20/6/2015
Félix de Azúa: “Hoy los editores tendrían problemas para publicar a Faulkner”
Por Emma Rodríguez © 2013
Dice Félix de Azúa que “somos primitivos de nuestra era, que comenzó hacia 1970 y aún no ha cumplido los cincuenta”. Dice que aún estamos “emergiendo del Antiguo Régimen del mundo industrial, en el cual los grandes relatos y las utopías (la venta de felicidad) sosegaban la ausencia de sentido”; “que aún estamos ensayando cómo se sobrevive en una sociedad sin dios y sin ayuda externa, después de veinte siglos de religión cristiana y sobreprotección divina”.
Es uno de los análisis que hace en su último ensayo, “Autobiografía de papel” (Mondadori), donde atraviesa los cambios vertiginosos experimentados en la cultura, concretamente en los distintos ámbitos en los que se ha desenvuelto su carrera como escritor: la poesía, la novela, el ensayo y el periodismo. Es una original manera de hablar de sí mismo y de su generación, tal vez la última que creyó en la fuerza, en el poder sagrado de la palabra artística.
Un viaje hacia el pasado que permite mirar por una pequeña rendija el nuevo paisaje por venir, un paisaje altamente tecnificado donde los jóvenes del futuro han de reinventar el significado de palabras como libertad. Esta entrega vuelve a mostrar otro lado del retrato de un hombre al que tanto le ha gustado siempre jugar a observarse con ironía en el espejo de la ficción, en los reflejos de la identidad, de las búsquedas, de las pérdidas y las convicciones: “Historia de un idiota contada por sí mismo”; “Diario de un hombre humillado” o “El aprendizaje de la decepción”, son títulos que en sí mismos van marcando el itinerario de quien mira al mundo en el que ha vivido, en el que vive, intentando explicárselo en sus vaivenes, en sus transformaciones.
Contar las verdades, provocar al lector, enfrentándolo a prejuicios y mitos asumidos, es la manera que Azúa pone en práctica tanto en el ensayo como en “Contra Jeremías”, el volumen que acaba de publicar Debate con sus artículos periodísticos. Unos artículos que, “buscan al lector que quiera encontrar algún consuelo en una posición totalmente marginal, la de no creer una sola palabra gubernamental y construir su propia vida como si no existiera la España oficial”, según explica en el prólogo el autor, asegurando que ha tomado la política como un material literario y que ha procurado no dejarse atropellar por quienes “se han apropiado de la democracia, del país y de nuestra vida privada”. “Porque aunque ellos no lo crean seguimos siendo libres para llevar la vida que queramos”, señala Azúa. Una defensa del individualismo que se convierte en el tronco central de su pensamiento.
En sus artículos periodísticos Azúa busca “al lector que quiera encontrar algún consuelo en una posición totalmente marginal, la de no creer una sola palabra gubernamental y construir su propia vida como si no existiera la España oficial”
– Al adentrarse en las páginas de la “Autobiografía en papel” es inevitable no pensar en hasta qué punto lo que uno ha leído es capaz de trazar un retrato en ocasiones mucho más certero y profundo que las propias vivencias biográficas. ¿Esa fue la idea de partida?
– Creo que uno es en gran medida lo que ve y lo que lee. Realmente cuando le pedimos a alguien que nos haga la lista de sus libros favoritos llegamos a tener un retrato extraordinariamente exacto de esa persona. Yo, además, puedo decir que en mi generación, que ha sido una generación muy literaria, hemos hablado de los libros como si fueran personas, y nos hemos peleado por ellos de la misma manera. No llegábamos a decir “este libro es un canalla”, no, pero por ahí iban los tiros… (Risas). En este ensayo, que es una continuación de“Autobiografía sin vida”, donde realizaba el mismo ejercicio, pero referido a la pintura, a las bellas artes, no se trata de mi vida, sino de mi vida como caso. Yo soy un modelo, por fortuna bastante normal, incluso vulgar, que se reproduce en cientos de miles de personas, cientos de miles influidas por la misma literatura, por el mismo arte. Incluso siendo consciente de ir contra el márketing, me atrevo a decir que quien lea este libro tiene que haber leído bastantes de las obras de las que hablo. De lo contrario no se va a enterar de nada.
– ¿Entonces es una obra dirigida únicamente a buenos lectores, a gente capaz de identificarse profundamente con ciertos libros y autores?
– Bueno, podemos decir que entran en juego determinados mecanismos de identificación. Mecanismos que, por otra parte, también se dan en la gente que no lee, que es más sencilla intelectualmente, y establece conexiones con películas, series de televisión, culebrones... Dicho de otra manera, lo que transmite la literatura es algo enormemente arcaico, primitivo, originario e imprescindible. A mí siempre me hizo mucha gracia aquella época en la que desde ciertos sectores se criticaba a las marujas, a las pobres amas de casa con poca educación, que seguían los seriales de la radio o de la tele. Esa crítica me parecía muy pretenciosa, porque a esas mujeres, en su nivel, en su orden, les pasa exactamente lo mismo que a otras personas al leer a Proust. Necesitan modelos, necesitan aprender a vivir, saber cuáles son los matices de las relaciones humanas, salir del ámbito cerrado de sus limitadas experiencias, en su caso a través de culebrones que, aunque sean grotescos, les muestran posibilidades enormes: incestos, adulterios, crímenes, amores que acaban en suicidio… Todo eso es básico, absolutamente real.
– ¿Es esta “Autobiografía” el retrato de un hombre decepcionado?
-Es curioso porque no eres la primera que me dice esto. Y para nada. En este libro he intentado ser lo más objetivo posible, no dejarme engañar por nada y si tenía que ser un poco cruel, pues lo era, pero sin ninguna decepción. Si ahora mismo bajara ese hada madrina que todos tenemos, aunque nunca nos ayuda, y me propusiera volver a los 20 años, sacaría la pistola y me la cargaría ahí mismo. Ni soñarlo. Yo no echo en falta nada, no siento nostalgia ni melancolía por el pasado. El mundo, la vida, no sólo no me ha decepcionado, sino todo lo contrario. Me ha llenado de gozo y de alegría. Para mí la vida es una fiesta; dicho lo cual no me puedo engañar en absoluto sobre las condiciones en las que se desarrolla esa vida, que no tiene nada de fácil. Una cosa es que yo no esté decepcionado y otra que no sepa exactamente cuáles son las condiciones que se imponen de una manera férrea desde el exterior. Dicho incluso de una manera más simple: no hay decepción porque todo el mensaje del libro es: “Hazme el favor de creer en ti, deja de creer en colectivos, cosas gregarias, ideologías, partidos, religiones. Haz el favor de creer en ti…”
– Entonces, por lo que dices, sí puede hablarse de una decepción, no individual, sino respecto a la sociedad, hacia la colectividad, hacia el tiempo que vivimos… La decepción, el desencanto, es el tono que impregna el ensayo. Se deja muy poco hueco a la esperanza.
– Exactamente. Pero es que, aún a riesgo de resultar pretencioso, debo decir que ese es mi estilo. Desde el primer libro hasta el último; desde “La historia del idiota” hasta éste, parece que mi función ha sido decir: “Yo esto lo veo de esta manera… A mí esto me parece que es una trampa, que es un engaño, que es mera publicidad. Y no veo otra forma de escapar de todo ello que el individualismo más brutal, pero siempre un individualismo que procure no hacer daño a nadie, un individualismo de: “métete en ti, trabájate, entérate de quién eres y de lo que quieres realmente, porque la mayor parte de las veces es por pereza de pensar que uno se mete a creer en religiones, partidos, ideologías…”. Todo eso está en mi discurso. No sólo cuento decepciones y fracasos, sino que más bien trato de hacer un mapa de cómo están las cosas. Como yo tengo un referente de hace 50 años, puedo hacer la comparación. Puedo decir: “Mira, vosotros veis esto ahora y os parece lo normal, pues os voy a decir cómo era antes para que podáis comparar y ver que han pasado muchísimas cosas; que el mundo de ahora y el mundo de antes están separados no por 50 años. Están separados por tres siglos. Si algo me gustaría conseguir es que quien se acerque a este ensayo se de cuenta de que alguien que lo ha vivido es capaz de explicarle qué es lo que ha pasado y cómo ha pasado. Si al final sufre una decepción puede ser porque quizás tenía esperanzas en otro lugar y a lo mejor ése no era el lugar adecuado; porque yo sí tengo esperanzas, por supuesto, esperanzas y un enorme interés por saber qué es lo que va a pasar.
Una cosa es que yo no esté decepcionado y otra que no sepa exactamente cuáles son las condiciones que se imponen de una manera férrea desde el exterior. Dicho incluso de una manera más simple: no hay decepción porque todo el mensaje del libro es: “Hazme el favor de creer en ti, deja de creer en colectivos, cosas gregarias, ideologías, partidos, religiones. Haz el favor de creer en ti…”
– Pero, ¿no es cierto que vivimos con una sensación de fracaso permanente: fracasados como sociedad, fracasados como país, fracasados como europeos…?
– Bueno, sí, pero ¡ojo!, porque esta sensación la ha habido siempre, aunque tendamos a olvidarlo porque también existen pequeños momentos de fiesta. No te quiero decir la sensación de fracaso que teníamos los de mi generación cuando vivíamos en Madrid con 20 o 30 años, esa sí que era una sensación de fracaso. ¿Qué hago yo aquí, bajo este paraguas de militares y curas? La sensación de fracaso nunca es verdadera. Hay momentos difíciles, claro, y son los momentos en los que hay que inventar cosas. Precisamente en la España de Franco, aquella España espantosa, yo y la mayoría de mis amigos y compañeros de generación nos fuimos fuera, aprendimos francés e inglés fuera de nuestro país y vimos cómo funcionaba Europa cuando España era África. Luego todo eso se aplicó. En el momento eufórico, cuando Felipe González ganó las elecciones en el 82, mucha de la gente con la que contó, venía de esa experiencia. Maravall había estado conmigo en Oxford dos años antes… Ese momento de euforia duró un tiempo y nos hizo olvidar el fracaso, pero luego llegó el episodio de los GAL y recuperamos la misma sensación ácida. Decíamos que la izquierda había fracasado, que aquello era un desastre. Todo es un ir y venir y ahora estamos de nuevo metidos de lleno en la pérdida de la euforia. Lo que sucede es que es mucho más grave porque es global. Antes estábamos acostumbrados a echar toda la culpa a España, a Franco, al presidente de turno. Ahora estamos en un momento en el que la infelicidad es general, global. Ha llegado a toda Europa, también a EEUU, aunque lo disimulen mejor… Es algo muy gigantesco; la sensación de fracaso es enorme.
– Pero hay otra variante importante. Cuando hablas de la España de Franco, de la dictadura, en esa etapa existía la esperanza del cambio, de ir hacia un modelo de Estado diferente; pero ahora sabemos que no; que el problema no es la crisis económica sino el pudrimiento de todo el sistema. Y desde los poderes establecidos se ponen todo tipo de cortapisas al recambio, a la transformación…
– Estoy de acuerdo: no hemos fracasado nosotros. Ha fracasado Europa, la Democracia, la Unión Europea, el sistema monetario. Es una enormidad. ¿Y eso qué quiere decir? Quiere decir que estamos cambiando de paradigma, como se decía antes, de era, de civilización. Estamos yendo hacia otra cosa. Seguro que esa otra cosa les provocará a los más jóvenes un momento de euforia tarde o temprano, pero todavía no ha aparecido. Por eso yo insisto siempre en estos libros que pueden parecer tan negativos: “Cuidado, lo que tienes que hacer es cuidar de ti mismo. Es verdad que los tiempos son malos, pero eso lo que exige es simplemente más esfuerzo, más imaginación y menos queja”.
– Es decir: que debemos alegrarnos, que la euforia está por venir.
– Sí. Y a lo mejor empieza mañana. No hay que desconfiar. Yo creo que los escépticos; bueno, los escépticos no, que son buena gente… Yo creo que los cínicos, los que no creen en nada, los que lo ven todo asqueroso, pero se aprovechan de ello, son gente, por decirlo así, que tiene la religión atravesada; gente que durante mucho tiempo creyó que había paraíso y que ellos iban a entrar por su puerta y ahora se han dado cuenta de que el paraíso no existe y reaccionan con rabia, con un resentimiento tremendo. No hay nada peor que el cristianismo corrompido.
– Siguiendo en la línea de los interrogantes acerca de lo que ha de venir, en “Autobiografía de papel”, se dice que “el gran desarrollo técnico del siglo XX es todavía una gran incógnita”, y también que “estamos a punto de cruzar un umbral”. Por otro lado, se argumenta que “todo es mercancía, producto, consumo, capitalismo…” ¿Cruzar ese umbral no tendría que pasar por abandonar esa fase, llegar a un nuevo modelo en el que lo material se diluya, en el que el producto, la mercancía, no sea lo más importante?
– Para responder a esa pregunta haría falta un seminario (risas). Bueno, para empezar, debo dejar claro que para mí la mercancía no es mala, sino que es muy buena. Yo soy partidario de la mercancía. Por ejemplo, las pinturas de la bóveda de la Capilla Sixtina son producto de un mercado. Hay colegas míos que se escandalizan ante la mercantilización del arte, pero afortunadamente el arte, la creación en todas sus vertientes, siempre ha formado parte del mercado. El problema es cuando el arte es sólo eso, sólo mercancía. El arte es una actividad humana rarísima, misteriosa, muy poco conocida. Yo me he dedicado 30 años a estudiarlo y te aseguro que no sé lo que es el arte. Pero sí tengo claro que se trata de una de las actividades humanas en las que es posible pasar por encima de la mercancía. Un automóvil es una mercancía sin más, y un bolígrafo y un teléfono móvil. Sin embargo, “En busca del tiempo perdido” es una mercancía y, además, es otra cosa. Y eso es muy raro, es lo que lo convierte en algo muy especial. El problema no es la mercantilización generalizada, que cada vez va copando mayores áreas y tomando más terreno; el problema es que desaparezcan las mercancías artísticas, de las que cada vez hay menos.
– Eso dependerá de que se vendan o no…
– No del todo. Hay casos, pienso por ejemplo en el Nobel sudafricano J. M. Coetzee, cuya literatura es artística y que se vende muy bien, o en Foster Wallace, el norteamericano que se suicidó. A veces esto sucede, cuando lo normal sería que estos autores vendieran muchísimo menos que los que escriben novelas de templarios, pederastas, costureras y demás. No, no depende de la venta. Hay productos que son mercancías puras y simples y otros que, además, son arte. Y estos segundos son cada vez más escasos. Cuando yo fui por primera vez a París, con 18 años, a lavar platos y a ver mundo, si le preguntabas a un francés cómo estaba la literatura francesa respondía que “de maravilla” y hacía la enumeración: Louis Aragon, Breton, René Char, Cocteau, Saint-John Perse… Y en Inglaterra otro tanto de lo mismo: Eliot, Larkin… Los poetas. Ahora eso ha cambiado radicalmente. Claro que sigue habiendo poetas, pero el problema es que ya no tienen ningún peso, se ha producido su acabamiento, son como un capricho, un club. Y con la novela pasa lo mismo. No podemos comparar a los novelistas de los años 60 -desde Faulkner a Thomas Mann-, con los que tenemos ahora. Claro que sigue habiendo escritores que hacen novela artística, pues sí. En España están Marías, Vila-Matas… Y en Latinoamérica también los hay, pero son muy pocos comparados con los de antes, cuando se podía llegar a contar en Europa hasta la centena. En eso no hay que engañarse. Actualmente la mercancía funciona mejor que nunca, y eso permite a las editoriales sobrevivir y publicar a algunos autores que nos dedicamos a una literatura más artística, pero es verdad que cada vez hay menos. Y es verdad lo que algunos editores dicen: que en estos momentos tendrían problemas para editar a Faulkner.
– Si se le preguntara ahora a un grupo de editores qué preferiría: si editar una obra transformadora, de esas capaces de cambiar el curso de la literatura, tipo “La metamorfosis” o “En busca del tiempo perdido”, por citar dos ejemplos, o un best seller tipo “Harry Potter”, ¿por qué crees que optarían?
-Bueno, yo tengo muchos amigos editores que son conscientes y con los que suelo hablar de este problema. Se trata de gente que lee a Proust o a Faulkner. Todos me dicen lo mismo: la transformación más grande que se ha producido es ésta. Hay un mercado enorme de lectura comercial, que antes no existía, gracias al cual todavía se pueden editar obras artísticas; y, sobre todo, todavía se puede publicar a los jóvenes, a autores que están empezando y que en principio no tienen ninguna imagen. Todos sabemos que hoy el “merchandising” se hace a través de la imagen y, claro, coger a un chaval del que nadie sabe nada e intentar vender el producto de este chaval es complicadísimo. Ya se sabe que se va a perder dinero. Pero ser editor, en países como España o Italia, sigue siendo aún, a diferencia de Estados Unidos, algo muy vocacional.
– Lo que también se está confundiendo es la frontera entre el éxito y el fracaso. ¿Un escritor se siente fracasado cuando no vende? ¿Siente que ha triunfado por vender muchos ejemplares de un libro o por alumbrar una obra inspiradora?
– Es enormemente difícil. Por un lado, vender, aunque sólo sea lo suficiente, te da ánimos para seguir. No vender absolutamente nada impone una actitud muy heroica, que a mi modo de ver es lo que cada vez resulta más difícil de mantener. En otros momentos, en lo que fue la España de mi juventud, aún se podía asumir esa idea romántica de sacrificarlo todo por la literatura, pero ahora es mucho más complicado. Conozco a muchos escritores jóvenes, algunos con auténtica ambición literaria, que no pueden practicar el esfuerzo gigantesco que eso supone. ¿Será siempre así o es sólo fruto de un momento? Fíjate, en el siglo XIX hubo una etapa en la que realmente los escritores eran malditos, desdichados, pobrísimos, suicidas, alcohólicos, desgraciados… Fue una etapa muy breve, muy concreta. ¿Se puede volver a producir? ¿Es posible que vuelva a darse una generación con una fe religiosa en el arte hasta el punto de sacrificar sus vidas? Lo hemos vivido después en el mundo del rock, de la música popular, pero en literatura yo creo que no volverá a pasar, que es imposible.
En el siglo XIX hubo una etapa en la que realmente los escritores eran malditos, desdichados, pobrísimos, suicidas, alcohólicos, desgraciados… Fue una etapa muy breve, muy concreta. ¿Se puede volver a producir? ¿Es posible que vuelva a darse una generación con una fe religiosa en el arte hasta el punto de sacrificar sus vidas? Lo hemos vivido después en el mundo del rock, de la música popular, pero en literatura yo creo que no volverá a pasar, que es imposible.
– ¿Te parece peligroso que el papel, la función que tuvo el poeta en su día, haya pasado al personaje mediático?
– Bueno, volvemos a lo de antes. Será peligroso un tiempo, pero seguro que habrá remedio. Yo creo que llegará un momento en el que el personaje mediático, tan odioso como siempre, ese que antes estaba representado por el señor cura de la parroquia del pueblo, será sustituido por otros tipos más interesantes. Yo tengo una cría de un año y medio y muchas veces pienso: “bueno, a ver qué pasará con ella”. Pues estoy seguro, convencido, de que esa niña va a encontrar los mismos alicientes que nosotros hemos encontrado. Los encontrará en un mundo cibernético, es muy probable. Los encontrará en un mundo de una tecnificación que no podemos ni soñar. Pensemos que hace 20 años no existían los ordenadores personales. No tenemos ni idea de lo que va a suceder, pero seguro que va a encontrar todo lo que le haga falta para convertirse en una persona digna.
– Volvamos al inminente cambio de era, al umbral. En la “Autobiografía de papel” dices que “algo está feneciendo y una cosa nueva está a punto de nacer”. Viéndolo así parece muy estimulante. ¿Te lo parece?
– Por supuesto que sí, que me parece estimulante. A la gente que me dice que yo lo veo todo muy negro les contesto que está equivocada. No lo veo negro, todo lo contrario. Es verdad que hay mucho dolor, mucho sacrificio, pero, por otro lado, me parece una época interesantísima. Cada cinco años el mundo cambia a una velocidad de vértigo. Yo me acuerdo de lo que era viajar en avión hace nada, 15 años. Era algo elegante, lujoso. Pero ahora los aviones parecen autobuses de línea donde la gente va como ganado. Ahora lo lujoso realmente es ir en tren. Y si esto, que parece tan simple, ha pegado este cambiazo, no tenemos ni idea de lo que va a suceder dentro de 10 años.
– El placer de viajar en tren es como una vuelta al pasado. ¿El cambio puede venir recuperando cosas del pasado que ya dábamos por inútiles, por perdidas?
– Sí. Puede suceder que lo que llamamos pasado sea el futuro. Vayamos a la Venecia del Renacimiento. El Renacimiento es una época muy curiosa. Los humanistas eran unos tipos de la Italia del Norte, florentinos, milaneses, que veían un futuro esplendoroso, pero con la forma del pasado. Entonces empezaron a hacer cosas muy graciosas. Se iban, por ejemplo, a los montes, por los Alpes, medio muertos de frío, para llegar a monasterios donde compraban las viejas ediciones manuscritas de las obras grecolatinas. Y lo hacían porque su idea del futuro tenía la forma del pasado. Eso puede volver a suceder. Uno de los errores más grandes de la izquierda que tenemos, y que ha perdido todas las ideas y toda la capacidad de pensar, es el progresismo mecánico que ha aplicado sin tregua. Eso ha sido un error, una falacia, la práctica de un lenguaje de la Guerra Fría. No todo lo del pasado es horrible. Al cargarse el pasado y la Historia, han maltratado la educación y la han dejado en manos del totalitarismo nacionalista. En el Renacimiento sucedió todo lo contrario y puede aparecer de nuevo, perfectamente, una forma de hacer futuro utilizando cosas del pasado. ¿Por qué no?
Yo tengo una cría de un año y medio y muchas veces pienso: “bueno, a ver qué pasará con ella”. Pues estoy seguro, convencido, de que esa niña va a encontrar los mismos alicientes que nosotros hemos encontrado. Los encontrará en un mundo cibernético, es muy probable. Los encontrará en un mundo de una tecnificación que no podemos ni soñar.
– Dices que entramos “en tierras ignotas”.
– Sí, claro, porque no tenemos ni idea de lo que va a pasar. Yo he dado clases 30 años en la universidad y en todo momento he procurado ser objetivo y fiel a lo que estaba contando. Pero los alumnos muchas veces venían y me preguntaban. “Entonces, ¿Qué hay que hacer? Yo siempre les decía que eso se lo tenían que responder ellos mismos; que el hecho de creer que podían preguntárselo a alguien ya era un mal indicio. Tenemos que intentar meternos en nosotros mismos para saber realmente lo que queremos, porque estamos en tierra ignota. Yo imagino que hacia el 490 o el 500 venía un amigo y decía: “oye, nos vamos a descubrir América”. Era la época de eso, de los descubrimientos, de los viajes. Pero hoy, tenemos que ser conscientes de ello, nuestro mundo es un mundo muy estrecho, enormemente controlado. La tecnificación no es otra cosa que un mecanismo de control y por lo tanto tenemos que cuidar de nosotros mismos. Estamos solos.
– Es muy interesante el análisis que haces al final del libro del periodismo, un territorio donde se ha producido el cambio de manera veloz, pillando a la mayoría con el pie cruzado, sin saber cómo afrontarlo. Todo ciudadano puede ejercer en la actualidad el periodismo, la opinión. ¿Podemos llegar por ese cruce de informaciones, de pareceres, a crear una sociedad totalmente desinformada?
– Bueno, yo diría que ya estamos en ella. Nuestra sociedad está totalmente desinformada. El periodismo de mi infancia era todavía el periodismo de las películas de John Ford: unos edificios muy altos, con un director muy grosero, siempre con un puro en la boca, y unos periodistas que luchaban por la verdad y la justicia. En la actualidad el periodismo, que es una actividad extensísima, ya que abarca todas las redes sociales y los foros, está en manos de diez corporaciones. Diez corporaciones que por un lado tienen una sección de comunicación y por el otro pueden tener alimentación, armas, productos químicos y comida para perros. Son monstruos, monstruos legales, y todos sabemos cuando abrimos un periódico o cuando escuchamos una determinada emisora de radio que lo que se nos está diciendo allí es lo que conviene a cada empresa mediática. La vieja idea del periodismo como lucha por la justicia, la libertad y la verdad, se acabó. Es otra de esas cosas que se han acabado, ¿Se podrá sustituir por algo? Seguramente se sustituirá, pero de momento no sabemos por qué. De momento lo que tenemos son blogs, aventuras de gente en solitario, de pequeños equipos. Desgraciadamente aún no tenemos la posibilidad de darles mayor o menor credibilidad, pero sí creo que se irá haciendo una criba y que todo acabará encajando de alguna manera, irá tomando forma.
– Los medios convencionales suelen echar la culpa de su propia crisis a la economía, a Internet, pero en realidad se trata de la pérdida de la independencia, de la credibilidad…
– Bueno, si hubiese que aplicar un análisis marxista, por tanto pasado de moda y antediluviano, diríamos que los grandes poderes, económicos sobre todo, han logrado neutralizar el periodismo como cuarto poder, han logrado taparle la boca al único que todavía molestaba. ¿Hay alguna posibilidad de cambiar eso?, no. No nos engañemos, no volveremos a vivir, aunque a veces algunos lo pretendan emular, el periodismo de los años 60, el de las películas de John Ford. Eso se terminó y por lo tanto hay que trabajar para ver cómo lo sustituimos. Lo fascinante de esta época es que está todo por hacer.
La vieja idea del periodismo como lucha por la justicia, la libertad y la verdad, se acabó. Es otra de esas cosas que se han acabado, ¿Se podrá sustituir por algo? Seguramente se sustituirá, pero de momento no sabemos por qué. De momento lo que tenemos son blogs, aventuras de gente en solitario, de pequeños equipos. Desgraciadamente aún no tenemos la posibilidad de darles mayor o menor credibilidad, pero sí creo que se irá haciendo una criba y que todo acabará encajando de alguna manera, irá tomando forma.
– “Las revoluciones verdaderas son imprevisibles, no tienen líderes”, leo en “Autobiografía de papel”.
– En cualquier momento puede haber una revolución, claro que sí. Pensemos en el 15-M. Fue un movimiento acogido con simpatía por muchos sectores de la población. Fue espontáneo, no estaba dirigido por ningún partido. Eran asamblearios, ¡qué bien!. Pero enseguida pasó a convertirse en un espectáculo y hubo personajes que quisieron apropiárselo, caso de Jorge Verstrynge. No se dieron cuenta de que para que algo así pudiera funcionar tenía que ser conspirativo, nunca un espectáculo. La dirección, las figuras que encabezan cualquier movimiento, son necesarias, pero no pueden alentar el espectáculo, porque ahí ya te han comido, ya estás acabado.
– Pero en la época del espectáculo, del triunfo de lo mediático, es muy difícil conseguir eso.
– Claro que es difícil y por eso se requiere tener mucha imaginación. Yo repito una y otra vez que ésta no es una época de revolucionarios. Es una época de conspiradores.
– ¿Y cómo puede el ciudadano de a pie conspirar hoy en día?
– (Risas…) Bueno, si te lo dijera ya no sería una conspiración. Ernst Jünger introdujo en su obra una figura, la de “el emboscado” que se enfrenta a la tiranía. Puede dar algunas pistas. No pienso decir nada más (de nuevo risas… Enigmático final).
“Autobiografía de papel” ha sido publicado por Mondadori y “Contra Jeremías” por Debate.
(El reportaje fotográfico fue realizado por Nacho Goberna en la sede en Madrid del grupo Random House-Mondadori)
No hay comentarios:
Publicar un comentario