Probablemente, los dos factores que con mayor intensidad han generado cambios profundos durante las últimas décadas en las sociedades occidentales y en el modo de vida de quienes pertenecemos a ellas han sido los avances científico-técnicos, por un lado, y la evolución del modelo económico, por otro. Los desarrollos imparables de la tecnología han ido requiriendo una superespecialización que ha acabado por poner en manos de los expertos y de los "tecnócratas", no sólo las decisiones técnicas, sino también la mayor parte de las decisiones políticas, económicas y sociales, mediatizadas por sus previsiones y sus informes preceptivos. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el tipo de racionalidad que preside esos informes y, por tanto, esas decisiones es tan sólo una racionalidad instrumental, un conjunto de operaciones funcionales de contrastación de datos, de deducciones e inferencias lógicas, que en ningún momento da cabida ni permite incluir reflexión alguna sobre los fines últimos, sobre los significados no funcionales de lo que se decide, o sobre los valores que se promueven o debilitan con lo que resulte de tales decisiones. Se piensa que todo esto de los valores, de los significados y de los fines queda relegado al plano de las subjetividades individuales y de las creencias de cada uno, y que, como la religión, debe tener su lugar propio en la esfera de lo privado. En lo público, hemos pasado de un modo de entender la vida en el que había sagrado y profano a otro donde la totalidad de los fenómenos se unifican bajo el concepto de mundo. Un mundo ya sin misterios, desencantado, racionalizado.
"El interés público y los procesos democráticos han sido secuestrados por los intereses de unos pocos"