, ni la contratación ni la sanidad públicas. Y con nuevas desregulaciones del sector financiero, otro de sus grandes objetivos es que las empresas privadas tengan un acceso ilimitado a todos los sectores de la economía, especialmente los de la sanidad.
Como informa la FADSP, el acuerdo se está negociando con total ausencia de información a la opinión pública, sin contar con las organizaciones de la sociedad civil mientras los grandes grupos empresariales, las multinacionales y los lobbies de presión han tenido la oportunidad de participar e influir en las propuestas, y puede tener efectos nefastos para la sanidad pública. Para ello persiguen la llamada “cooperación reguladora”, que permitiría su participación directa en los procesos de redacción de normativas y legislación… Algo así como conseguir que los grandes lobbies ocupen de hecho (y de forma ya descarada y constitucional) el papel de los legisladores elegidos en las urnas.
Por ello es especialmente importante saber que también nuestro voto en las próximas elecciones europeas puede contribuir a ponernos más los grilletes del Consenso de Bruselas y la TTIP o puede reforzar la tendencia contraria. Dar el voto a socialdemócratas, conservadores o los llamados “liberales” (los partidos del bipartidismo) refuerza el Consenso de Washington y, digan lo que digan, nuestros derechos, puestos de trabajo dignos y cultura propia. Y solamente el voto vinculado con la propuesta de Alexis Tsipras para Presidente de la Comisión Europea supone cuestionar seriamente el Consenso de Bruselas… y la amenaza cada vez más concreta y siniestra de la TTIP.
Para saber más del Consenso de Bruselas y las elecciones europeas, leer a
G.Búster en SinPermiso, y sobre los efectos para la sanidad pública de la TTIP,
aquí.
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Vía:
http://www.attac.es/2014/05/16/del-consenso-de-bruselas-a-la-asociacion-transatlantica-para-el-comercio-y-la-inversion/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=del-consenso-de-bruselas-a-la-asociacion-transatlantica-para-el-comercio-y-la-inversion
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