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12 de julio de 2012

¿Qué hacemos en el euro?


12 julio 2012
Vicenç Navarro – Consejo Científico de ATTAC España


El PP y el PSOE han instaurado en España desde hace años la política de los actos de fe. Consiste en aceptar cuestiones muy importante para la vida económica y social porque sí, sin abrir ningún tipo de debate social y sin presentar a la ciudadanía el balance de sus ventajas e inconvenientes para que pueda decidir libremente en función de sus preferencias.


Uno de esos temas es la entrada y, sobre todo, la permanencia en el euro cuando nos está produciendo un daño tan inmenso.


Las ventajas de formar parte de una unión monetaria son indudables y máxime cuando está unida a un proyecto en principio tan atractivo y deseado como el de la unión de las naciones europeas. Pero es evidente que dejan de existir, o de dar un balance claramente positivo, si resulta que el marco institucional y normativo que regula el funcionamiento de la moneda única está mal definido, si sus objetivos no se fijan en beneficio del conjunto sino de una gran potencia que la domina o si sus efectos comienzan a producir un deterioro continuado del nivel de vida de la población.


A mi juicio eso es lo que ha venido ocurriendo pero sin que se haya debatido abiertamente y, por tanto, sin que haya visos de que se le vaya a poner remedio.


Técnicamente, el euro es un proyecto inmaduro y bastante imperfecto por lo que está condenado a producir grandes perturbaciones y quebrantos a la mayor parte de los países que lo conforman, o para ser más exactos, a los grupos más desprotegidos de la población de todos sus países.


Es inmaduro porque no garantiza que las economías que entraron en el merco de la moneda única con mayor retraso puedan ir poniéndose al nivel de las más avanzadas, como prueba el continuo incremento de las desigualdades que han acompañado su trayectoria desde que se creó.


De esa manera, las economías que lo conforman están condenadas a circular a velocidades diferentes y con resultados muy distintos, insertas en una especialización y división del trabajo muy desiguales que dan lugar a un aprovechamiento muy asimétrico de sus beneficios y a una distribución también muy desproporcionada de las cargas que conlleva. Basta ver, por ejemplo, que el déficit exterior de la economía española ha crecido desde que se integró en el euro prácticamente como una imagen refleja del aumento que registraba el superávit alemán. O cómo nuestro endeudamiento se ha convertido en una fuente de rentas multimillonaria para la banca alemana.


El euro responde también a un diseño técnicamente muy imperfecto porque no se quiso dotar de las instituciones y de los mecanismos que son imprescindibles para que pueda funcionar sin problemas una unión monetaria: los que aseguran la coordinación y la plena movilidad de los factores, la disposición de recursos presupuestarios para hacer frente a impactos asimétricos y, sobre todo, un auténtico banco central.


Todas esas carencias son fatales, como estamos comprobando cuando la economía pasa por dificultades. Pero no disponer de un banco central que financie a los gobiernos e impida que los intereses lleguen a ser una carga inasumible para los estados (solo a costa de convertir la financiación en un suculento negocio para la banca privada) es suicida, como desgraciadamente estamos comprobando en estos meses.


Así concebido, el euro está inevitablemente condenado a transmitir perturbaciones constantes a los eslabones más débiles de la cadena que conforman los diferentes países que lo utilizan. Puede llegar a ser cada día más fuerte en relación con otras monedas, pero solo a base de descomponer la cohesión entre sus partes y de fortalecer sus centros de gravedad a base de absorber permanentemente los recursos de las periferias.


Y me parece igualmente evidente que ninguna de esas carencias ha sido accidental sino la consecuencia de haber diseñado el euro con una finalidad política que nadie osó poner en cuestión: limitarse a sustituir al marco alemán, convirtiendo a la nueva moneda única en un remedo con mayor radio de acción.


Las consecuencias han sido muy negativas y en estos momentos, por qué no decirlo claramente, sencillamente catastróficas. Tanto, que Europa ha tenido que ser sostenida por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional ante su propia incapacidad para afrontar los problemas que ella misma ha creado.


En España casi nadie quiere hablar de otro hecho evidente: desde que nuestra economía forma parte del euro hemos ido perdiendo nuestro capital, nuestras principales empresas y canales de distribución, es decir, el esqueleto en el que ha de sostenerse cualquier economía nacional. El euro ha desnacionalizado nuestra economía y es una verdadera paradoja que quienes son tan aficionados a las políticas de Estado, ni hagan mención a esto ni parezca que les preocupe demasiado.


Prácticamente han dejado de ser intereses españoles los que predominan en la inmensa mayoría de los sectores económicos y apenas si quedan empresas que decidan y actúen fortaleciendo nuestra demanda nacional o el mercado interno, es decir, nuestra capacidad de generación de ingresos endógenos.


Es verdad que España ha recibido muchos recursos de Europa pero las cuentas se hacen bien cuando se registran los movimientos que se dan en todos los sentidos. Y eso significa que para valorar correctamente el impacto del euro en nuestra economía y en nuestro bienestar hemos de contabilizar no solo lo mucho que hemos recibido sino también lo que España ha entregado.


Si en nuestro país hubiese fuerzas políticas serias, desde hace años habrían creado en el Parlamento una comisión para evaluar los beneficios y las pérdidas obtenidos y para realizar así un balance objetivo de nuestra permanencia en el euro que permitiese que los gobernantes y la ciudadanía supieran a qué atenerse. Sin embargo, casi nadie quiere enfrentarse a ello y quienes reclamamos abrir ese debate somos generalmente tachados de marginales y antisistema (lo que, por cierto, no es ningún tipo de insulto a la vista de lo que estamos viendo).


No trato de decir que la entrada y permanencia en el euro no tuviese y tenga ventajas. Desde luego que las tiene y tengo la seguridad de que son muchas. Simplemente afirmo que lo lógico es debatir sobre ellas y sobre sus inconvenientes, porque sabemos que estos también son muy abundantes. Sobre todo, en una situación como la actual, en la que formar parte del euro nos impone una esclavitud brutal y nos obliga a aplicar políticas que nos están llevando a la depresión y a renunciar, prácticamente a cambio de nada, a derechos sociales que tanto había costado conseguir e incluso a la democracia.


Euro sí, pero no así. Esto es lo que trato de señalar porque me parece que tal y como está diseñado y con las políticas que están aplicándose para fortalecer a los grupos de poder que solo quieren que el euro sea lo que viene siendo, España condenada a fracasar.


El tratamiento que está dándose a la deuda pública y el tipo de rescate bancario que se nos impone es bien expresivo de lo que ocurre y de los objetivos que se persiguen. Los bancos alemanes han sido los principales beneficiarios de la burbuja española. Ellos fueron sus más irresponsables financiadores, como han sido las autoridades del Banco Central Europeo que ahora claman contra la irresponsabilidad, quienes miraron a otro lugar cuando la banca privada hacía el agosto a costa de ello. Y ahora no saben sacar de la manga otra solución que no sea hacer cargar sobre la espalda de los ciudadanos la factura de su festín.


Las cínicas amenazas de expulsión del euro de Grecia son simplemente eso, puras amenazas que Alemania nunca llevaría a cabo porque sus bancos y grandes empresas son los que más se han beneficiado y los que más siguen haciéndolo de su presencia en Europa. E igual pasa con España y los demás países que estén al borde del abismo. Alemania es quien más se ha beneficiado de nuestra presencia en el euro y quien posiblemente saldría económicamente más perjudicada a medio y largo plazo si saliésemos.


Es por eso que España tiene que vender cara su presencia en el euro. Para poder sobrevivir en el euro, para que a España le intereses permanecer en él, se necesita un diseño diferente, una nueva arquitectura institucional y otras políticas verdaderamente efectivas contra la crisis del tipo que ya señalé en otro momento, y que no pueden ser de mero impulso de crecimiento a base de grandes infraestructuras y del uso intensivo de recursos naturales (Austeridad o crecimiento, una alternativa que no resuelve los problemas de Europa). No contemplar la posibilidad de salir del euro es ya un error que nos va a costar muy caro.


Desde luego que la salida sería una opción difícil y traumática, aunque quizá solo a muy corto plazo y si se compara con la aparente placidez de la agonía lenta que nos preparan dentro del euro. Pero que podría dar resultados positivos en un plazo de tiempo bastante más corto del que se pueda creer.


En realidad, los mayores problemas que existen en este momento para plantear con éxito la salida del euro no son económicos, dado que no tendría por que ser muy difícil articular una estrategia de emergencia que aliviara los costes que lleva consigo. Más bien son políticos, porque para que pudiera darse con éxito se necesitaría una gran coincidencia social, una potente convergencia de intereses de la mayoría de la población, un acuerdo generalizado y un deseo común de defensa de los intereses nacionales mucho mayor de los que hoy día existen. El bipartidismo de facto en el que vivimos ha convertido el debate político en una pelea continua sobre las cuestiones de fachada para disimular los acuerdos de fondo sobre todo aquello que conviene a los grandes poderes empresariales y financieros y ha evitado los debates plurales sobre los problemas auténticos. Eso ha hecho que la mayoría de la población desprecie la política convencional y mucho más a los políticos y que no se tenga confianza en las instituciones, lo que dificulta, por no decir que imposibilita, poner en marcha proyectos transversales como sería la salida del euro, y que son en realidad los que España creo yo que necesita.


Este es el verdadero escollo para resolver nuestros problemas económicos y una razón de gran peso para tratar de regenerar nuestra vida política articulando nuevas mayorías sociales que den vida real a la democracia.


Artículo publicado en Sistema digital
http://www.vnavarro.org/
ATTAC España no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.


Vía:http://www.attac.es/2012/07/12/%C2%BFque-hacemos-en-el-euro/

Así será el rescate de la banca española: las claves del memorando de entendimiento


DANIEL FLORES / PEDRO L. MANJÓN - MADRID 10.07.2012

  • Hay condiciones para los bancos con ayudas, el sector financiero y el país
  • Se fija un calendario de cumplimiento y un control exhaustivo del proceso

El borrador del memorando de entendimiento, el contrato que firmará España el próximo 20 de julio para poder acceder al rescate de hasta 100.000 millones de euros para respaldar a la banca, establece 32 condiciones que el Gobierno deberá cumplir en las fechas marcadas para recibir el dinero que solicite.
El proceso comienza con la identificación de las necesidades precisas de capital de cada una de las entidades financieras, fija condiciones tanto para el sector financiero como para el conjunto del país y está sometido a un control exhaustivo por parte de las autoridades europeas. Estas son las claves de ese contrato:

11 de julio de 2012

Ilusiones ópticas en la mano


Con los ojos abiertos. Una mirada para cambiar de disco


Yayo Herrero
 Dice Jorge Riechmann en un poema titulado Con los ojos abiertos:
“Quiero ver todo lo que va a venir (…) quiero estar en la calle / dentro del laberinto / amaestrando el hambre y la angustia / sin ovillo de hilo y con los ojos abiertos”.
Mirar lo que nos está viniendo en los últimos meses no es fácil. La ofensiva neoliberal sobre todos los aspectos que afectan a la vida de las personas es brutal. En apenas unas semanas vemos desintegrarse delante de nosotras una buena parte de las conquistas sociales que ha costado siglos construir.
Los llamados recortes sociales son verdaderas amputaciones de las condiciones básicas de humanidad. Es la destrucción de los resquicios de reciprocidad, de los escasos retazos de solidaridad que permiten que seamos sociedad.
Mirar dónde estamos hoy es realizar un imprescindible ejercicio de amargura. Imprescindible, porque sin realizarlo, no es posible atisbar las pautas que nos permitan establecer salidas viables, porque sin abarcar la magnitud de la devastación no es posible acumular la fuerza necesaria para resistir y construir.
Con los ojos abiertos y mirando desde diferentes rincones podemos construir un relato que nos permita entender por qué vivimos en un mundo que le ha declarado la guerra a la vida y quiénes son los que han dado la orden de abrir fuego.
Para ello, es preciso salir de la respuesta a cada golpe concreto y tratar de comprender globalmente qué está pasando. Confrontar con cada medida neoliberal concreta es difícil. Este sistema necesita un órdago, ya no valen pequeñas victorias parciales, aunque no hay que despreciarlas.
Volver a las preguntas básicas. ¿Quiénes somos? ¿Qué sostiene nuestra vida? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo podemos producirlo para todos y todas? ¿Cómo nos organizamos?
Mirar con nuestros propios ojos dónde queremos y podemos estar es un ejercicio de esperanza porque no es cierto que no haya alternativas, sólo nos falta construir poder colectivo para construirlas y para parar a ese 1% que sacrifica todo lo vivo en los altares de la acumulación.
Somos en un mundo con límites y restricciones
Si nos preguntamos de qué depende la vida humana, nos encontramos de inmediato con dos importantes dependencias materiales.
En primer lugar, dependemos de la naturaleza. Somos parte de la naturaleza. Respiramos, nos alimentamos, excretamos y somos en la naturaleza. Sin embargo, las sociedades occidentales son prácticamente las únicas que establecen una ruptura radical entre naturaleza y cultura; son las únicas que elevan una pared entre las personas y el resto del mundo vivo.
Comprender la cultura y la naturaleza en términos de opuestos impide comprender que destruir o alterar de forma significativa la dinámica que regula lo vivo, pone en riesgo la vida humana.
La dependencia ecológica nos sume de lleno en el problema de los límites. Vivimos en un mundo que tiene límites ecológicos. Aquello que es no renovable tiene su límite en la cantidad disponible, ya sean los minerales o la energía fósil. Pero incluso aquello renovable también tiene límites ligados a la velocidad de regeneración. El ciclo del agua, por ejemplo, no se regenera a la velocidad que precisaría un metabolismo urbano-agro-industrial enloquecido. Se renueva a la velocidad que los miles de millones de años de evolución natural han determinado. Tampoco la fertilidad de un suelo se regenera a la velocidad que quiere el capitalismo global; se regenera al ritmo marcado por los ciclos de la naturaleza.
En estos momentos el metabolismo económico ha superado totalmente los límites del planeta. Hoy, ya no nos sostenemos globalmente sobre la riqueza que la naturaleza es capaz de regenerar, sino que directamente se están menoscabando los bienes de fondo que permiten esa regeneración.
En cuanto a la segunda dependencia humana, hay que decir que somos seres profundamente interdependientes. Desde el nacimiento hasta la muerte las personas dependemos materialmente del tiempo que otras personas nos dedican. Somos seres encarnados en cuerpos vulnerables que enferman y envejecen y la supervivencia en soledad es sencillamente imposible. Dice Santiago Alba en El naufragio del hombre, que hasta para amarse a sí mismas las personas necesitan hacerlo a través de una instancia colectiva, de una comunidad social, política y cultural elaborada mediante una acción compartida.
En términos de vida humana, los límites los marca nuestro cuerpo, contingente y finito. El sistema capitalista vive de espaldas a este hecho y considera el cuerpo como una mercancía más. “Siempre tiene que estar nuevo y flamante” (Alba, 2010). Y si no se asumen la vulnerabilidad de la carne y la contingencia de la vida humana, mucho menos se reconocen aquellos trabajos que se ocupan de atender a los cuerpos vulnerables, realizados mayoritariamente por mujeres. No porque estén mejor dotadas genéticamente para hacerlos, sino por el rol que impone el patriarcado en la división sexual del trabajo.
El sistema capitalista y la ideología neoliberal viven de espaldas a ambos tipos de dependencia e ignoran los límites o constricciones que éstas imponen a las sociedades. Operan como si la economía flotase por encima de los cuerpos y los territorios sin depender de ellos y sin que sus límites les afecten. La economía feminista señala que existe una honda contradicción entre la reproducción natural y social y el proceso de acumulación de capital (Piccio, 1992).
Compatibilizar la reproducción social y el mantenimiento de la vida con la acumulación creciente ha sido difícil siempre, el movimiento obrero, el ecologismo y el feminismo pueden dar testimonio de ello, pero cuando hablamos de un planeta parcialmente devastado y de una cantidad creciente de personas que son residuos para el sistema, es ya imposible. Ambas prioridades no pueden convivir. Si los mercados no tienen como principal objetivo satisfacer las necesidades humanas, no tiene sentido que se conviertan en el centro privilegiado de la organización social.
A partir de esta crisis económica-financiera que estallaba en 2007 y que mostraba los burdos costurones que sostienen ese sistema que se autopresenta como infalible y ante el que no hay alternativa, estamos viviendo la aplicación de lo que Naomi Klein denominaba hace unos años la Doctrina del Shock. Una aplicación que hasta ese momento sólo habíamos visto a través de las pantallas y en otros países pensando que eso nunca se iba a producir en medio de la civilizada Europa.
Las sociedades supuestamente democráticas están recibiendo una serie de golpes tan brutales y rápidos, están encarando unos hechos tan terribles, que las personas se aturden y no son capaces de calibrar el alcance de lo que está sucediendo. Ante esta pérdida del relato, de la mínima racionalidad con que comprendemos lo que pasa, el capitalismo se aprovecha para tratar de quebrar todo aquello que le pone algún tipo de freno, incluida la capacidad de construir una explicación y un proyecto alternativo.
Un golpe de Estado global
La forma actual que ha tomado el capitalismo es diferente de los modelos clásicos de producción y distribución que tenía el capitalismo clásico y desbarata todo lo que se había definido como Estado social.
El hecho de que el sistema financiero ofrezca mayores rentabilidades a los capitalistas que el sistema productivo ha convertido la economía en un proceso loco en el que lo único que importa es producir capital para producir más capital. “Lo de menos es si por el camino se resuelven algunas necesidades” (Fernández Liria, 2010).
El capitalismo clásico se ha desarrollado de espaldas a los límites ecológicos y la dependencia de los trabajos no remunerados en los hogares, pero esta nueva dimensión sigue ignorando las mismas cosas y ha ahondado y acelerado vertiginosamente el proceso de destrucción.
Si miramos lo que está pasando, nos encontramos con una situación francamente inquietante. En apenas un año, hemos visto volatilizarse muchos de los elementos constitutivos del Estado de derecho.
Después del estallido financiero lo que se produce es una ruptura en el proceso de acumulación y de valorización de capital en los circuitos financieros. Era una crisis fundamentalmente del capital. Es la presión de los mercados ante su crisis la que obliga a poner en marcha una serie de políticas que permitieran regenerar rápidamente las tasas de ganancia. Y son estas políticas de recuperación de la ganancia las que implican un ataque masivo a las condiciones de vida. Tal y como señala Amaia Pérez Orozco, se colectivizan los riesgos para el capital, mientras que se recluyen, se privatizan en los hogares los riesgos para la vida.
Los golpes se suceden velozmente y como dice, hasta con un toque de chulería, el presidente del gobierno “cada viernes habrá nuevos recortes”. Apenas somos capaces de darnos cuenta de cuánto perdemos en esta sucesión de declaraciones que abren decenas de frentes en los que manifestarse y resistir.
Fue premonitoria aquella Directiva de la Vergüenza que permitía recluir a las personas migrantes que no tuvieran papeles. Hemos visto aterrados cómo deja sin atención sanitaria a 150.000 personas migrantes, cómo se pretende que aquellos jóvenes de más de 26 años que no hayan cotizado tampoco tendrán derecho a sanidad pública?
Se ha dinamitado la negociación colectiva y cada persona que trabaja debe negociar individualmente con la persona que le emplea. Con esto se rompe una de las mayores conquistas que habían logrado las luchas obreras.
Hemos visto cómo en Grecia o Italia han llegado a los gobiernos tecnócratas de Goldman Sachs que han entrado por la puerta de atrás. Sin ni siquiera participar en la parte más ceremonial de la democracia.
Se esgrimen criterios de austeridad (en realidad una llamada a la resignación ante el expolio) y se culpabiliza a una sociedad “que vivió por encima de sus posibilidades”. Se aprovecha para recuperar un añejo discurso de la domesticidad, y el feminismo y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, se convierten en movimientos e ideas a criminalizar.
Entidades como las agencias de rating, privadas y fuera de cualquier control democrático, califican, basándose en criterios oscuros, el riesgo o solvencia de un país. La deuda de un Estado pasa de solvente a insolvente de un día para otro y se convierte en un elemento de especulación.
Que se reforme la Ley Laboral, se recorte la ya raquítica Ley de Dependencia, que suban las tasas universitarias o se deteriore la calidad de la educación pública, depende de una esotérica prima de riesgo cuyo designio escapa al control de cualquier gobierno democrático.
Muchas de las medidas anteriores se han tomado con la excusa de crear empleo, pero el hecho real es que el número de personas paradas no deja de crecer y se percibe la aparición de mecanismos de “luchas entre pobres”: personas precarias o paradas perciben como privilegiadas a aquéllas que todavía tienen un contrato decente y un salario digno.
Y por si alguien pretende oponerse a estas medidas brutales, también se pretende modificar el Código Penal, de modo que la resistencia pacífica, la huelga o la protesta se conviertan en delito. Se trata de que tengamos miedo de confrontar y de que nos tengamos miedo entre nosotros, de crear la idea del “otro” violento que impida sumar poder colectivo. Parece que, como dice Fernández Liria, “para dar libertad al dinero hay que encarcelar a la gente”.
Los elementos invisibles de la crisis
Debajo de la crisis financiera se ocultan varias dimensiones de la crisis que son estructurales y que deben estar presentes en los análisis si queremos hacer propuestas viables. Vamos a referirnos de una forma muy somera a la crisis ecológica y a la crisis de cuidados.
La crisis ecológica
En el plano ecológico, podría decirse que también se ha dado un golpe de Estado en la biosfera. Se ha condenado a los ecosistemas a trabajos forzados no al servicio del mantenimiento de la vida, sino al servicio de la acumulación.
Nos encontramos en primer lugar con la crisis energética. Incluso instituciones perfectamente alineadas con el sistema como la Agencia Internacional de la Energía (AIE) reconoce que en 2006 se alcanzó lo que se denomina el pico del petróleo, ese momento en el que se han extraído la mitad de las reservas existentes de petróleo convencional. A partir de ese momento cada año se ha venido extrayendo un 6% menos que el año anterior.
¿Qué implicaciones tiene que se esté agotando el petróleo en un mundo que podría decirse que “come” petróleo? Obviamente las consecuencias son de una dimensión enorme.
Los países denominados enriquecidos han perdido su soberanía energética. Son absolutamente dependientes de las materias primas que vienen de terceros países. Si se pusieran fronteras a las materias primas del mismo modo que se le ponen a las personas migrantes, nos encontraríamos con que las economías ricas no aguantarían mucho tiempo, porque aquello de lo que nos alimentamos, lo que sostiene nuestro sistema de distribución de bienes y servicios, las canalizaciones de suministros básicos, lo que nos viste, lo que nos mueve, depende del petróleo y viene de fuera.
Pensemos, por ejemplo, en una ciudad como Madrid, donde no se produce absolutamente nada que sirva para estar vivo, donde todo lo que necesitamos entra en la ciudad en camiones o a través de canales. Las personas recorren cada día decenas de kilómetros para ir a trabajar, a cuidar a sus familiares o hacer la compra. Hay personas, incluso, que van y vienen todos los días desde Toledo, Cuenca o Valladolid… El sistema de movilidad es una absoluta locura que funciona sólo porque existe energía fósil barata.
Ante esta hecatombe, resurge el sueño nuclear. Aparte de la peligrosidad de las instalaciones de producción de energía nuclear y los residuos que se generan y que continúan siendo peligrosos varios miles de años después, existe otro problema estructural. La energía nuclear depende del uranio, otro recurso no renovable. El pico del uranio está calculado para dentro 50-60 años, aunque algunos sectores más optimistas hablan de la existencia de reservas para 200 años, en ambos casos al ritmo de consumo actual. Huelga decir que si actualmente la producción de energía nuclear satisface aproximadamente el 2% del consumo energético, aumentar hasta un inimaginable 20% supondría en el caso de la previsión más optimista el colapso por inanición de combustible de las centrales nucleares en 20 años. Eso sí, después de haber dejado el planeta lleno de centrales peligrosas y de residuos que deberían ser gestionados los próximos milenios.
¿Qué nos queda entonces? Nos quedan las energías renovables y limpias, esas a las que el gobierno español ha aplicado una moratoria.
Las renovables pueden dar satisfacción a las necesidades humanas, pero no con los niveles de consumo que tenemos hoy, y menos en el marco de sociedades que pretendan seguir creciendo. Basar la vida en la energía renovable y limpia no da para vuelos low-cost, no da para consumos individualizados y generalizados, por ejemplo, de aire acondicionado, no da para un uso generalizado de coche privado, no da para comer carne todos los días de la semana… Da para mantener niveles de vida dignos, pero mucho más austeros en lo material.
Es decir, que tenemos un problema estructural bastante gravey los gobiernos de momento parece que no tienen ningún plan B. Y lo único que sugieren es una huida hacia delante.
Un segundo problema ecológico central es el cambio climático, que ha desaparecido de las agendas políticas y mediáticas. El calentamiento global que causa un metabolismo agro-urbano-industrial sostenido sobre las energías fósiles está provocando una alteración global de los regímenes de precipitaciones (cantidad de lluvias, distribución, fenómenos catastróficos), de las dinámicas de las aguas marinas (nivel, temperatura, corrientes), de las interacciones que se dan en los ecosistemas, además de una diferente distribución de tierras y mares por el ascenso del nivel del mar.
La subida rápida de la temperatura media del planeta influye en los ciclos de vida de muchos animales y plantas que, sin tiempo para la readaptación, serán incapaces de alimentarse o de reproducirse. También supone la reaparición de enfermedades ya erradicadas de determinadas latitudes. La alteración del régimen de lluvias implica sequías y lluvias torrenciales que dificultan gravemente la supervivencia de las poblaciones que practican la agricultura y ganadería de subsistencia. El deshielo de los polos derivará en la inundación progresiva de las costas y la pérdida de hábitat de sus pobladores. La reducción de las poblaciones de determinadas especies animales y vegetales repercute en la supervivencia de otras especies dependientes de estas, y la cadena de interdependencias arrastra a todo su ecosistema. Estos cambios dificultan la producción de alimentos para los seres humanos.
De no reducir de una forma significativa las emisiones de gases de efecto invernadero la situación puede ser dramática. Pero una reducción significativa de emisiones en los países más ricos, que son los que más emiten y mayor responsabilidad histórica tienen, significa un cambio importante en los modos de producción, las tasas de ganancia, el consumo, el comercio y la movilidad en estos países. No es de extrañar que al mismo tiempo que los países pertenecientes a la Unión Europea aprueban drásticos recortes sociales para transferir riqueza de las personas a los capitalistas, en la Cumbre del Clima de Durban, los países más contaminantes se negasen a reducir sus emisiones, aunque eso ponga en una situación tremendamente vulnerable a muchas personas en los países de la periferia.
El panorama de deterioro global se completa si añadimos el aumento de incertidumbre que suponen la proliferación de la industria nuclear, la comercialización de miles de nuevos productos químicos al entorno que interfieren con los intercambios químicos que regulan los sistemas vivos, la liberación de organismos genéticamente modificados cuyos efectos nocivos cada vez están más documentados o la experimentación en biotecnología y nanotecnología cuyas consecuencias se desconocen.
La crisis ecológica también tiene su expresión en el ámbito social. El sistema económico basado en el crecimiento continuado se ha mostrado incapaz de satisfacer las necesidades vitales de la mayoría de la población. Hasta el presente los sectores sociales con más poder y más favorecidos han podido superar los límites de sus propios territorios recurriendo a la importación de biodiversidad y “servicios ambientales” de otras zonas del mundo poco degradadas y con abundancia de recursos. Pero esto está dejando de ser así, y estas áreas también se comienzan a deteriorar, agravando la situación de las poblaciones más empobrecidas del mundo que llevan ya décadas sufriendo esta guerra ambiental encubierta.
Son más conocidos los datos que muestran las enormes desigualdades sociales entre el centro y la periferia en términos de renta. Pero las diferencias en términos físicos son también enormes.
La sexta parte de la población mundial, principalmente ubicada en los países enriquecidos, consume el 80% de los recursos disponibles, mientras que los 5/6 restantes utilizan el 20% de los recursos.
Según el informe Planeta Vivo (WWF, 2010: 38-39), se calcula que a cada persona le corresponden alrededor 1,8 hectáreas globales de terrenos productivos. Pues bien, la media de consumo mundial supera las 2,2 hectáreas y este consumo no es homogéneo. Mientras que en muchos países del Sur no se llega a las 0,9 hectáreas, la ciudadanía de Estados Unidos consume en promedio 8,2 hectáreas per cápita, la canadiense 6,5, y la española unas 5,5 hectáreas.
Si toda la población del planeta utilizase los recursos naturales y los sumideros de residuos como la media de una persona española, harían falta más de tres planetas para poder sostener ese estilo de vida. Es la tónica de cualquier país desarrollado y pone de manifiesto la inviabilidad física de extender este modelo a todo el mundo.
El deterioro ambiental impacta de lleno en las comunidades humanas y sus modos de vida. En todos los lugares del mundo la irracional y creciente explotación de los recursos naturales no sólo da origen a problemas ambientales, sino también a numerosos y gravísimos conflictos sociales que Martínez Alier (2004) ha caracterizado como conflictos ecológico distributivos.
Los impactos físicos y sociales de estos conflictos han conducido a acuñar el concepto de deuda ecológica (Martínez Alier, 2004) para reflejar la desigual apropiación de recursos naturales, territorio y sumideros por parte de los países enriquecidos. Estos países habrían contraído una deuda física con los países empobrecidos al superar las capacidades de sus propios territorios y utilizar el resto del mundo como mina y vertedero.
La crisis de cuidados
Del mismo modo que los materiales de la corteza terrestre son limitados y que la capacidad de los sumideros para absorber residuos no es infinita, los tiempos de las personas para trabajar tampoco lo son. Si la ignorancia de los límites biofísicos del planeta ha conducido a la profunda crisis ecológica que afrontamos, la ignorancia de la interdependencia a la que hacíamos referencia al comienzo de este texto y los cambios en la organización de los tiempos que aseguraban la atención a las necesidades humanas y la reproducción social, también ha provocado lo que se ha denominado “crisis de los cuidados”.
Por crisis de los cuidados entendemos “el proceso de desestabilización de un modelo previo de reparto de responsabilidades sobre los cuidados y la sostenibilidad de la vida, que conlleva una redistribución de las mismas y una reorganización de los trabajos de cuidados” (Pérez Orozco, 2007: 3 y 4).
En primer lugar destaca el acceso de las mujeres al empleo remunerado dentro de un sistema patriarcal. La posibilidad de que las mujeres sean sujetos políticos de derecho se percibe como algo vinculado a la consecución de independencia económica a través del empleo. Sin embargo, el trabajo doméstico no es un trabajo que pueda dejar de hacerse y el paso de las mujeres al mundo público del empleo no se ha visto acompañado por una asunción equitativa del trabajo doméstico por parte de los varones.
Dado que es un trabajo del que depende el bienestar de muchas personas y que no puede dejar de hacerse, y que los hombres no se responsabilizan de él, las mujeres acaban asumiendo dobles o triples jornadas y ajustando las tensiones de un sistema económico que se aprovecha de ese trabajo, pero que no lo reconoce.
El envejecimiento de la población, la destrucción de espacios públicos para el juego y la necesidad de supervisar el juego en la calle, las transformaciones urbanísticas y el crecimiento desbocado de las ciudades; la precariedad laboral que obliga a plegarse a los ritmos y horarios que impone la empresa y la pérdida de redes sociales y vecinales de apoyo, ha agravado las tensiones entre el mundo público de los mercados y el mundo privado de los hogares de cara a gestionar el bienestar cotidiano y a resolver los problemas de reproducción social.
Los recortes sociales que estamos viviendo agravan enormemente esa situación.
Cuando el gobierno decide recortar en sanidad, congelar las dotaciones de la ley de dependencia, recortar los salarios, favorecer el despido, permitir los desahucios… ¿Dónde recaen las consecuencias de esos recortes?
Aquello que los servicios públicos dejan de cubrir y que corresponde a necesidades vitales, de vivienda, de cuidados, de salud, etc., cae de lleno en los hogares. Y en los hogares nos encontramos con las corporaciones del patriarcado, que son las familias. En las familias patriarcales son las mujeres quienes asumen mayoritariamente las tensiones y una buena parte de los recortes que se están produciendo en estos momentos. No es casualidad, que cuando lo que ha aumentado fundamentalmente, sobre todo al principio del estallido de la crisis, es el paro masculino, las encuestas de uso del tiempo muestren que con los maridos en casa, el tiempo de trabajo doméstico de las mujeres aumenta. Los hombres se quedan parados pero no asumen el trabajo del hogar y son ellas las que cargan con la mayor parte de las tensiones que provoca la precariedad vital.
Alguna claves para orientar bien el camino
El ejercicio de amargura que hemos realizado nos muestra un escenario en el que el proceso emancipador y la transformación social no es fácil, pero también nos muestra caminos que, a nuestro juicio, son imprescindibles para orientar la acción.
Con las reglas del juego del capitalismo no hay solución…
Estamos atrapados en un sistema que cuando crece devasta y cuando no crece también. No tenemos más que ver lo que pasó entre 1994 y 2007, el período de crecimiento económico. En ese período de euforia económica los salarios descendieron una media de un 15%. No en todos los sectores se perdió, pero en términos de media los salarios descendieron.
En 1994 de cada 100 euros, hablamos de media, que recibía una persona remunerada, estaba endeudada por valor de 60. Después del período dorado, cuando en 2007 explota la burbuja inmobiliaria nos encontramos con el panorama que describimos a continuación:
De cada 100 euros que tenía una persona remunerada, estaba endeudada por valor de 140. El litoral español estaba mayoritariamente cementado y “adornado” con unas casas que tienen un nivel de ocupación medio de 22 días al año. Ese proceso urbanizador ha destruido la costa irreversiblemente, y salvo que se demuela y se deje pasar mucho tiempo la costa no tiene arreglo; se han construido aeropuertos que no se usan y hacen perder dinero; trenes de alta velocidad que no pueden alcanzar la velocidad máxima porque la distancia entre las estaciones no lo permite y que tienen una fluencia muy escasa; se han instalado campos de golf en zonas de fuertes sequías, justo en uno de los países en los que más va a afectar el cambio climático a la disponibilidad de agua; el modelo orientado a la construcción masiva de segundas residencias que iba a generar tantos puestos de trabajo ha sido un fiasco y es precisamente en las regiones que abrazaron ese dogma con más fe donde el paro azota con más virulencia…
Es decir, le hemos llamado crecimiento económico y progreso a un proceso que en realidad ha sido de expolio, de apropiación de los ahorros que tenían las personas y de dejarlas endeudadas los próximos 40 años. La sociedad supuestamente beneficiada de este crecimiento alimentaba la ilusión de sentirse inversionista. La gente se endeudaba para los próximos 40 años y se creía que invertía, cuando en realidad una minoría invertía y ha salido muy reforzada de esta crisis, y el resto lo que hacía era endeudarse, desclasarse y convertirse en esclavos.
Por tanto, nuestro sistema cuando crece, destruye, en lo social y en lo ambiental.
Pero este sistema cuando no crece también devasta. Y ahora cuando se desploma todo el sistema económico, esas personas endeudadas y muchas de ellas sin empleo, quedan en una situación absolutamente vulnerable en lo material y profundamente aturdidas y desorientadas porque no entienden nada de lo que está pasando.
Por tanto, desde nuestra perspectiva, el primer elemento que debe orientar la reflexión es que las soluciones no las vamos a encontrar dentro de este sistema. En un sistema que si crece destruye y si no crece también. El 15 M lo expresaba bien cuando en las pancartas decía: “Ni cara A, ni cara B. Queremos cambiar de disco”.
El capitalismo es un sistema que invierte gran cantidad de recursos en presentarse como eterno e inevitable. “No hay alternativa”. Arropado por una tecnociencia desvinculada de la ética, formula el progreso como la superioridad sobre la naturaleza y las personas de las que, sin embargo, depende. Este autorrelato mítico es lo que permite ocultar y a la vez acelera el camino hacia el colapso natural y antropológico.
Pero el capitalismo no es una ley natural. No siempre se vivió así, más bien es un leve parpadeo en la historia de los seres humanos. Y ni siquiera se vive bajo la lógica capitalista en todo el mundo. Las relaciones en los hogares no son capitalistas, ni persiguen la maximización del beneficio (sin obviar el hecho de que se basan en la lógica de dominación patriarcal), tampoco son capitalistas las relaciones que mantienen muchos pueblos todavía hoy en el mundo.
El capitalismo no es como las leyes de la termodinámica o el hecho insoslayable de que el planeta tenga límites, es una construcción social y como tal se puede cambiar.
…Y podemos empezar a construir otras reglas del juego ya
No es condición imprescindible, aunque ayudaría, tener el poder para poder construir otros proyectos y lógicas alternativas. En nuestra opinión la dicotomía estanca entre planificación política-económica y autogestión es estéril e innecesaria.
Parece evidente que afrontar problemas como el cambio climático, el declive energético o la deuda ecológica requiere articular políticas democráticas coordinadas. Dar la vuelta al modelo energético en las grandes urbes o proporcionar alimentos a toda la población del planeta en escenarios de transición hacia la sostenibilidad requiere planificar y tener una dimensión global de las necesidades que hay que satisfacer y de los recursos que existen para satisfacerlas.
Esta constatación, sin embargo, no se contrapone y de hecho es sinérgica y complementaria con la existencia, y necesidad, de una gran cantidad de iniciativas alternativas autogestionadas que en los últimos años han ido surgiendo con mucha fuerza.
Las cooperativas de consumo agroecológico resuelven hoy las necesidades de alimentación de varias decenas de miles de personas en el Estado español. Son testimonio evidente de la posibilidad de superar las ficticias divisiones entre campo y ciudad; de la capacidad de hacer política de un hecho básico como es la alimentación; rompen la lógica capitalista que ha convertido la agricultura en una actividad dependiente de subvenciones; instala una cultura de la alimentación que respeta los ritmos de la naturaleza; aglutina personas que se organizan en los barrios para participar e incidir…
Las iniciativas basadas en las finanzas éticas, como Coop 57, educan sobre el dinero y el papel que debe jugar. Consiguen financiar proyectos de la economía solidaria y canalizan el ahorro de personas hacia actividades productivas socialmente necesarias. Crean formas democráticas de organizar las finanzas…
Las redes de cuidados compartidos permiten hacer colectivo el cuidado de la vida humana, sacándolo del mundo estrictamente privado de los hogares y haciendo de él una responsabilidad social…
Las okupaciones o la oposición a los desahucios llaman la atención sobre la atrocidad de una propiedad privada vinculada a la acumulación y sobre el necesario debate social que cuestione una propiedad que no esté ligada al uso. La reflexión en torno a la vivienda, en un Estado lleno de casas vacías, puede conducir a la elaboración de propuestas claramente viables, porque puede satisfacer la necesidad de un sitio para habitar, las viviendas, están ahí y están vacías.
Propuestas como las cooperativas integrales o el “mercado social” ponen de manifiesto que es posible organizar otras redes económicas, incluso en el corazón de la bestia. Con todas sus dificultades y contradicciones, estos espacios ofrecen un campo de práctica e investigación económica que hay que mimar.
Si hemos visto cómo el software libre, nacido a partir del trabajo autogestionado de miles de programadores que cooperan, ha sido capaz de plantar cara a Microsoft, ¿cómo no apoyar las iniciativas que nacen y flotan contra la corriente del capitalismo?
Es perfectamente posible articular dinámicas políticas globales y democráticas y a la vez potenciar los proyectos autogestionados. Los pueblos originarios lo hacen constantemente. Por una parte, mantienen su organización social y económica basadas en su conocimiento tradicional y por otra se articulan entre ellos y con sus gobiernos o contra sus gobiernos cuando se trata de luchar contra una megainfraestructura, contra el extractivismo o a favor de la nacionalización de los recursos energéticos.
Despreciar las “pequeñas” iniciativas es un error garrafal. Primero porque los seres humanos, y más en estos momentos, necesitamos experimentar la construcción de la alternativa para no caer en el derrotismo. Segundo porque se satisfacen necesidades reales de otro modo. Tercero porque la única forma de construir una nueva realidad es ensayándolo y poniéndolo en práctica.
Decrecer en la esfera material no es una opción
Reducir el tamaño de la esfera económica no es una opción que podamos o no aceptar. El declive energético y de los minerales, el cambio climático y los desórdenes en los ciclos naturales, lo imponen. De hecho, ya se está reduciendo.
Lo que está en juego es si esa inevitable reducción se produce favoreciendo que una cantidad cada vez menor de personas siga manteniendo sus niveles de sobreconsumo y sus estilos de vida, mientras que sectores cada vez más grandes de la población queden fuera.
Esta política es ecofascista cuando es explícita (“no hay para todos y nuestro estilo de vida no se cambia”) y también cuando se viste de todo tipo de excusas políticamente correctas, incluso de guerras humanitarias. Tal como señala Pedro Prieto, los invasores de Irak no sólo pretendían apropiarse de los yacimientos de crudo, sino también que la población iraquí, que hasta entonces tenía uno de los mayores consumos per cápita de petróleo, disminuyera ese consumo hasta ratios propios de la época medieval, de tal modo que lo que dejasen de consumir, se pudiese poner a disposición de las economías que ostentan el poder.
Los recursos escasos y los procesos especulativos sobre estos recursos hacen negocio de la exclusión material de cantidades cada vez más grandes de personas. El declive material del metabolismo económico global favorece los procesos que pretenden, de forma explícita o implícita, “seleccionar” a través de los mercados y la guerra quienes acceden a los recursos. Cuando el discurso sobre la escasez de recursos explicita que sobra gente es fácil identificar el ecofascismo y rechazarlo, pero cuando se insiste en perpetuar el modelo de crecimiento económico sin tener en cuenta que ya se ha superado con mucho la capacidad de los propios territorios, lo que se hace es consolidar la práctica de la apropiación del “espacio vital” de otros pueblos. Por ello, es importante insistir hasta qué punto las economías que no comprendan los límites físicos y los asumen, aun sin quererlo, devienen en ecofascistas.
La otra opción, la nuestra, es que nos ajustemos a los límites del planeta a partir de un proceso de reducción controlada impulsada por criterios de justicia y equidad. Y ahí es donde se juega el futuro, no en si vamos a reducir o no la esfera material, sino en si conseguimos que esa reducción se haga o no por una vía autoritaria.
En este sentido, algunas propuestas de corte neokeynesiano que buscan revitalizar la economía productiva corren el riesgo de no ser viables por falta de recursos materiales, o a pesar de su buena intención, seguir profundizando en un modelo que no se puede sostener desde el punto de vista material.
Es imprescindible contar sólo con lo que tenemos. A ninguna ama de casa se le ocurre intentar preparar cocido para cien si sólo tiene un kilo de garbanzos. Por ello, es de crucial importancia la reconversión del modelo productivo con criterios ecológicos. Por puro sentido común.
Aprender a desarrollar una buena vida con menos extracción y menos residuos es una de las claves para salir del atolladero, de forma que la buena vida se pueda universalizar. Romper el “sagrado” vínculo entre calidad de vida y consumo es una premisa inaplazable. En este camino, como dice Jorge Riechmann: “no tenemos valores garantizados metafísicamente pero tenemos la convivencia humana, la belleza, el erotismo, los placeres de lo cotidiano, el acompañarnos ante la enfermedad y la muerte”. Una enormidad de bienes relacionales y placeres que podemos hacer crecer hasta que nuestro cuerpo aguante.
Distribución y reparto de la riqeuza
El reparto de la riqueza es un eje nodal. Si tenemos un planeta con recursos limitados que además están parcialmente degradados y son decrecientes, la única posibilidad de justicia es la distribución radical de la riqueza.
En este sentido existen muchas propuestas elaboradas por diferentes sectores de la economía crítica. Desde las propuestas encaminadas a imposibilitar la acumulación y la especulación, por ejemplo de ATTAC; desde las propuestas de establecimiento de una fiscalidad progresiva y verde; la posibilidad de explorar la renta básica; el establecimiento de rentas máximas…
Es también urgente abordar un debate prohibido como es el de la propiedad. No tanto el de la propiedad ligada al uso, sino sobre todo el de la propiedad ligada a la acumulación.
La simplicidad voluntaria es una magnífica actitud pero, ¿qué hacemos con quienes no lo quieren ser? Necesitamos instrumentos políticos, porque la única posibilidad de que haya gente que acceda a los mínimos de supervivencia es que a quien le sobra, se le anime a cederlo.
La producción, una categoría ligada al mantenimiento de la vida
De cara a construir una economía centrada en la vida, que desbanque a los mercados como organizadores de los espacios y los tiempos de la gente, es fundamental desmantelar algunos conceptos que, al no ser sometidos a la crítica, sostienen la puntita del iceberg capitalista.
La producción tiene que pasar a ser una categoría ligada a la vida y su conservación y no, como ahora sucede tantas veces, a su destrucción.
En la economía convencional, la producción se mide en dinero. Da igual la naturaleza de la actividad que sostenga esa producción. Vale lo mismo producir bombas de racimo que trigo, porque como lo único que cuenta es el crecimiento económico, ni siquiera nos preguntamos qué es lo que se produce.
Para reconvertir el modelo económico en un marco de fuertes limitaciones físicas, es fundamental pensar en qué necesidades tienen que satisfacer todas las personas. Y serán producciones socialmente necesarias aquellas que satisfagan necesidades humanas sin destruir las condiciones materiales que permiten que precisamente puedan satisfacerse.
Superar la dicotomía producción-reproducción es importante. Si la economía se define como el proceso a través del cual se obtienen bienes o servicios que permiten la reproducción social, será la reproducción social, que es la finalidad, lo que hay que poner en el centro. ¿Y cómo vamos a hacerlo si el ámbito en el que se da la reproducción social, los hogares, es invisible?
Repensar el trabajo
Pensar en las necesidades a cubrir y en las producciones socialmente necesarias nos lleva a pensar directamente en los trabajos socialmente necesarios.
Existen sectores que claramente deben crecer (rehabilitación energética de la edificación, agroecología, los vinculados a los circuitos cortos de comercialización, transportes públicos, servicios sociocomunitarios relacionados con los cuidados, energías renovables, educación y sanidad, etc.). Sin embargo hay otros que deben disminuir o desaparecer porque satisfacen producciones dañinas. Las transiciones justas que protejan a las personas que trabajan en esos sectores deben ser apoyadas colectivamente y ser objeto de prioridad política, pero no se puede seguir ahondando la crisis estructural. Cuanto más se profundice, más difícil será salir de ella.
En estos momentos es importante reforzar la lucha para que no se continúe perdiendo masa salarial, pero a la vez es necesario abrir un debate sobre las diferencias salariales en función de los tipos de trabajo. Algunas propuestas de cooperativas de trueque de servicios han avanzado interesantes reflexiones sobre los diferentes valores que nuestra sociedad otorga a los trabajos remunerados y ofrecen vías para dar la vuelta a ese criterio de valoración que con frecuencia no tiene nada que ver con la necesidad social del servicio que se presta. Sólo eso explica que quienes, por ejemplo, cuidan a personas mayores a cambio de una remumeración tengan los salarios más bajos y las condiciones más precarias de nuestras sociedades. Es vergonzoso que sea legal que a una empleada doméstica interna con el salario mínimo interprofesional se le pueda detraer hasta un 30% en concepto de alojamiento y manutención, mientras que a un ejecutivo de cualquier empresa, si le mandan tres días fuera de casa se le paguen las dietas y el viaje. Es la muestra de que incluso dentro de lo legal, hay personas que no son sujetos de derecho.
El reparto del empleo es un tema a recuperar y, junto a su distribución, habrá que pensar también en los trabajos no remunerados imprescindibles para la vida.
No deja de ser paradójico que cuanta más gente queda sin empleo, más aumenta la masa de trabajo neto que se realiza dentro de los hogares con unas constricciones cada vez más grandes.
La democracia y la construcción del poder colectivo
Si estructurásemos las propuestas que se han venido elaborando en medios académicos, políticos, de los diferentes movimientos sociales y diversos sectores de pensamiento crítico; si trabajásemos sobre ellas y limásemos las incoherencias que puedan plantear, tendríamos con toda seguridad un programa extenso para caminar.
Puede que las propuestas no estén bien articuladas, que no compongan un relato coherente… eso está por llegar. Pero desde luego, no se puede decir que no haya alternativa.
El gran problema, a nuestro juicio, es el enorme salto que hay entre la dureza del ajuste y la capacidad para hacerle frente. El aparato neoliberal aprovecha para demoler los cimientos de cualquier Estado de derecho porque piensa que es ahora cuando puede hacerlo.
Ahí es donde se encuentra el reto principal, el de poder construir una mayoría social que obligue al cambio. El 15-M ha supuesto un revulsivo importante y ha obligado a los movimientos sociales a repensarse y a trabajar juntos.
La histórica dinámica de desconfianza pesa a la hora de articular. La izquierda y los movimientos sociales tienen serias dificultades para gestionar la diversidad. Las viejas lógicas que recitan como una frase hecha “es más lo que nos une que lo que nos separa, fijémonos sólo en lo que nos une” no han funcionado. Y no han funcionado porque sistemáticamente se machaca o desprecia lo que nos separa. Lo que separa a dos colectivos que en una buena parte piensan lo mismo, es probablemente algo a lo que ambos conceden una enorme importancia. Por ello, pensamos que hay que hacer hueco a lo que nos separa. No quiere decir que lo tengamos que incorporar en nuestro colectivo como prioridad, pero sí abrirle espacio y no negarlo. Si no es imposible poder articular. Y es ahí donde se juega todo.
El activismo social y político ofrece la posibilidad de dotar de sentido a nuestra propia experiencia. Es cierto que no va a ser una vida tranquila y descansada, pero desde luego sabremos qué y por qué lo hacemos. También sabremos que lo que hacemos lo compartimos con las mejores personas que existen, las más generosas: nuestras compañeras.


Vía:http://www.attacmadrid.org/?p=7288
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"La información ya no tiene relevancia"

Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un arañazo superficial. Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece prestarle atención. El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA.

Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario. La información ya no tiene relevancia.

Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información rápida, en un yonqui ávido de continuos chutes de datos que ingerir, a poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria opinión propia. Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar, ya no queremos hacernos preguntas, solo queremos respuestas rápidas y fáciles. Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas, pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.

Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de máquinas, donde están en marcha todos los mecanismos que determinan nuestras acciones y movimientos. Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad. Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa, nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.

Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual, porque nuestra mente está programada por el Sistema. Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.

http://economiazero.com/por-que-estalla-una-revolucion/

-- Todo lo que deberías saber sobre el Fracking --

--- La mayor estafa de la historia de España se llama Electricidad ---

-- Plataforma en Defensa de la Libertad de Información --

-- Casos Aislados --

La Ley es todo. Nuestras leyes nos retratan y definen lo que somos en convivencia

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En el año 1985 un drástico cambio legislativo atribuyó al Parlamento la elección de todos los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ)

--- Las empresas del IBEX35 bajo lupa ---

El paro y la precariedad no son problemas individuales, son problemas colectivos

-- Jean Ziegler - Vicepresidente de la ONU --

“No puede ser que en un planeta con los recursos agroalimentarios suficientes para alimentar al doble de la población mundial actual, haya casi una quinta parte de sus habitantes sufriendo infraalimentación”.

“La hambruna ya es una realidad en las banlieues parisinas y el pueblo español también está sufriendo la pobreza, como el resto de Europa”.

Los teóricos del neoliberalismo, “nos han hecho creer que hoy en día la austeridad es la única política posible, pero sólo se aplica a la clase trabajadora y nunca a los banqueros.

El neoliberalismo delictivo, “se cura con política”.

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-- Compromiso de todos --

-- Olivier de Schutter - Relator de la ONU --

“Con la comida que se tira podrían alimentarse 2.000 millones de personas”

”La mitad del cereal producido en el planeta es para satisfacer la demanda de consumo de carne. Hay un sobreconsumo de carne absolutamente insostenible”

http://esmateria.com/2014/04/25/con-la-comida-que-se-tira-podrian-alimentarse-2-000-millones-de-personas/

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-- El beneficio de los alimentos naturales --

*** Parada obligatoria ***