2/3/2014
Probablemente, los dos factores que con mayor intensidad han generado cambios profundos durante las últimas décadas en las sociedades occidentales y en el modo de vida de quienes pertenecemos a ellas han sido los avances científico-técnicos, por un lado, y la evolución del modelo económico, por otro. Los desarrollos imparables de la tecnología han ido requiriendo una superespecialización que ha acabado por poner en manos de los expertos y de los "tecnócratas", no sólo las decisiones técnicas, sino también la mayor parte de las decisiones políticas, económicas y sociales, mediatizadas por sus previsiones y sus informes preceptivos. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que el tipo de racionalidad que preside esos informes y, por tanto, esas decisiones es tan sólo una racionalidad instrumental, un conjunto de operaciones funcionales de contrastación de datos, de deducciones e inferencias lógicas, que en ningún momento da cabida ni permite incluir reflexión alguna sobre los fines últimos, sobre los significados no funcionales de lo que se decide, o sobre los valores que se promueven o debilitan con lo que resulte de tales decisiones. Se piensa que todo esto de los valores, de los significados y de los fines queda relegado al plano de las subjetividades individuales y de las creencias de cada uno, y que, como la religión, debe tener su lugar propio en la esfera de lo privado. En lo público, hemos pasado de un modo de entender la vida en el que había sagrado y profano a otro donde la totalidad de los fenómenos se unifican bajo el concepto de mundo. Un mundo ya sin misterios, desencantado, racionalizado.
"El interés público y los procesos democráticos han sido secuestrados por los intereses de unos pocos"
La repercusión de esta exigencia de especialización y de funcionalidad instrumental ha afectado, pues, no sólo al conocimiento del mundo físico y al de las estructuras externas de la sociedad, sino también a la interioridad misma de los individuos. Al quedar engranados en un funcionamiento general, objetivo y diferenciadamente especializado, los individuos humanos ya no son quienes dan sentido y coherencia a los procesos o ámbitos de lo que científica, técnica, económica o socialmente sucede, sino que su existencia se reduce a cumplir con los respectivos papeles que en ese funcionamiento anónimo y sus dinámicas se les exigen y se les obliga a desempeñar.
Por otro lado, el modo como ha evolucionado últimamente el modelo económico capitalista confluye y refuerza este debilitamiento del individuo como ser humano. La crisis económica, financiera, política y social que padece Europa ha enfilado por fin hacia una deriva clara y visible: el interés público y los procesos democráticos han sido secuestrados por los intereses de unos pocos. Lo dice el informe "Gobernar para las élites: secuestro democrático y desigualdad económica", elaborado recientemente por la organización Oxfam Intermón. El estudio está hecho a partir de datos objetivos ofrecidos por diversas instituciones oficiales e informes internacionales, datos que se confirman con los que ofrecen también la OCDE, el BM, los Luxembourg Income Studies o la propia Comisión Europea.
Covadonga Jiménez mira lo que queda de su casa demolida. foto (Reuters)
Especial hincapié se hace en el espectacular aumento de las desigualdades económicas, a causa de la masiva concentración de los recursos económicos en manos de una minoría y su incidencia en la sociedad y, particularmente, en determinados sectores de ella. Los datos son muy elocuentes, y hablan por sí solos: la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población, y buena parte de esa riqueza está a buen resguardo en paraísos fiscales. La riqueza de 85 individuos es la misma que la de los 3.570 millones de personas que forman la mitad más pobre de la población mundial. Un alto directivo en una gran empresa puede llegar a ganar hoy unas 900 veces más que un empleado medio de esa misma empresa. Pero, aparte de estos datos, diariamente muchas noticias nos confirman cómo y a qué velocidad ascienden los niveles de pobreza sobre todo en los países más pobres, o en qué cuotas están las cifras de paro juvenil. El número de españoles atendidos en los servicios de acogida de Cáritas ha pasado de 370.000 en 2008 a 1'3 millones en 2013. En medio de esta situación se señala a determinados chivos expiatorios como, por ejemplo, los inmigrantes, y así se desvía la atención de los problemas que deberían acometerse sin más dilación. ¿Qué hacen los centros de decisión europeos, Bruselas o Berlín? A la vista de todo esto, ¿se puede seguir hablando todavía, con alguna credibilidad, de "comunidad europea" y de "modelo social europeo"?
"La sociedad tal vez funcione, pero no satisface las exigencias de sentido de los individuos que estallan, sobre todo, en situaciones de conflicto"
Es evidente que una desigualdad de esta naturaleza es destructiva, pues socava la sociedad desde dentro. Rompe el contrato social, y no es extraño, por tanto, que provoque desórdenes, conflictos sociales e inestabilidad. Una forma de orden social aceptable para la mayoría sólo puede ser la que se basa en un consenso que reúna, exprese y realice, en cierta medida, la aspiración común a que unos valores y unas ideas ampliamente compartidos configuren el proyecto conjunto y el sentido de ese orden social.Hoy ya no se impone el orden tradicional y las creencias del pasado automáticamente para organizar una sociedad. La socialización de los individuos y su coexistencia pacífica se producen cuando la incorporación de unos valores, creencias y significados representan una cierta instancia normativa efectiva y mayoritaria a la que poder recurrir, en situaciones de conflicto, a modo de legitimación. Si esto no se da, si en vez de promoverlo y potenciarlo se ignora o directamente se socava, la sociedad deja de existir como sociedad y se convierte en una masa informe de individuos a la que es preciso controlar y dominar. La burocracia administrativa y gubernamental se vuelve autónoma. La sociedad tal vez funcione, pero no satisface las exigencias de sentido de los individuos que estallan, sobre todo, en situaciones de conflicto. El Estado, la Administración, aparece como una fuerza externa hostil y enemiga que amenaza con abatirse sobre los individuos y aplastar sus aspiraciones de libertad y de realización personal. Esa es la razón de la ruptura social abierta, o, como mínimo, de la desimplicación y la huída fuera de la sociedad de individuos que se ven así relegados a la marginalidad.
Las revueltas de Gamonal son un ejemplo de cómo el estallido
social puede generalizarse. (Efe)
Se puede pensar, sin duda, en una sociedad que, como una máquina, funcione sin necesidad de fundarse en significados y valores. Tal vez los asesores de las grandes empresas, de los gobiernos y de sus dirigentes, han hecho valer la idea de que la necesidad general de que la sociedad funcione hace finalmente que los individuos acaben por aceptar las situaciones de hecho y la legalidad ordenada y promulgada de manera decisionista por los poderes políticos. De lo que se deduciría que el reconocimiento fáctico de estas situaciones y de esta legalidad hace innecesaria la cuestión de su grado de racionalidad o la de su fundamentación en valores. Yo no creo que esto sea así. Las cosas no son tan simples como esta teoría funcionalista quiere hacer ver. Porque en una sociedad así se ha de suponer que se tiene que dar, por parte de los ciudadanos, la pura aceptación inmotivada de cualquier situación o de cualquier legalidad. Y esto no sucede. Los que creen que sí, olvidan y ocultan de manera sospechosa la necesidad concomitante, por parte del Estado, de un creciente reforzamiento de sus capacidades de vigilancia, de control y de represión para hacer frente y sofocar la insatisfacción y la no adhesión de los ciudadanos al sistema. Ocultan que estas sociedades arrastran un potencial explosivo de rebelión que hace que en ellas cualquier iniciativa de mayor reforzamiento del orden, o de imposición de leyes que chocan con sus sistemas de valoración, provoquen la contestación y la resistencia civil.
"En España, el 80 % de la población cree que las leyes están hechas para favorecer a los ricos y a los poderosos. O sea, para que se beneficie una minoría en detrimento de la mayoría"
El informe de Oxfam Intermón concluye que "las élites económicas están secuestrando el poder político para manipular las reglas del juego económico, que socavan la democracia". El modo en que se han llevado a cabo los recortes sociales, el rescate de la banca con fondos públicos, los deshaucios, el comportamiento de las compañías eléctricas y la actitud del gobierno al respecto, etc., son cosas tan visibles y claras que hacen crecer la conciencia pública de hasta dónde llega el poder de los grandes. En España, el 80 % de la población cree que las leyes están hechas para favorecer a los ricos y a los poderosos. O sea, para que se beneficie una minoría en detrimento de la mayoría. Esta brecha representa una grave amenaza para la paz y la estabilidad política, pero también, sin duda, para el propio sistema capitalista que la está provocando. Se habla de recuperación económica, pero ¿para quiénes? Los ciudadanos de a pie no la notan.
No se trata, por tanto y en definitiva, de rechazar el progreso técnico y económico que ha producido nuestro nivel de desarrollo, sino de entender la necesidad de no prescindir de una visión de conjunto más amplia. En este sentido, es inteligente darse cuenta de la función insustituible que juegan los valores y los significados. Ni los valores ni los significados pueden ser sustituidos por los simples intereses. Aunque debilitado y alienado, el ser humano como humano no ha muerto. Y eso significa que es capaz de pensar, y que dimensiones importantes de su existencia individual y social discurren, más allá de lo puramente material y funcional, guiadas por aspiraciones de libertad e ideales de realización cuya fuerza no es prudente desestimar.
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