23/10/2016
Víctor Arrogante
No se por donde empezar. Mi estado de ánimo está por los suelos, tras la decisión que ha adoptado el Comité Federal del PSOE, que por esperada, no ha dejado de ser golpe para quienes, sin ser miembros del partido, nos consideramos socialistas y por tanto en desacuerdo con el hecho de que la derecha reaccionaria que representa el PP, gobierne con la abstención, que es consentir. Votar «no» en la primera votación de la investidura a Rajoy y abstenerse en la segunda para «desbloquear la excepcional situación institucional», es vergonzoso; es querer descargar la mala conciencia, para luego volver a cargarla, además es un fraude a su electorado. Nos toman el pelo.
Que el partido de la corrupción y de las políticas represivas y antisociales, gobierne por la acción u omisión de quién se llama Partido Socialista, de quien dice ser de izquierdas, es una de las mayores traiciones a la idea y a su historia. Partido español lo seguirá siendo, pero con este acto vergonzante, perderá los términos de socialista y obrero. Muchas personas piensan que hace tiempo ya lo había perdido. Abandoné la militancia en el Partido hace unos años; aunque nunca la de ser socialista por la igualdad, la justicia social y la solidaridad, porque desde que conocí esas ideas, me di cuenta que era algo por lo que merecía la pena luchar; y transcurridos ciento treinta y siete años desde que Pablo Iglesias fundara el partido, siguen teniendo vigencia.
Por aquel entonces se consideraba que la sociedad era injusta, porque dividía a sus miembros en clases desiguales y antagónicas: los dominantes y los dominados. Los que lo tienen todo, recursos, dinero y poder; y los que nada tienen, salvo su fuerza vital para trabajar. Los privilegios de la burguesía estaban garantizados por el poder político y económico, del cual se valía para dominar a los trabajadores. Por superar estas contradicciones comenzó la lucha de los socialistas decimonónicos. Aquel análisis, vale para hoy, y la lucha sigue siendo necesaria para conseguir los mismos objetivos.
La historia del PSOE es rica en debates sobre ideas, estrategias y objetivos. En el Congreso de Suresnes (1974) comenzó el cambio de orientación política e ideológica, de la edad moderna del Partido. Se acordó adaptar la idea y la acción a la lucha por la democracia y las libertades en el interior. En el XVIII Congreso, con aquel «hay que ser socialistas antes que marxistas», Felipe González, favoreció la revisión ideológica y ya no se ha parado. Aquel día comprendí lo que era vaciarse, soltar lastre, entregar el método, la forma de la acción y algunos objetivos, por el reconocimiento internacional.
Con la Transición a la democracia, el Partido y su siempre responsable política de Estado, entendió que lo primero era lo primero y por tanto prioritario, dejándose en el camino algún principio ideológico histórico y señas de identidad, así como la hermandad con la Unión General de Trabajadores. Siendo Rodríguez Zapatero, secretario general, la ideología se fue a «los cerros de Úbeda» y desde allí, su política de derechas, con la reforma del 135. Hay que ser socialista antes que marxista y además sin República y con monarquía parlamentaria; entregados a los designios del capital y ahora apoyando a la derecha para que gobierne sin trabas.