Las grandes formaciones del viejo sistema bipartidista buscan el voto de los mayores, poniendo en duda la viabilidad futura de las pensiones.
Se diría que los partidos que antaño lideraron la política española subidos al carro del sindicato de intereses creados que blindó el bipartidismo durante cuatro décadas están tan completamente paralizados por el miedo que han renunciado por completo a presentar un programa de cualquier tipo en el que pueda atisbarse un proyecto de país, un mínimo intento, incluso desesperado, de presentar algo parecido a ideas con capacidad de solucionar problemas o cualquier propuesta relacionada con la regeneración democrática.
Los gigantes se han replegado sobre sí mismos, se dedican a salvar los muebles asegurando el voto de sus ‘hooligans’ y prefieren inventar realidades paralelas a admitir la más leve autocrítica. Aunque esta última actitud no podría llamarse nueva porque ha sido un comportamiento recurrente de las cúpulas de ambos partidos, prácticamente desde que sus militantes esperanzados pegaron el primer cartel electoral un día cualquiera del lejano siglo XX. Pero, en estos días, parece haberse acentuado más si cabe.
En las largas distancias del mundo virtual y mediático, ambos parecen tener un único enemigo. No hace falta decir quién es, por supuesto. Se trata ya saben de ese Frente Popular renacido, que dirige desde las sombras el pérfido Julio Anguita, inventor de la pinza. De esa nuevo ‘sindicato del crimen’ que han constituido dos peligrosos comunistas,Alberto Garzón y Pablo Iglesias, para devastar España, alimentar las filas del independentismo catalán con sus políticas irresponsables, subir los impuestos a las clases medias, aumentar la deuda hasta cifras insostenibles, laminar el estado del bienestar, destruir puestos de trabajo y precarizarlos provocando cierres empresariales masivos. Y, finalmente, poner en riesgo las pensiones de los pobres ‘ancianitos’.
Lo de menos es que justamente sean las políticas adoptadas en los últimos años por los Gobiernos de Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero las responsables de convertir en una realidad presente el apocalíptico listado que les he ofrecido en el párrafo anterior, y no en una amenaza futura como los escritores de los discursos del actual presidente en funciones y del secretario general socialista, Pedro Sánchez parecen empeñados en hacernos creer. La temible distopía ya está instalada entre nosotros, aunque sea cierto que el clima inhóspito y hostil aun pueda empeorar. Pero también lo es, que el contexto no está precisamente para basar una oferta política seria en el famoso refrán español aquel de ¡Virgencita que me quede como estaba!
Estas estrategias desesperadas podrían resultar hasta cómicas si no incluyeran una dosis de cinismo malsano que conviene evitar. Uno de los pocos logros del antiguo sistema de partidos que inauguró la transición de 1978 fue que determinados temas sensibles, como el futuro de las pensiones, se abordaran en foros propicios para el consenso como el Pacto de Toledo y se mantuvieran más o menos fuera de las luchas políticas de cada día. Pero, amigos, una vez más, los supuestos defensores del sistema y sus instituciones no han dudado en dinamitar sus pilares en estos momentos de zozobra.
Como el reparto de escaños y mayorías va a ser en esta ocasión especialmente reñido y la posibilidad o no de formar un gobierno de uno u otro color se va a decidir un puñado de votos, a los populares y a los socialistas no parece importarles recurrir a cualquier estrategia para enfrentarse al peligro que supone la alianza de formaciones progresistas que van a liderar Podemos e IU en todas las circunscripciones electorales de España y que, esta vez sí, va a ser muy competitiva en el juego de los restos y pueda arañar casi una decena de diputados adicionales, o más.
Así que si conviene aterrorizar a los mayores de 60 años para que no voten a los partidos ‘extremistas’ y apoyen la posibilidad de que existe un gobierno de gran coalición entre los presuntos defensores del sentido común, pues se hace y punto. Aunque el juego empiece a superar cualquier línea roja o límite que la simple decencia hubiera aconsejado respetar. Hasta no hace mucho, se hablaba de recortes en el poder adquisitivo de las pensiones. Una amenaza dura sí, pero bastante menor que la posibilidad, que ahora se ha puesto sobre la mesa abiertamente de que, simplemente, en el futuro, más o menos, inmediato el Estado no vaya a disponer de dinero para pagar las pensiones.
Más curioso es aún que sea el PP, el partido cuyas políticas de austeridad ha provocado la devastación de la llamada ‘hucha de las pensiones’, quién se atribuya, sin ningún decoro, la condición de garante único del mantenimiento de esa prestación en el futuro. Pero nuestra capacidad de sorpresa con tanta tropelía y tanta negación de la evidencia y la realidad, con tanto no ‘es lo que parece’, cuando le han pillado a uno con las manos en la masa, se ha ampliado considerablemente, porque estamos ante unos tipos que parecen ser capaces de todo, dormir a pierna suelta y mantener la mirada sin pestañear, incluso enfangados en el lodo de la corrupción, la gestión deficiente y la inoperancia manifiesta.
¿Significa eso que no haya que preocuparse ahora por el futuro de las pensiones? Pues claro que no. Lo probable es que sí haya que hacerlo. Que hagan falta debates serios y análisis que no respondan a las urgencias electorales de unos y otros para identificar las amenazas que se si ciernen, sobre ese y otros pilares del estado del bienestar. Un derecho conquistado por años de luchas y revueltas sociales que, desde la década de los ochenta del pasado siglo, los políticos ‘neoliberales’ hegemónicos han intentado eliminar con paciencia, a base de ataques salvajes, informes amañados y una insistencia bastante sospechosa en el desmantelamiento de los estados y de las garantías que estos proporcionaban a los sectores mayoritarios de la población frente a los desmanes habituales de las fuerzas dominantes de la economía de mercado.
Es obvio como ha dicho Rajoy, que la mejor solución para asegurar la viabilidad futura del sistema de pensiones es conseguir una economía boyante capaz de asegurar el pleno empleo de la población en edad de trabajar. Pero también lo es que esos puestos de trabajo tienen que asegurar salarios dignos, porque los empleados precarios, los falsos autónomos, los becarios, los contratados temporales y demás fauna generada por las políticas económicas sesgadas e irresponsables que imponen los poderosos ni pueden vivir en condiciones dignas, ni, mucho menos, pueden asegurar la recaudación fiscal que hace falta para asegurar la retribución que necesitan las clases pasivas en el momento en que quedan fuera del mercado laboral.
Aun así, no resulta difícil entender que los partidos conservadores como el PP,o Ciudadanos, que defienden al segmento de la población que defienden, es decir, el que componen las capas de la sociedad con rentas más altas, se alineen con estas tesis. Está claro que fueron fundados para eso. Aunque hubo un tiempo fugaz, en el que los partidos conservadores, sobre todo de orientación demócrata cristiana, tenían mucho cuidado en no perder la pista de la justicia social como baluarte generador de propuestas políticas. Tenían que hacerlo porque la ‘socialdemocracia’ ganaba adeptos y el comunismo imperante en algunos países asustaba y mucho.
Pero el peligro ya pasó y los conservadores han vuelto a lo suyo. Ahora, el drama de los partidos socialdemócratas es total. Su impostura se percibe desde lejos. Y por eso están al borde de la desaparición en toda Europa. A estas alturas del partido, lo normal es que gobiernen en cómodas coaliciones con sus viejos enemigos, defiendan las mismas políticas económicas y se alineen con ellos en la defensa de los mismos intereses bastardos, tan alejados de las necesidades de su base de votantes. ¿Es este el final que le espera al PSOE a medio plazo? Algunos de sus dirigentes, que sin duda pueden recoger y aprovechar el fruto de la liquidación de esas siglas históricas, parecen empeñados en que sea así.
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