1/2/2016 - Javier Gallego
Europa será la tumba de los refugiados. Los gobiernos europeos han decidido que así sea, que sea la tumba y el campo de concentración, de humillación y de congelación.
No podemos hacer como aquellos bañistas italianos que seguían tomando el sol aunque las olas habían dejado un cadáver en la orilla. Hay que movilizarse para apoyar a los que se movilizan para salvar vidas.
Europa será la tumba de los refugiados. Los gobiernos europeos han decidido que así sea, que sea la tumba y el campo de concentración, de humillación y de congelación. Hace 10 días una madre de 35 y su hijo de sólo 5 años, murieron de frío cerca de Lesbos. Este fin de semana se ahogaron otros 39 refugiados, 10 de ellos niños, en un nuevo naufragio en las costas de Turquía. Las imágenes de sus cuerpos sin vida en la orilla se repiten cada semana, incesantes, como un goteo de sangre. Están dejando que se desangren. No sólo no cuentan sino que su muerte les descuenta problemas. Cada cadáver es un refugiado menos del que preocuparse. Cada niño muerto, una boca menos que alimentar. Aylán ya no les hace llorar.
Muy pronto han olvidado los líderes europeos sus lágrimas de cocodrilo por el niño sirio que apareció ahogado como un muñeco de trapo en las costas de Europa. Muy pronto, sus promesas de ayuda que no fueron más que una foto para calmar la alarma social. Nosotros nos lo tragamos con la misma facilidad con la que el mar se traga a los refugiados. No sólo lo han olvidado y han decidido que no van a hacer nada por evitarlo, es peor: han empezado a perseguir también a los ciudadanos, los voluntarios y las organizaciones que tratan de ayudar a los náufragos, a los que la Unión Europea estudia acusar de complicidad con las mafias. Europa quiere cargar con la culpa a quienes les quitan el muerto de encima.
Pero es lo que no quieren. Los quieren muertos para no tener que preocuparse y no quieren que la ayuda de la gente les ponga en evidencia. Que pongan en evidencia que 309 personas han perdido su vida en el mar sólo en enero y 3700 se ahogaron en 2015. Mueren como chinches, que es lo que son para Europa, un problema que pica y escuece. Me cuesta mucho utilizar ciertas palabras a la ligera, pero no se puede negar lo que es: es un genocidio por el deber de omisión de socorro. No es sólo una inmoralidad, es también una ilegalidad. Si además persiguen a quienes dan auxilio, habría que llamarlo, ya sin cortarse, genocidio activo.