31/1/2013
Este es el tiempo de las promesas
rotas. Es lo más parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un
panteón. No subiré impuestos, te querré siempre, no bajaré las pensiones, no
dejaré de llamarte, no recortaré en sanidad y educación, no te haré daño,
mantendré el tipo reducido en la vivienda, todo va a ir a mejor, acabaré con el
paro, te trataré como a una reina…
Fue un beso en la estación, un beso que se
creció en la despedida. Ella entonces no sabía que era el último beso,
probablemente él tampoco. No sabían que ese beso marcaba una línea divisoria.
No sabían que ese beso sería el anticipo de un largo escalofrío que estaba por
llegar. No sabían que ese beso sería una condena, condena a prisión para los
días sin retorno, que allá quedaron, en la estación, en la memoria. Tantas
promesas que quedaron allí, convertidas en cenizas. Todo se quedó en aquel beso
detenido, como un vinilo que girara en silencio, consumida su música.
Guarda como tesoros esas migajas de un pan
que nunca fue suyo. La certeza de que fue feliz y a un tiempo desdichada. No le
quedan muchas más certezas después de tanta promesa rota.
Lleva llamando durante quince días, varias
llamadas diarias. Él jamás responde. No dio razón alguna para interrumpir el
contacto. Se enfadó, se supone. ¿Por qué? No se sabe. Jamás lo
dijo. Silencio glacial, memoria que se retira en blanco. A ella le hubiera
bastado saberlo, pero se le negó incluso la razón, la explicación, la causa. Se
le negaron tres líneas, un mensaje. Silencio glacial y muerto, agusanado,
silencio de terquedad, la de él, y de ignorancia, la suya
Hubiera hecho muchas más promesas de haber
sabido que ni siquiera había que cumplirlas. Las promesas tan leves no sirven
de nada. De menos sirve aún esa rabia sumisa, débil y humilde, ese furor
prudente, las elegantes lágrimas. Así no se construye nada.
El amor es una promesa.
¿Y qué es ese don cuya promesa me ata al otro? El don que espero del otro es,
en realidad, una nada, una nada cuya virtud consiste en preservar y alimentar
mi espera. Toda esperanza nace de alguna promesa. El amor consiste en dar lo
que no se tiene, decía Lacan. Por lo tanto el amor es la promesa de un don que
algún día llegará… o no. ¿Consiste entonces en esperar la nada? Seamos claros:
lo que cuenta en el amor no es el don sino la tensión de la espera, el suspense
de la promesa. El erotismo se nutre de la incertidumbre.
La política es el arte de
romper promesas. Cuando el poder se convierte en un fin en sí mismo, en la
realización de los viejos sueños infantiles de omnipotencia, se desdibuja
progresivamente su necesaria subordinación a una ética de la responsabilidad.
Este poder egocéntrico que significa privilegios, prestigio, inmunidad, áticos
en Marbella, cuentas en Suiza, desvíos de fondos públicos, este poder que elude
la responsabilidad o la empatía, que se va cerrando sobre sí mismo alejado de
quienes le otorgaron legitimidad, independientemente de la ideología que lo
sustente, no es tan diferente del poder que siente un hombre sobre una mujer a
la que engaña o miente. La misma impunidad, el mismo narcisismo, el mismo
delirio egocéntrico, la misma insistencia en olvidar que cuando esa promesa se
rompe, como dice la ranchera, también se rompe un corazón.
Vía: http://www.lavanguardia.com/magazine/20130124/54362258418/el-tiempo-de-las-promesas-rotas-lucia-etxebarria-magazine.html#.UQwCC4q501A.twitter